La pujante Jerez de la Frontera siempre se ha caracterizado por querer ir más allá de sus límites, o mejor dicho de donde le quieren poner sus límites. No es la capital de provincia pero su población e importancia económica es superior a la misma Cádiz, no es Sevilla pero su feria mira de tú a tú a la conocida Feria de Abril hispalense. Aquí está el aeropuerto, el nudo de comunicaciones y uno de los vinos más famosos del mundo. En definitiva es una ciudad que aspira a ser grande, si la dejan.
Puede que gracias a ese espíritu y esas ganas exista la Catedral de Jerez de la Frontera. Oficialmente pertenece a la Diócesis de Asidonia-Jerez. Construida en el s. XVII mezcla estilos tales como el gótico, barroco y neoclásico de tal forma que nos encontramos ante una construcción algo extraña y única. Lo de extraña es más que nada por sus arbotantes. Estos no se usaban de forma habitual en la época pero se recurrió a los mismos tras el derrumbe de una cúpula.
La torre de la catedral pertenecía a la iglesia de San Salvador, templo que se ubicaba en el mismo lugar con anterioridad y que se vino abajo. La construcción del edificio duró casi 80 años y fue sufragada con un impuesto especial sobre el vino de Jerez, curioso como poco.
El lugar ofrece además una cripta en la que descansan los restos de ilustres jerezanos y un Museo Catedralicio de primer nivel. Aquí se albergan obras de arte de primer nivel como el conocido Cristo de la Viga, la talla más antigua que procesiona en Semana Santa y obras pictóricas del mismo Zurbarán. Además son dignos de admiración las vidrieras y el órgano del siglo XIX.
El edificio es accesible de lunes a sábados. La mayoría de gente viene a Jerez atraída por sus caballos, vinos o la feria pero esta visita es un imprescindible de la ciudad.
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