Qadesh significó más que una simple batalla, nos encontramos aquí ante la pugna entre dos de las mayores potencias orientales de la Antigüedad, en el conflicto de todo un siglo, donde la batalla fue uno más de los escenarios que dominaron el panorama próximo-oriental del siglo XIII a.C. Veremos, a continuación, el camino que llevó a estas dos potencias, el Imperio hitita y el Egipto faraónico a enfrentarse entre sí, y trataremos de determinar quién fue el vencedor, si es que acaso lo hubo.
Nos encontramos aquí ante el enfrentamiento más temprano de la historia del que podemos dar, gracias a las fuentes con que contamos, detalles muy precisos sobre logística, sus contendientes, así como del cuándo, el dónde y el por qué. Esta batalla tuvo tal importancia, que en estudios generales de historia militar, como en Battles of the Ancient World, de Kelly DeVries, es la primera batalla en ser discutida.
Si bien llegado su momento explicaremos el desarrollo del combate, nos centraremos en una primera parte en tratar de dilucidar el camino que llevó a estos dos gigantes de un pasado ya remoto, otrora aliados, a enfrentarse en una contienda donde las traiciones y las intrigas serían consabidas.
Pero, ¿por qué Egipto, un país que siempre había permanecido encerrado en sí mismo, receloso del contacto con los extranjeros, decide dar el gran paso de emprender este nuevo rumbo? La invasión sufrida por el pueblo de los hicsos les dio la necesidad de crear una zona de “amortiguamiento” para prevenir cualquier futura infiltración extranjera. Esto se metamorfoseó en una nueva política exterior, donde los faraones se alejaban de las fronteras tradicionalmente egipcias con el fin de expandir sus límites.
En el caso hitita, tras haber sometido al pueblo de los kaskas, enemigos que habían amenazado su tierra natal en Anatolia, emergen de un letargo marcado por la oscuridad y los conflictos internos, deseosos de situarse de nuevo entre las grandes potencias del Próximo Oriente. Y, al igual que cualquier estado que ambiciona alcanzar una mayor grandeza, esta se gana a sangre y fuego, de la mano de la conquista y la expansión. Por ello, la salud del reino hitita dependía del control de las ricas provincias del este de Anatolia y de los estratégicos territorios del centro-norte de Siria, zonas entonces ocupadas por el reino de Mitanni. Por tanto, para conseguir este objetivo, Hatti debía desplazar del tablero de juego a este reino, ocupando su lugar como la potencia gobernante en el centro de Siria. A fin de cuentas, Mitanni, dirigido por una aristocracia militar, impedía que el Imperio hitita se sintiese a salvo.
Aunque Suppiluliuma, el rey hitita, debía ser cauteloso, pues Mitanni contaba con una alianza con Egipto, y cualquier paso en falso podía enfurecer al gigante del Nilo. Pero las guerras no solo se ganan con el hierro, la diplomacia previa forma parte imprescindible para alcanzar la victoria. Conocedor de esto, tal diplomacia fue un arma que el monarca hitita no dudó en desenvainar ante el descontento que se respiraba entre los vasallos de Mittani. Así, mientras ambas potencias luchaban por su propia supervivencia tratando de aniquilar a la otra, los estados vasallos observaban y conspiraban, tratando de asegurarse que su bando emergiera con el vencedor.
Ante esto, los ojos del faraón no tardaron en situarse en los pasos de los hititas. Los territorios más al norte del Imperio egipcio eran contiguos a los que sembraban lealtad a los mitanios. Por lo tanto, como potencia comercial, Egipto no acogería con agrado la interrupción de puertos y rutas comerciales afectadas por la presión hitita dentro de Siria. Las operaciones de un ejército extranjero tan cerca de la esfera de influencia de Egipto, especialmente según lo informado en términos alarmistas por sus vasallos, bien pudieron haber ocasionado cierta ansiedad en la corte del faraón.
