La Segunda Revolución Industrial (1870-1914) convirtió a los ejércitos en enormes masas equipadas con todo tipo armas que podían provocar un daño inaudito. Fusiles de repetición, artillería de disparo rápido y pesada, aeroplanos y ametralladoras eran la tendencia en la Europa de la época. Cuando todo empezó en agosto, y los ejércitos se concentraron en las posiciones señaladas, se enfrentaron con todo este material utilizando, para desgracia de los combatientes, unas tácticas que provenían de una tradición decimonónica. Cientos de miles de hombres maniobraron en agosto y septiembre por los campos de Francia intentado hacer lo que se había hecho hasta entonces: asaltar posiciones con oleadas humanas, reconocer el terreno con la artillería y flanquear al enemigo.
Las primeras semanas demostraron que esto era imposible y muy costoso. Las primeras batallas en las fronteras crearon enormes huecos en las unidades. Las bajas se contaban por decenas de miles, pero aun así, debido a la gran demografía de los países, esto no fue suficiente para que se reflexionara de forma profunda sobre las tácticas usadas. De esta manera, por azares de la lucha, la campaña estival de 1914 se concluyó a pocos kilómetros de París, la capital francesa, y a lo largo de una línea de 250 kilómetros hasta la región fortificada de Verdún. En este sector, de enorme magnitudes, se luchó una de las batallas de mayor tamaño y sangrientas de todo el siglo XX: la Batalla del Marne (5-12 de septiembre).
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Las jornadas del Marne han pasado a la cultura popular europeo como una lid que incluso desprende una visión emotiva. La realidad es que fue una carnicería que nada tiene que envidiar a los enormes combates luchados en 1916 en el Somme. Es más, si usamos las frías matemáticas se puede asumir (sin riesgo a equivocarse) que la batalla del Marne fue la más sangrienta de toda la guerra en ratio días/bajas. Dependiendo de la fecha y el autor que elijamos las cifras estarían en torno a las 50.000 bajas diarias entre muertos, heridos y desaparecidos. Esto haría un total de 485.000 o 510.000 bajas entre todos los contendientes en apenas una semana y media. Teniendo en cuenta que el Somme duró cuatro meses y Verdún diez, estaríamos frente a la batalla más sangrienta del conflicto.
Cuando los combates terminaron y la Entente se abrió camino hacia el norte, donde el frente quedaría estabilizado, el sector del Marne era un cementerio al aire libre con desperdicios humanos a lo largo y ancho de 250 kilómetros. Un conductor de ambulancias francés llamado Louis de la Grandier declaró posteriormente: estamos rodeados de cadáveres, miles, amontonados unos encima de otros.
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Aparte de la más sangrienta, el Marne constituyó el culmen de un modo de hacer la guerra al estilo decimonónico y el nacer de otro industrial completamente nuevo. Así, el río Marne se constituyó como un enfrentamiento en el que asaltos de infantería, cargas de caballería y oficiales montados en corceles blancos se difuminaron con los metódicos bombardeos de artillería y decenas de aeroplanos en los cielos.
Es indudable que en la campaña veraniega del oeste se encuentran las claves para entender cómo un conflicto móvil acabó transformándose en una guerra de desgaste que duraría hasta 1918. El Marne fue la cruenta entrada de los pueblos europeos a la modernidad del siglo XX.
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Ismael López Dominguez
Graduado en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares, Máster Interuniversitario en Historia Contemporánea por la UAM-UCM de Madrid. Es cofundador de la web Archivos de la Historia. Ha escrito numerosos artículos en la revista Historia de la Guerra (HRM Ediciones) y ha colaborado con textos en la web Gran Capitán y de Desperta Ferro Ediciones. Así mismo es colaborador en el Grupo de Estudios de Historia Militar (GEHM) bajo dirección de Javier Veramendi y Hugo A. Cañete. Con HRM Ediciones ha publicado su primer libro ‘La batalla del Marne. La última campaña del siglo XIX en Occidente’ (2022).