No soy de la idea de que con las fiestas se haga borrón y cuenta nueva con los episodios de nuestras vidas pero si considero que es tiempo de reencontrarnos a nosotros mismos y redescubrir al niño que duerme dentro de uno mismo. Ese niño que es feliz con las cosas sencillas y que con el tiempo se va olvidando.
Una pelea no tendría que durar más que el tiempo en que tarda secarse una lagrima para ser reemplazada por un abrazo y una sonrisa. Hablar de política y religión no tendría que ser más importante que inventar juegos, o compartir un pan con tanta gente que padece hambre y necesidad. Tendernos las manos como hermanos debería ser lo natural.
Ojalá que no se mueran aquellos abuelos que nos cuentan mágicas historias, sobre todo la del niño que nació en Belén, sobre esa estrella que hace mucho guió a los reyes magos a través del desierto. Que los días malos se opaquen con la luz de las risas y la ilusión, y que los padres no le tengan miedo a los años que nos regalan la experiencia en su camino.
Si en verdad es tiempo de amor y de paz -y en lo personal es mi deseo para esta Navidad-, dejemos que el espíritu del Niño Jesús ingrese a nuestros corazones y reguemos de maravilla el sendero de todos aquellos que nos rodean.
Que a todos les vaya mejor en todo, para que así, puedan compartir con el que no tiene qué llevar a su hogar, y experimentar esa transformación que nos permitirá acercarnos cada vez como hermanos y humanos.
Que la paz de Jesús sea en todos vuestros hogares.
Feliz Navidad queridos amigos. Marcelo Figueroa Vargas
Arequipa - Perú