Lo que aquí nos encontramos en última instancia es todo un proceso generacional, donde los primeros balbuceos que alertaban sobre el enfrentamiento de estos dos gigantes se dieron décadas antes del estallido final. Uno de los primeros engranajes que pusieron en marcha la máquina de guerra lo encontramos ya en un interesante suceso que acaeció durante el reinado del hitita Suppiluliuma. Las fuentes nos cuentan que, tras la muerte del faraón egipcio (posiblemente Tutankhaton), la faraona Ankhesenamun escribe al rey hitita pidiéndole uno de sus hijos con el que contraer matrimonio y así convertirse en el futuro faraón egipcio. Tras un creciente intercambio de mensajería entre la corte egipcia y la hitita, esta última acepta el encargo, mandándose así un hijo del rey hitita. Hasta aquí todo bien, el trono egipcio se presentaba en bandeja de plata para los hititas, pero lo que debería haber significado una fuerte alianza de sangre entre ambos imperios, terminó en un baño de sangre. Todo se tuerce cuando el príncipe hitita, futuro faraón egipcio, muere en extrañas circunstancias en su recorrido de Hatti a Egipto. Así nos lo cuenta Mursili II, hermano del asesinado, y futuro rey hitita:
“Cuando mi padre envió a uno de sus hijos (a Egipto), ellos lo mataron! Mi padre estalla de rabia, va a Egipto, y destroza al ejército egipcio”
El devenir estaba claro, las campanas de guerra estaban preparadas para empezar a sonar. El escenario para el comienzo de esta amarga rivalidad estaba servido.
Pero lo que sin duda significó el estallido del enfrentamiento final entre ambos contendientes lo encontramos en el cambio de política del reino de Amurru, vasallo egipcio ubicado en la frontera con los dominios hititas. Según el hititólogo Trevor Bryce en su magnífica obra Hititas, historia de los guerreros de Anatolia:
“Amurru se había convertido en una región salvaje y anárquica dominada por un clan capitaneado por un brutal cabecilla”.
Hititas: Historia de los guerreros de Anatolia...
Ver precio en Amazon
Y este “brutal cabecilla” no hacía otra cosa que jugar a dos bandas, pues mientras le juraba fidelidad al faraón, establecía pactos con estados del bando hitita, como la ciudad-estado de Qadesh. Tras ser descubierto por el faraón, Amurru se pasó definitivamente al bando hitita. Egipto no podía permitir la pérdida de territorios en una zona tan estratégicamente importante como lo era la franja sirio-palestina. Ante esta afrenta, el faraón Ramsés II, tuvo clara su política exterior, recuperar Amurru y Qadesh, y allí se dirigió. Solo había un modo de conseguirlo, la guerra.
Para entender el desarrollo de la batalla, resulta conveniente describir los dos bandos enfrentados. Los egipcios contaban aproximadamente con 18.000 soldados de infantería y 2.000 carros de guerra, divididos en 4 divisiones, cada una de ellas recibía el nombre de una determinada divinidad: Amón, Ra, Ptah y Seth. Por otro lado, y según las crónicas egipcias, en el bando hitita se dice que participaron casi 37.000 soldados y 2500 carros de guerra.
Ramsés II emprendió su marcha desde Egipto y un mes más tarde se encontraba a unos kilómetros al sur de Qadesh. Allí, el faraón, tiene una entrevista con dos supuestos mensajeros locales que ofrecen al faraón la alianza de sus tribus en la guerra contra los hititas. Estos dos señuelos son interrogados acerca de la localización del ejército hitita, a lo cual responden que los hititas aún se encuentran lejos de Qadesh, pues su cobarde rey teme el fiero avance del faraón. Como resultado, Ramsés II avanza hacia Qadesh, y la división de Amón se adelanta para levantar un campamento en el norte de la ciudad, mientras que las otras tres divisiones se encuentran aún de camino: la división de Ra a unos kilómetros del campamento egipcio, y más por detrás, las divisiones de Ptah y Seth que ni siquiera habían cruzado el río Orontes aún.
