La belleza que no ves

Un día más lo digo —a riesgo de ser repetitiva, cansina, pesada… —. Pesada, qué adjetivo tan bien empleado en este caso. ¿Que por qué pesada? La duda ofende, hay que ver. Pero bueno, no pasa nada, lo explico: una vez más el peso de una mujer ha sido motivo de ofensa, debate, discusión… llámese como se quiera llamar. Raro ¿verdad? Si no suele pasar…  ¿no? Una vez más alguien ha tenido que defender su aspecto como si fuera de dominio público. Como si la talla de una persona fuera una cuestión de estado, algo que genere la necesidad de sacar las urnas a las calles, un problema digno de ir haciendo encuestas —Y usted cómo las prefiere, ¿gordas o flacas?— y un sinfín de comentarios desafortunados, hirientes e incluso diría estúpidos (por no decir algo peor).

¿Por qué sigue pasando esto a diario? ¿Por qué todavía queda tanta gente que se cree con la autoridad moral, estilística, médica o yo que sé lo que se creerán todos esos que son, para juzgar a alguien? Sigo sin comprender la falta de tacto, empatía y humanidad de mucha gente que lanza dardos asesinos sin pensar en quien los recibe. Por ello, esta entrada va dedicada a todos aquellos que no tienen ningún cuidado por sus semejantes, con todo el respeto y cariño que puedo proporcionar a quien no se lo tiene a otro ser humano.

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A ti, que eres un ser perfecto, sin kilos de más (ni de menos), sin estrías ni arrugas, sin calvicie precoz, callos en los pies, granos en la cara o manchas en la piel —eso me haces pensar, vaya, porque alguien con defectos estaría de igual a igual y no criticaría ¿verdad?—, te digo que cómo me gustaría que pudieras ver más allá de lo que ves: cómo me gustaría que pudieras ver más allá de un cuerpo. 

Imagino que debe ser complicado cambiar así como cambia un calcetín cuando le das la vuelta y empezar a tener en cuenta los sentimientos de los demás. Sé que tal vez sea mucho pedir, pero trataré de explicarte ciertas cosas para que las tengas en cuenta de cara al futuro. Sin acritud, que ya te he dicho que iba a ser escrito desde el cariño.

¿Sabes algo? Puede que nunca lo hayas pensado pero más de una vez has hecho llorar a alguien. Sí. Y muy probablemente a mares. ¿Ah, que no lo imaginabas? Pues empieza a abrir los ojos. Por tu culpa alguien se ha metido en su casa y no ha querido salir. Puede que se haya quedado de cara al espejo tratando de convencerse a sí misma de que no tenías razón sin ningún éxito, observando uno a uno los surcos de su capa externa, mirando fijamente el fallo que le has dicho que tiene, la tara, el error, el defecto de fábrica. Puede que solo dos horas antes, estuviera comiéndose el mundo a bocados, sonriendo a la vida y bailando en cada semáforo sintiéndose diosa, top o simplemente mujer, que ya es mucho, y tú, con tu poca sensibilidad y mucho menos respeto, has acabado de un soplido con esa seguridad. Porque hasta donde hay más seguridad puede saltar la alarma si se hace bien, a conciencia, con ganas.

¿Sabes otra cosa? Esa chica a la que haces plantearse su belleza, podría ser tu madre, tu hermana, tu mejor amiga o tu novia. Podría ser ella la que llorara, la que quisiera morirse con cada plato de comida o con cada falda que no cierra o que le sobra por todas partes. Podría ser esa a la que solo miran como a un cacho de carne putrefacto o altamente comestible. Ese sexy o repulsivo cacho de carne, según modas y estados de ánimo, claro. Pero a ti eso te da igual, porque a ti todos te tienen más respeto. Igual te llaman fofisano, fondoncillo, flojeras, poco en forma, tirillas… pero no te llaman lo que nos llaman a nosotras, no te gritan, no llevan el insulto al límite de lo imaginable, no… para qué seguir. Y ojo, que si estás buena tampoco estamos contentos. Si estás buena eres tonta, te beneficias al jefe, te has operado, seguro que eres rubia de bote, eres toda tu postiza, no sabes lo que es un libro, fijo que eres más golfa que… para qué contarte. 

