Los ardientes rojos del crepúsculo y la intensidad de todos los verdes de la vegetación es la combinación perfecta en los atardeceres, en un pueblo legendario, herencia de los Mishcas y los Chancas. Ese pueblo es Canchaque. En esos atardeceres por los caminos de herradura que llevan a la plaza, deambulaba como siempre el pequeño jasquit. Él se había quedado hace algunos años, después del alboroto de las fiestas, abandonado sin familia y sin hogar, viviendo de la caridad de las tortas de don Hilario y de la chicha de doña Silvia.
Dormía en las calles escuchando las innumerables historias que la gente narraba, siempre contento, siempre cantando, siempre soñando. Una tarde cuando el rojo del sol quemaba, subió al Mishahuaca. Había escuchado que el cerro hablaba, sabía que para que el cerro hable, había que pagarle. Por lo tanto, llevó consigo unos huevos de cristal de colores que encontró en una de sus expediciones por la quebrada El Limón.
La cuesta le fatigaba. Se refrescó con la rica agua de los arroyos, las granadillas y las naranjillas silvestres. Había pasado ya por Los Peroles, lugar de ensueño con caídas de agua y una laguna. Al acercarse a las enormes piedras, casi cerca a la cima del majestuoso cerro, escuchó una retumbante voz que le preguntó: ¿Cómo te llamas?
¾ Jasquit ¾respondió. Y dejó en una cueva los huevos como ofrenda.
¾ Gracias ¾dijo el cerro¾ No era necesario. Tú puedes venir cuando desees y hoy es un día especial ¿Quieres entrar?
¾ ¡Sí! ¾ dijo Jasquit sin dudarlo.
En ese momento, una enorme puerta de piedra se abrió en el cerro, que Jasquit atravesó. Una vez adentro se quedó asombrado. Vió toda una comunidad de gente de otra época. Era la morada del Señor de Canchamanchay. Todo era hermoso y muy ordenado, las calles estaban ataviadas de dorado y piedras preciosas. Pudo contemplar diversidad de frutas y animales domesticados como el perro lobo, aves caguayras con cola de reptil, árboles y plantas que hablaban, hermosas flores y muchas personas.
¾ ¿Dónde está el Señor? ¾preguntó.
¾ El Señor sale cuando se oculta el sol y la luna brilla en el firmamento. ¾le respondió un súbdito.
Entonces decidió esperar mientras caminaba con ese espíritu explorador, siempre observando y maravillándose. Cada vez se maravillaba con lo que sus ojos podían ver. Vivían como una hermandad realizando labores para agradar al Señor. En su camino encontró un gran palacio con paredes de oro y plata. Logró escabullirse en su interior sin ser visto por nadie. A lo lejos vió boquiabierto a una hermosa muchacha de largos cabellos negros, piel canela y radiantes ojos. La adornaban unos enormes aretes de plata y un vestido con escamas de oro.
No se contuvo y se le acercó.
¾ ¿Cómo te llamas? ¾le preguntó.
¾ Lana Tayn. ¾respondió en tanto se marchaba, desapareciendo entre los amplios salones del palacio.
Regresó, entonces, para ver al Señor al mismo lugar de donde partió. Sonaron cuernos y tambores anunciando la llegada del Señor. Al ver que se iba aproximando la corte real, un inusitado nerviosismo le invadía. El Señor de Canchamanchay venía en un enorme anda, cargado por súbditos muy bien ataviados. Atrás venía su esposa, Lana, en otra anda y de último su hija, Lana Tayn, en un anda más pequeña. Ellos salían en noche de luna llena para agradecerle a la luna la vida eterna que les había concedido.
Era una ceremonia muy especial y una vez que el Señor concluyó con el recorrido, y habiendo notado la presencia del extraño, ordenó su presencia ante él. Jasquit, quien hasta ese entonces estaba maravillado, quedó atemorizado.
¾ ¿Quién eres? ¾preguntó solemnemente.
¾ Me llamo Jasquit y vengo de Canchaque. ¾respondió.
¾ Si vienes de Canchaque eres de los nuestros y eres bienvenido.
Jasquit, quien era huérfano y no tenía a nadie, se sintió muy bien allí. La luna estaba más grande que nunca y los súbditos bailaban y ofrecían las mejores frutas y animales. Era una fiesta en su honor. Cerca de la media noche el Señor agradeció arrodillado y todos se tendieron en el suelo. Jasquit hizo lo mismo. Al verle, el Señor se le acercó y le dijo:
¾ Puedes pedir un deseo.
En ese momento se encontró con la mirada de Lana Tayn y pidió su deseo en voz alta:
¾ Quiero quedarme a vivir aquí.
¾ Tu deseo es concedido.
Años más tarde, él contrajo matrimonio con Lana tayn y formó parte de la gran dinastía de los Canchamanchay.
Nunca más se volvió a ver al niño llamado Jasquit deambular por las calles de Canchaque. Más bien, aún se cuenta que en las noches de luna llena se escuchan los sonidos de los cuernos y los tambores anunciando la llegada del gran Señor de Canchamanchay.
Luis Sandoval Peña
Piura - Perú