Es justo en ese momento cuando los hititas desvelan sus cartas y la estratagema hitita sale a la luz con la captura de dos de sus exploradores que se encontraban en las cercanías. Estos hititas fueron interrogados y bajo tortura manifiestaron que el rey hitita no se encontraba a cientos de kilómetros, sino justo detrás de Qadesh, esperando el momento idóneo para caer sobre los ignorantes egipcios. Esto debió suponer una fuerte conmoción para el faraón egipcio, pues confiando en que los hititas se encontraban lejos de él, estaba situado ahora en un territorio desfavorable y solo con una cuarta parte de su ejército.
Justo entonces, un ataque de los carros de guerra hititas cayó sobre los egipcios y cortó la división de Ra en dos y, tras destrozarla, los hititas se dirigieron hacia el campamento, cerca del cual se hallaba la división de Amón, junto con el faraón. Ante este golpe de suerte hitita al haber destrozado una de las divisiones egipcias por sorpresa, la sensación de victoria se propagó rápidamente por el bando hitita, sin embargo, la batalla estaba lejos de terminar. Motivados por su sensación de victoria, perdieron cualquier atisbo de disciplina y se dedicaron al pillaje en vez de cortar el problema de raíz y terminar con las fuerzas que protegían a Ramsés II y con el propio faraón, lo que hubiese supuesto un duro golpe a la moral egipcia. Mientras esto ocurre, el faraón egipcio mueve rápidamente al resto de sus tropas y se entabla una batalla atroz, confusa y encarnizada, donde los egipcios infligieron numerosas bajas a los hititas, llegando a dar muerte a dos de los hermanos del rey hitita Muwatali. Sin embargo, al terminar la batalla, ninguno de ambos bandos es capaz de reclamar la victoria, pues la contienda había alcanzado una enorme cuota de bajas entre ambos combatientes.
Auge y caída del antiguo Egipto
Ver precio en Amazon
De vuelta a Egipto, el faraón hizo mucha pompa de este enfrentamiento, pero como dice el egiptólogo británico Toby Wilkinson en Auge y caída del Antiguo Egipto: “Desde los tiempos más remotos, los egipcios se mostraron adeptos a dejar constancia de las cosas tal como ellos querían que se viese, y no como eran en realidad”, ante lo cual no debemos dejarnos llevar por su visión de victoria.
Bajo la mirada que otorga el presente, a pesar de no haber habido un claro vencedor, podemos decir que ambos monarcas consiguieron de cierta manera sus objetivos. Mientras que Ramsés II se hizo temporalmente con el control de los territorios situados al sur de Qadesh, quedando él mismo como un héroe capaz de soportar la embestida hitita con tan solo unas pocas fuerzas, Muwattali pudo salir mejor parado que su homólogo egipcio, pues tras la batalla, los territorios de Amurru y Qadesh permanecieron en sus manos.
Sin embargo, poco tiempo pudo degustar el reino de Hatti esta parcial victoria. El haber hecho previamente desaparecer del mapa a su antiguo enemigo, el reino de Mitanni, hizo despertar de su letargo a Asiria, que aprovecharía este vació de poder tras la caída de Mitanni para emerger como una de las potencias más beligerantes y ambiciosas de todo el Próximo Oriente consiguiendo, a su debido tiempo, hacer tambalear los cimientos del Imperio hitita y el Egipto faraónico.
Share on facebook Facebook
Share on twitter Twitter
Share on pinterest Pinterest
Share on tumblr Tumblr
Javier Fabra Rodriguez
Nacido en Valencia y graduado en Historia por la Universidad de Cádiz. Ha realizado una estancia en el Museo Sannitico de Historia Antigua en Italia. Ávido lector y viajero incansable.