Y lo peor de todo esto no es el insensible en masculino, sino la insensible en femenino. Lo más difícil es ver cómo una mujer despelleja a otra, cómo se ríe de ella, cómo lucha contra ella. Eso no me da rabia, me da pena.

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Por eso, a ti —seas hombre o mujer—, te cuento algo de esa belleza que no puedes ver. Entiendo que no la puedes ver porque siempre dices lo malo y no lo bueno. Entiendo que si vieras todo lo bueno tendrías la capacidad de decirlo, solo es que te cuesta quitarte las gafas esas que llevas manchadas de prejuicios o complejos que tratas de ver solo en el de enfrente para no reconocerlo en ti mism@.

Pues bien…, te escribiré algo sobre esa belleza de la que te hablaba: la belleza que no puedes ver.

La belleza no es solo lo que puedes tocar, el equilibrio, el maquillaje bien esparcido, el culo bien puesto. La belleza no es solo tenerlo todo en su sitio, estar fuerte, fit, y tal. Existe una belleza que nace de dentro, que despierta con cada palabra de cariño y que muere lentamente con cada bala que tira a matar. Es una belleza pausada, que calla cuando todos hablan y que grita cuando nadie la ve. Que tiembla, que sueña, que espera que alguien la sepa entender. No piensa en dietas ni en horarios, ni en gimnasios ni revistas; se alimenta de todo lo que le inspira, de los lugares a los que quiere ir, de los pasos que da, de las canciones que le gustan a rabiar, de lo que canta, de lo que besa, de lo que abraza a quien quiere atrapar para siempre entre sus brazos —gordos o flacos, a ti eso qué más te dará—.

La belleza que no puedes ver no comprende de años, no acaba con la vejez, no morirá ni tan siquiera en el recuerdo de quien la tuvo cerca, no finaliza por mucho que en la pantalla aparezca The End. Esa belleza, aunque tú no lo veas. es el verdadero motor del arte, la literatura, las emociones, lo eterno. Ni se compra ni se vende, se tiene o no se tiene. Lo externo, que no deja de ser un simple disfraz, acaba cayendo como se cae el telón al final de la función. En cambio, el guión, las palabras, los sentimientos que motivaron la obra, jamás desaparecen, nunca caducan. Siempre están, quedan del mismo modo que las sonrisas y las ilusiones que tú te empeñas en apagar.

Pero no.

No podrás.

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Porque aunque tú no fueras capaz de ver toda la belleza que nosotras sí podemos ver, prometemos ser mucho más fuertes que toda esa inseguridad que tienes tú. Porque una persona feliz y segura de si misma, no se empeña en hacer sentir mal a los demás. De hecho, en el fondo no te podemos odiar, no te podríamos odiar, porque no se nos da bien tratar mal a aquellos que están peor que nosotras. No te pagaríamos con la misma moneda. Eso jamás.

Te diríamos que estás guapo, o guapa, porque seguramente seas guapo (o guapa) para una persona en el mundo, aunque sea tu madre. Te diríamos que eres digno de ser amado, por mucho que ese pantalón no te quede muy allá o se te empiece a ver el cartón. Te diríamos que, ojalá alguien vea en ti toda la belleza que tú no supiste ver en esa chica a la que insultaste aquel día, a la que hiciste sentir amorfa, fea e incapaz de ser querida. Y confiamos en que, de ese modo, aprendas a ver todas las veces que la has fastidiado.

Seguro que ese día lo harás. La verás. Seguro que sí.

Toda esa belleza que hoy no puedes ver.



Archivado en: Cosas que contar(os) Tagged: complejos, hombres, mujeres, Relaciones, seguridad
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