Cada noche el “tic tac” de su reloj viejo se paraba a una hora en específica, y como era recurrente hizo de ese “fenómeno” (Así le llamaba) El tiempo en el que el salía a mirar la luna y dibujaba todo lo que podía observar, cargando puesto sus hilachos favoritos.
Venecio era un señor de alta gama, más le encantaba vivir en la montaña en donde su abuelo se crió, le dejo su “riqueza” a sus hijos quienes muy pocas veces iban a visitarlo, estaba solo, pero decía cada vez que tenía oportunidad “La soledad es mi mejor compañera, no le temo”.
El taller en donde trabajaba quedaba al pie de la montaña, cerraba a las 8:00 P.M y subía el cerro en su bicicleta, era su rutina, y jamás se oyó de su boca una queja por ello.
Nadie nunca entraba a su taller, solo veía gente pasar, y aunque les ofrecía su material, jamás a alguien le intereso lo que tenía. Pero como ya les dije, a el no le importaba.
Cada vez que subía la montaña, tarareaba canciones, usaba solo una linterna la cuál alumbraba lo suficiente. Decía que su cabaña era la luz mas brillante en la noche más oscura, podía verla desde el pie de la montaña, y así se sentía seguro.
Al llegar a su hogar, lugar dulce y acogedor, se hacía un cafe y abrazaba a Gris (Su gato), esperaba a que su reloj dejara de sonar y salía a dibujar lo que la noche le regalaba. En eso sus días se iban.
Un día, bajando la montaña, conoció a un señor llamado Moises (Su traje lo tenía timbrado), era barburo, cabello blanco, y de un vestir muy elegante, se preguntó: ¿Quien estaría tan loco como para vestirse así para subir una montaña? Aunque no dijo nada y siguió su camino.
Al llegar a su taller se sorprendió, lo habían cerrado, y no entendía porqué. Gritó, y se arrastró de sentimiento, era casi lo único que le quedaba en el mundo de su propiedad, ya que todo lo que el tenía se lo había regalado a sus queridos hijos, claro, sin arrepentimientos.
Venecio, con su cara llena de lagrimas, sus pies descalzos llenos de lodo, y su bolso de un lado, regresó por donde vino sin decir una palabra más, para su sorpresa, a mitad de camino, se consiguió al mismo señor, ese tal “Moises” y sin lugar a dudas le preguntó: ¿Que hace solo merodeando en la montaña Sr. Moises? Es usted un hombre muy valiente.
El señor no le respondió la pregunta, solo se ofreció a acompañarlo en el camino y Don Venecio no se negó. Subiendo la montaña, el Sr. Moises le contaba quien era, nada extraña era su vida, por ello Don Venecio al llegar, le ofreció entrar, más Moises rechazó su invitación y se marcho, “Hasta pronto Venecio” dijo con una voz muy grave.
Ya Don Venecio no tenía nada que hacer bajando la montaña, además de que estaba algo viejo y se cansaba muy rápido aunque jamás lo reconoció, habían cerrado su taller, y no le quedaba nada más que su cabaña.
Pasaron los días y empezó el invierno, las tormentas no cesaban aunque Don Venecio no le temía a nada. Para su sorpresa, cuando su reloj paró, tocaron su puerta, exclamó: ¡Carambas! A quién en su sano juicio se le ocurre tocar mi puerta a altas horas de la noche.
Abrió, y allí esta el Sr. Moises, no entendía nada, más lo dejo pasar, le ofreció una taza de café, y charlaron mientras el dibujaba con poco talento lo que la noche le regalaba.
Moises le dijo a Venecio lo siguiente:
-“Don, disculpe mi atrevimiento, es usted un señor muy amable y espero no haberlo asustado, subí este cerro porque jamás me canso, soy un viejo extraño, o eso decía mi abuela que en paz descanse, vengo para avisarle que alguien me ha mandado aquí, me dijo que lo lleve a la realidad, y que baje mañana a las 8:00 A.M a su taller, una sorpresa le espera.”
