Flores.

“¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.” (Confucio)
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¿Te cuento una cosa? Pero tienes que prometerme que no se lo vas a contar a nadie. No cruces los dedos, que te veo. Confío en ti, ¿se puede confiar en ti, no? Sea como sea, me arriesgaré.
Hoy sólo quiero flores. Cada día que pasa, más flores quiero. Seguro que piensas que vaya rollo de secreto, que ya ves tú, que vaya ful. Pero no, no lo veas de ese modo. Lo que te estoy contando, aunque no lo creas, es importante. ¿O acaso no sabes lo importantes que son las flores? Las flores ayudan a entender el amor, dijo alguien algún día. Y yo puntualizo (aunque en este caso sea puntualizarme a mí misma): creo que ayudan a entender la vida. Así, en general.
Y yo hoy sólo quiero flores. No sé si es por estar leyendo “No me dejes”, de Màxim Huerta. No sé si es porque estoy recuperando mi vena “Stressed Closet” (para quien no lo sepa, fue mi primer blog). No sé si es porque hace poco volví a ver “Historias de San Valentín”. No sé el motivo. Sólo sé que quiero rodearme de ramos deshechos, de pétalos perfumados, de jazmines enredados entre personas que se quieren. Que se quieren regalar flores. Y sé que suena ñoño, estúpido y romántico hasta un nivel que sobrepasa mi propio nivel de moñismo. Pero bueno, esto es lo que hay. ¿Lo compras, o lo dejas en el estante?
Porque ahora que ya sé lo que hace falta para vivir, ahora que sé lo que es el arroz, quiero más flores.  El arroz hace falta, lo sé. Pero es que ya tengo demasiado, tengo la despensa llena de paquetes. Y si te digo la verdad, estoy por tirar parte, o mejor, por dejarla en cualquier portal, a ver si a alguien lo quiere.
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¿Sabes una cosa? Te regalaría todos mis consejos. Todos. Desde el primero hasta el último. Hablo de todo eso que cuento, que hablo, que digo. Todo eso que escribo para todos, pero que, en realidad, me escribo a mí misma. Te lo regalaría todo. A ti. A quien seas.
Te cedería la experiencia, las comeduras de cabeza, las horas tras tantos y tantos pensamientos. Te daría parte de mi cerebro. Todo tuyo, yo ya no lo quiero. El rincón que contiene lo vivido, te lo doy. El cuadrante que guarda el aprendizaje a base de decepciones y horas tontas, también te lo doy. Esa minúscula esquina donde aún escondo los temores y los sueños que no aspiro a ver cumplidos, también, para ti. ¿Lo envuelvo con un poco de papel, o lo prefieres metido en una bolsa, sin más?
 Hoy me da lo mismo todo. Paso de ir de sabia, de ir de lista, porque no hay nada peor que alguien tan joven parezca tan vieja. Hoy paso de enlazar palabras como si fueran pedazos de espumillón directos a adornar el árbol de Navidad. Porque,  ¿sabéis una cosa? Las palabras escritas son sólo sentimientos dormidos que ansían despertar. Lo que cuenta son los pasos, los actos, los pactos. Lo que cuenta es aplicar el cuento.
Y yo hoy sólo quiero flores.
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Quiero más aún por lo que vivir. Quiero tiempo. Tiempo libre y de verdad. Tiempo del que merezca la pena cada segundo. Tiempo del que se pasa con alguien, con una manta como único testigo, con unas flores aguadas en un jarrón de los chinos sobre el televisor, o la mesa, o la encimera de la cocina. Quiero tiempo. Tiempo del que te deja la mente en blanco, sin preocupaciones ni luchas internas, ni estrés, ni problemas.
¿Te sigo contando, o es demasiado cursi como para que lo aguantes? Si todavía lo soportas, te seguiré diciendo. 
Quiero flores porque quiero hacer algo que cuente. Algo que signifique más que vender. Algo que tenga el alma pura, que sólo dependa del agua, de la tierra, del sol. Algo que no necesite hashtags para definirse. Algo que me llene tanto que no me haga falta preguntarme tantas cosas. Algo que me recuerde a él, sin que sea él. Algo que lleve todas las mayúsculas que ahora sólo son tontas minúsculas sin sentido ni pasión.
Quiero que todo se vuelva del revés. Que aparezca un sombrerero loco, una reina de bastos, o un unicornio que no crea en los humanos (me encanta ese “I don’t believe in humans”). Y que hablen las macetas. Y que se abran los corazones. Y que nadie nunca jamás me diga que tiene miedo a enamorarse. Y que se caigan las tortillas que tanto dan vueltas y se espachurren contra el suelo. Y que los malabarismos se vean sólo en los circos. Y que los incendios sean de calor y no de nieve, aunque me siga matando esa canción.

¿Y todavía dudas que las flores ayuden a entender la vida?
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Pero quiero que me guardes el secreto, recuerda no contárselo a nadie.
M.

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