Ahorita estoy estrenando computador, que se dañó justo los días antes del sismo del 19 de septiembre. Y ahorita me senté con la firme intención de escribir una de las tres o cuatro entradas que tengo en mente. Una de ellas, escribir algo del sismo, un testimonio de cómo mi reacción no fue heroica, sino algo más difícil. Por si alguien también tiene la espinita de no haber logrado mucho en esos días, porque le haya afectado mucho. Todos sentimos, sufrimos e interiorizamos el sismo del 19 de septiembre formas distintas, y sé que mi reacción fue desproporcionada para lo poco que fui afectada. Todos somos diferentes. Todos reaccionamos de una manera u otra sin tener la libre decisión de escoger cuál es la que más nos gusta o está mejor aceptada socialmente.
Un terremoto o cualquier desastre natural es algo gigante, impredecible, sin culpables y lleno de dolor. No puedes prever cuál va a ser tu reacción ni juzgar de forma rápida la que tuvieron unas u otras personas, en especial si no estuviste presente. No hay una forma buena ni mala de reaccionar, a menos que implique más dolor a los otros. Pero está bien vivir tu duelo. Está bien estar mal y levantarte en un mes si es el tiempo que necesitas, pero levantarte eventualmente (¡y pedir ayuda si la necesitas!).
Yo no puedo escribir sobre cómo fui a ayudar a las zonas de desastre porque tuve que trabajar casi toda la semana (me dieron libre la tarde del 20), y en los ratos libres no reaccionaba mucho (en la oficina tampoco, pero eso es otra cosa). No es que quisiera mantenerme en ese estado de sopor, simplemente no lograba encontrar cómo reaccionar. Oía la alarma sísmica, que no sonó el día del temblor, en cualquier sirena de una ambulancia o de celular. Sentía, y aún siento a veces, que el piso se movía y comenzaba a temblar de nuevo, pero miraba a mi alrededor y todos estaban tranquilos entonces sabía que era solo un engaño más de mi mente. Me debato entre saber que fui testigo de algo enorme y también ser consciente de que, en el momento, no reaccioné y ayudé más.
Es extraño, porque sé que mi experiencia no fue la mitad de trágica de lo que lo fue para mucha gente. El edificio donde está mi departamento está sobre roca volcánica, lo que quiere decir que no le pasó casi nada, solo se rompieron unos vidrios y en mi departamento se despegó un lavabo. Muchísimos perdieron seres queridos o sus casas. Muchos de mi trabajo la perdieron. Aquí en la ciudad fue más fácil, pero en las poblaciones alejadas la ayuda tardó días en llegar por más que todos tuviéramos la intención. Con todo y ser consciente de que estaba en una situación privilegiada, el shock, unido a un mal momento en el mes, me duró días en los que no reaccionaba y no atinaba a hacer nada muy coherente y trataba de evitar las zonas de desastre. Dormir bien no era algo que consideráramos normal esos días.
El sismo no fue algo de solo un día
Las semanas siguientes, toda la ciudad parecía recordarte en todo momento lo que había pasado. Las calles cerradas. Los centros de acopio cada tres cuadras. Los escándalos en las noticias. El metro gratis. Las cintas rojas rodeando edificios comprometidos estructuralmente. Los papeles en la entrada de los colegios con el dictamen de protección civil. Aún hoy lo sigue haciendo: solo ayer pasamos frente a un edificio en ruinas, un cajero al que esperaba ir estaba en un edificio rodeado por cinta roja y sigue habiendo centros de acopio por todas partes, aún si el destino de lo que recolectan sea medio dudoso algunas veces. Tengo amigos que todavía siguen sin casa.
Quería escribir aquí en el blog en esos días, hacer una recopilación de qué hacer, a dónde llevar la ayuda, en qué cuentas consignar algo para la cruz roja o los topos o cualquier organización que necesitara apoyo. Pero la información era confusa y contradictoria (en un lado salía la cuenta de los topos, en otro decía que no aceptaban donaciones y que las cuentas eran falsas…) y no lograba encontrar mucho en qué confiar, menos aún un estado mental desde el cual escribir. A veces el silencio es la mejor ayuda.
Las ayudas…
Ver a los mexicanos unirse y ayudar durante días me hizo sentir el corazón más grande y aliviado así no estuviera ahí cargando baldes llenos de ladrillos rotos. Me hizo recobrar algo de la fe en la humanidad que siempre se pierde. Saber que los brigadistas cantaban llorando me hizo llorar a mí también, así nunca los oyera ni en un video.
Hay muchísimos tipos de ayudas, mil formas de aportar algo. Están los que se vieron muchísimo, todos los voluntarios, expertos y no. La perrita Frida. Todos los que apoyaron en centros de acopio. Mucha gente escribiendo sobre cómo estuvo en una línea de vida. Todos buenísimos. Importantísimos.
Pero ahorita me senté a escribir y pensé que, entre todos los testimonios que leí, no había ninguno de los que dicen “no reaccioné igual que todos los que ofrecieron sus casas y salieron a levantar escombros”. Y no porque no haya habido gente que no reaccionara de la misma forma y se sintiera tan mal o peor que yo. O porque no hiciéramos nada, porque probablemente fuimos, hasta un punto, un apoyo para otras personas. Yo hice más de cien sándwiches en la casa que alguien más fue a entregar. Es solo que no está tan publicitado, no es tan emocionante, no te hace quedar tan bien como decir que fuiste a levantar escombros. De nuevo, no porque hayas hecho algo mal, o porque no hayas hecho nada (porque lo hiciste, dentro de tus capacidades) sino porque no lograste estar lo suficientemente bien lo suficientemente rápido o de la misma forma que todos los demás. O porque no es algo tan llamativo. Pero cada granito contaba, ayudaba a alguien y entre todos fue que esto salió adelante.
…vienen de todas partes
Quiero dirigirme a los otros lentitos o más afectados o que reaccionaron de formas distintas, los que somos demasiado sensibles y no reaccionamos como se esperaba a la primera, quiero decirles que no están solos y que, al menos yo, no creo que estén del todo mal.
Somos varios los que fuimos diferentes y apoyamos desde nuestras mantitas en la seguridad de las casa, o desde el trabajo donde apenas si tuvimos una pausa, a los valientes que salieron y dieron la cara que pusieron en todas las redes sociales y periódicos del mundo.Seguro fuimos varios los que hicimos sándwiches así luego fuera otro el que los repartiera a los brigadistas porque nos daba miedo salir a donde todo estaba feo. Seguro fuimos muchos los que dimos una sonrisa de agradecimiento al brigadista cansado que iba en metro, con sus botas y su ropa llenas de polvo. Pero eso está bien. Todos tenemos el mérito de haber apoyado con algo a nuestra familia, vecinos, compañeros e incluso a nosotros mismos. Todos ayudamos en algo y estuvimos juntitos en esos días, como si fuéramos uno. Es como decía una de las vallas gigantes de Gandhi, la librería: “Dejamos de ser 120 millones. Ahora somos uno solo”. Qué frase tan concreta, yogui y bonita para resumir lo que se sentía en esos días.