Don Venecio sorprendido le responde:
“Usted algo de mala espina me da Moises, pero como todos en la montaña saben, no le temo a nada, no se preocupe, allí estare mañana viejo.”
Moises se fue, y Venecio no espero que su reloj comenzará a sonar de nuevo, y se fue a dormir algo ansioso.
Amaneció, se levanto a las 7:30 A.M y bajo la montaña hasta su taller. Estaban sus hijos, Matias, Antonio y Erlón, parecía que tenían una conversación muy interesante, y aunque se acercó jamás le hablaron, jamás voltearon, jamás le prestaron atención. Su hijo mayor, Antonio, le dijo practicamente a gritos a un señor muy bien vestido, con trapos de empresario tonto “Mi padre murió hace años, esto nos ha quedado a nosotros, y quiero venderlo, ya no soporto ver su taller cada vez que vengo”.
Venecio con lágrimas en sus ojos dijo ¡Muchacho mentiroso! Se quiere deshacer de mi, y se marcho, fue a su cabaña y sentó a la orilla de un árbol que daba escalofríos cuando se acercaba la noche, pensando en lo que había ocurrido, al rato, cuando se estaba quedando dormido, escucho pasos y entro a la cabaña algo asustado, era el viejo metiche de Moises, le abrió la puerta y le dijo: ¿Por qué usted me ha mandado a mi taller? ¿Como sabía que mis hijos estarían? ¿Por qué? Me ha arruinado la vida viejo.
Moises entre risas aunque algo apenado le dijo:
“Viejo tonto, bruto y hueco, acaso… ¿Acaso no te has dado cuenta que jamás nadie te visita? ¿Por qué crees que tus hijos ya no suben la montaña? ¿Por que crees que el café nunca se acaba? ¿Por qué crees que me ves a mí? Don Venecio, usted murió hace 6 años, después de tomar una taza de café, salió a dibujar la luna con Gris, dio un mal paso y rodo bruscamente hasta el árbol en donde posaba su bicicleta y murió en cuestión de minutos, por ello es su estúpida rutina, por ello siempre hace lo mismo, quedo varado en este mundo, jamás supo que estaba muerto porque aún no lo ha querido aceptar, no quiere abandonar lo unico que conoce, ¡ESTA MUERTO VIEJO TONTO! Larguese de aquí, y vayase conmigo al infierno, que es de donde provengo”.
Don Venecio no lo entendía, al voltear con furia a ver a Moises, notó que ya no estaba, solo estaba el periódico que siempre cargaba en su bolsillo, lo leyó y notó que… Estaba muerto, su muerte estaba plasmada allí, el periódico era de hace 6 años, notó que tenía razón el viejo Moises, y lloró toda la noche pidiendo un descansar en paz.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que ya no estaba en su cabaña, notó que… Había ido a un lugar despampanante para sus ojos y muy ruidoso, alguien cuidaba la entrada de un castillo negro, y supuso que ese era su destino. Entró, y estaba solo, aunque escuchaba voces atormentadas dentro de su cabeza, era una especie de calabozo ese lugar, más no le importo, era un viejo valiente y lleno de agallas, le tocó caminar por el camino más estrecho, lleno de huecos por doquier… Se encontró con Moises ¡Par de almas perdidas! Exclamó riendo. Gran sorpresa se llevó al darse cuenta, que el viejo con hilachos caros, estaba hundido en el infierno y aún así lo fue a liberar del limbo en donde vivía.
Don Venecio nunca notó mi presencia, yo lo veía desde el más allá, nunca me atreví a hablarle, porque aunque lo hiciera, jamás iba a escucharme, además, quien querría acercarse a un demonio llamado Bestkon perdido en otro mundo.
Desde esa entonces nunca lo he vuelto a ver por estos lares, pero suelo atormentar aún a quien se acerca a su cabaña haciendo que el “tic tac” del reloj se pare, haciendo que el café se mantenga caliente en la mesa vieja cerca de su sillón, y por supuesto… Haciendo que la puerta rechine al cerrar mientras me cuelo por la ventana saludando a quien tiene la osadía de ver la foto de Venecio, rasguñando su alma