Frank Underwood es un personaje de ficción del que se pueden encontrar abundantes artículos del tipo "las mejores citas de...". Frases como...
"La democracia esta tan sobrevalorada."
"La gente respeta el poder. No la honestidad."
"Le lanzaría por el hueco de las escaleras y prendería fuego a sus huesos rotos si no fuera porque iniciaría la tercera guerra mundial."
"Aunque soy un hombre adulto, disfruto los videojuegos."
O mi favorita:
"Usted no es sujeto de ningún derecho."
Las frases tienen su aquel. Especialmente porque el personaje que las dice es todo un Presidente de los Estados Unidos en el drama político producido por Netflix, House of Cards. Y es Kevin Spacey quien las interpreta con su clase habitual. Lo que, inevitablemente, mola.
Frank Underwood no es un presidente al estilo de El Ala Oeste de la Casa Blanca. Es todo lo que se puede esperar del político villanizado ideal en manos del actor que ha hecho una carrera de interpretar brillantemente retorcidos manipuladores. Y aunque ya en la primera temporada cruzaba la peligrosa línea entre bastardo manipulador y asesino psicópata, el estilo y la convicción de que Spacey le pone al personaje permitía hacerse el loco a ver a donde iba la cosa.
Genealogía del personaje.
Hay que mirar hacia atrás. Antes de Frank Underwood tenemos a Beau Willimon, creador y guionista de la serie. A Willimon le involucró en House of Cards David Fincher, quien no debería necesitar presentación. David Fincher descubrió la mini serie inglesa House of Cards a comienzos de este siglo y la llevó a Netflix.
La serie emitida con gran éxito en 1990 adaptaba la novela sobre sobre lo peorcito de la clase política inglesa escrita por Michael Dobbs. En la novela, Underwood era Francis Urquhart. Su mujer, Elizabeth, jugaba un papel mucho menor que en la actual serie de TV y el libro finalizaba con la muerte del protagonista.
Eso cambió en la adaptación realizada por la BBC en la que también participó Dobbs y dejó a Francis tan vivo como en posición de seguir pergeñando cabronadas sin límite a sus colegas y conocidos. Dobbs, en un curioso ejemplo de retro continuidad, aprovechó el éxito de la serie para continuar las novelas en el punto que las había dejado la BBC en lugar de su propio libro. Dos continuaciones que tuvieron un gran éxito y fueron adaptadas por la BBC con similares resultados.
Ea, ea, ea, Frank se cabrea.
House of Cards cuenta la historia del monumental cabreo de Frank Underwood que le lleva a reescribir la historia del país a medida de sus ambiciones. Kevin Spacey encarna al congresista demócrata que integra el equipo electoral del candidato a presidente Garret Walker. Cuando Walker gana las elecciones e incumple la promesa de darle una Secretaría de Estado, la venganza del congresista será terrible. Underwood inicia una escalada de maniobras ocultas, manipulaciones abiertas, golpes bajos, promesas con trampas, hipocresía sangrante, chantajes irrenunciables y asesinatos que le llevará a ir derribando a cada uno de sus enemigos políticos hasta acabar con Walker. Sí, Kevin Spacey de psicópata cabronazo y como Presidente de los Estados Unidos.
En ese punto terminaba la segunda temporada del House of Cards de Netflix que coincidía con el final de la primera en la versión original de BBC. El problema de ese recorrido eran los altibajos. El alti es la primera temporada y el bajo la segunda.
Mientras que la primera es la que asienta el prestigio de la serie como drama político más o menos serio, la segunda se lanza por el precipicio del folletín con poca querencia a la coherencia y menos a la verosimilitud. Con el grave hándicap de que el desarrollo venía a ser un calco de la temporada anterior. Pero ya, al fin, tenemos a los protagonistas de nuevo en una posición interesante.
Como Presidente de los Estados Unidos, Frank se enfrenta a nuevas clases de problemas y personajes. Uno que promete ser un contrincante tan chungo como el propio Underwood es el Presidente ruso Vladimir Putín con otro nombre que protagoniza un antológico tercer episodio. Pero lo que se presenta más interesante no son las escaramuzas geopolíticas o las maniobras de Underwood para postularse como candidato en contra de la voluntad de su partido. Sino ver como alguien que se ha distinguido por una inhumana ausencia de empatía va a convencer a millones de electores de que, en realidad, le importan. Algo que imagino llegará en la próxima temporada.
House of Cards vuelve a estar interesante en esta tercera temporada porque ha hecho progresar la trama y los personajes y lo ha llevado a un nuevo terreno. La querencia por el despiporre sigue, me remito de nuevo a Putín y el morreo que le casca a Robin Wright -Claire, esposa de Frank- delante del propio Underwood. Pero también tiene momentos en los que trasciende su formato de entretenimiento y conecta con la sensibilidad que hay al otro lado de la pantalla. Que es cuando una serie consigue calar en el espectador.
You´re entitled to nothing.
Un momento así se ve al final del segundo episodio. Underwood, acorralado dentro de su partido, inicia una arriesgada maniobra política que le lleve, eventualmente, a la reelección. Toma la iniciativa y televisa un discurso en el que lo primero que el Presidente recuerda a sus ciudadanos es que no son en absoluto sujetos de ningún derecho. Y se sincera:
"Buenas noches. Durante demasiado tiempo Washington y nosotros os hemos estado mintiendo. Decimos que estamos aquí para serviros cuando, de hecho, nos servimos a nosotros mismos. ¿Y por qué? Nos impulsa nuestro deseo de ser reelegidos. Nuestra necesidad de mantenernos en el poder eclipsa a nuestras obligaciones de gobierno. Eso termina esta noche. Esta noche os diré la verdad.
Y la verdad es que el sueño americano os ha fallado. ¿Trabajas duro? ¿Sigues las reglas? No se os garantiza el éxito. Vuestros hijos no alcanzarán una vida mejor que la vuestra. Diez millones de personas no consiguen empleo aunque los busquen desesperadamente. Estamos bajo la carga de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, asistencia social, prestaciones sociales? Y esa es la raíz del problema. Quiero ser claro: ustedes no tienen derecho a nada."
Es una provocación con la que vender la moto que va a contarles a continuación y que no tiene otro objetivo más que ayudarle a mantenerse en el poder a toda costa. Pero Frank Underwood interpela directamente al espectador cuando dice esas líneas. Y al hacerlo está mostrando algo que jamás diría un político públicamente pero cualquiera ha podido sentir en su experiencia personal. Cada palabra de ese discurso podría ser dicha por casi cualquier político y ser absolutamente ciertas.
Es en un momento así cuando House of Cards es más que ficción, se siente como una constatación de como es realmente la vida y comparte algo con el espectador que va más allá del entretenimiento. Se agradece la honestidad, en otras palabras.