Aunque en esta ocasión sólo estuvimos tres días, estuvieron muy bien aprovechados y con tiempo para todo. Como siempre hacemos, nos alojamos en el Hostal Moraima de Capileira; se trata de un establecimiento familiar, sencillo, pero con una limpieza y un trato maravilloso en el que desde el primer momento uno se siente como en casa. Todo en este pueblo es agradable: el olor a pan recién hecho del horno de Luisa; sentarse en la terracita del bar El Tilo (¡como me gusta este bar!) y escuchar el agua brotar del pilón o delante de su chimenea cuando el frio aprieta; caminar entre nogales, a paso tranquilo, hasta el puente de La Cebadilla...aunque si tuviese que elegir sólo uno me quedaría sin duda con los paseos nocturnos acompañada de mi hija (otro enamorada de este lugar) entre cuestas empinadas y silenciosas hasta llegar al Mentidero, para una vez allí observar la maravillosa estampa de Bubión y Pampaneira iluminadas.
También hubo tiempo, en esta escapada, para visitar Pampaneira, recientemente incluida en la red de los pueblos más bonitos de España. En Pampaneira hay, en mi opinión, dos cosas obligadas (además de dejarse enamorar por sus callejuelas, por supuesto) y son visitar la bodega La Moralea y darse un homenaje gastronómico en el restaurante El Lagar. Y, por supuesto, eso es lo que hicimos porque como ya os he dicho Eusebio y Noelia son, al igual que yo, enamorados de la buena cocina tradicional, esa en la que la materia prima de primera calidad es lo más importante. Para los amantes de la gastronomía, entrar en La Moralea debe ser lo más parecido a atravesar las puertas del paraíso: embutidos, quesos, aceites, infusiones, vinos, sales, chocolates, dulces...y un sin fin de productos se agolpan en los estantes de este estupendo establecimiento.
Aquí, además, uno puede darse el placer de degustar una tabla de embutidos acompañada de vino de la tierra.
Después de abandonar esta bodega, apenas unos pasos más adelante, uno se topa con el que es mi restaurante favorito: La Bodega-Asador El Lagar. El local en sí mismo tiene un encanto maravilloso, la forma en la que te hacen sentir sus propietarios es como sentirse en casa y la comida que allí puede degustarse es sencillamente maravillosa. Raciones generosísimas de cocina tradicional, ese que se elabora sin prisas, con fidelidad a los recetarios de antaño y que te hace disfrutar en cada bocado. Nosotros en esta ocasión optamos por tortilla de vegetales (un obsequio de la casa nada más sentarnos), pollo de la abuela, jabalí en salsa (para chuparse los dedos), migas a la brasa y una ensalada de tomate "aliñao" ecológico de temporada.
Tanto nos gusta este sitio que siempre que visitamos La Alpujarra hacemos, como mínimo doblete. Esta vez también fue así y nuestra última noche fue nuestra elección para cenar. En esa ocasión nos decidimos por unas patatas asadas a la leña con alioli, una pizza casera cocida al horno de leña espectacular y unas chuletas de cordero ante las que nos faltó bien poco para levantarnos y hacer la ola.
Y para quemar los excesos nada mejor que pasear por las empinadas y bellas calles de Pampaneira; deleitarse con los coloridos de las jarapas expuestas en las puertas de sus muchas tiendecillas; darle un buen trago a la fresca agua de la fuente de San Antonio, para encontrar novio; caminar hasta el lavadero y desde allí observar los "terraos" de tierra launa de todas sus casas.
Todos y cada uno de sus rincones son realmente maravillosos.
En nuestra segunda jornada Alpujarreña, nuestra ruta gastronómica nos llevó hasta Bubión donde se encuentra el restaurante Teide, otro de mis incondicionales. Aunque todo allí esta delicioso, lo que en mi opinión merece el calificativo de plato estrella son sus migas. Recuerdo que la primera vez que las pedimos empezaron a sacar a la mesa bandejas de ensalada, melón, morcillas, chorizos, pancetas...recuerdo como nos mirábamos sorprendidos y como al final cuando nos decidimos a decir al camarero que lo que habíamos pedido eran migas él nos respondió que allí las migas se servían así. Hoy, treinta años después, siguen siendo exactamente igual. El turismo creciente no ha hecho que pierda ni un ápice de cantidad ni tampoco de calidad y eso es algo que me encanta.
El día concluyó con una visita a un secadero de jamones, donde disfrutamos con los aromas de las miles de piezas curándose al modo natural, sin cámaras frigoríficas ni productos químicos ¡Un deleite para todos los sentidos!
Además, de camino al secadero no dudamos en hacer una paradita en Pitres donde aprovechamos para degustar los deliciosos chocolates artesanos Sierra Nevada. Lástima que ese día no estaba allí Lourdes pues me hubiese encantado conocerla en persona ya que hace un tiempo tuvo un detallazo conmigo al enviarme un magnífico lote de productos para el blog. Todo lo que hacen en su fábrica artesana es una delicia: chocolates de todos los sabores imaginables y también inimaginables, higos rellenos, trufas y tentadores bombones con sugerentes rellenos (tengo que probar los nuevos de cerveza porque esa combinación de sabores tiene que ser de diez).
Después de esta maravillosa escapada llego el momento de volver a casa, no sin antes cargar el maletero de todas las cosicas ricas que harían mi vuelta más agradable ¡Que ganas de volver me ha dado escribir esta entrada!