EL PREDICADOR



"Nunca, nunca estamos en peligro de ser tan orgullosos como cuando creemos que somos humildes." - Charles Spurgeon (1856 -1892)***

En estos tiempos de prueba para los valores humanos, mucha gente dice que ha perdido la fe; otros, en cambio, se sienten profetas y gritan desinteresadamente por la conversión, o reversión hacia los credos tradicionales; desde su propio espíritu trastornado apalean la molicie de nuestra “new-age”. ¿Fanáticos? ¿Voceros de un negocio?... Lo cierto es que promueven milagros, como el de esta escena reciente:

Ardiente mediodía de diciembre. Hace veinte minutos que la gente espera el colectivo en la plaza. Por supuesto, está atrasado. Las campanas de la catedral dan la una de la tarde con música de “Noche de Paz”.

De pronto explota la voz del predicador: “¡Jesucristo es el único camino para la vida y la paz!”

Personaje conocido, si los hay en Córdoba, siempre está a la sombra este moreno robusto y cuarentón que lleva una cadena gruesa cruzada al pecho. Debe de tener alguna conexión con la empresa de ómnibus; parece que le avisan cuando un coche viene atrasado; entonces, brota de improviso en su bicicleta y comienza su labor redentora.

¾ ¿Qué esperas? ¿Qué esperas? ¿Llegar a tiempo para que no se te derritan los helados? ¿Cuidar que no se malogren los lechones que has comprado? ¿Así preparas la Navidad?

Los pasajeros lo ignoran, comentan los preparativos de la fiesta, miran las palomas y otean el camino del transporte.

¾ ¡Gula y pecado! ¡Así preparas la llegada de tu Redentor!

¾ De Papá Noel, boludo— grita un adolescente — ¡Viva la joda! ¡Tomá unas garrapiñadas para que te las!

Algunos le chistan al pibe; otros se ríen y lo palmean.

Se palpa el nerviosismo de los que esperan. Tantean sus bolsos: efectivamente, se están ablandando los congelados.

¾ ¡Hijo de las Tinieblas! ¡Te vas a condenar! ¡Traigo el aviso de la Justicia Divina!—sacude la estrepitosa cadena— ¡Adoras a tu estómago, glotón impío! ¡Ya estás cebado, entonces! ¡Tienes el cuchillo en tu barriga!

Y el colectivo no viene. Sobre la vereda hay algunos charquitos de agua y frutas apretadas. Crece la tensión. Un hombre obeso lo mira con odio. Una jovencita desaliñada trata de calmar al bebé glotón, dándole de mamar.

Las campanas dan el primer cuarto después de la una y el predicador sigue con su atronadora letanía: los Romanos, los Gálatas, la hipocresía del Papa

«Ave María Purísima» Una anciana se apoya en el carrito de compras, saca un rosario y un paquetito de frutas frescas, y avanza temblequeando y sacudiendo el rosario.

«¡Señora! ¡Cuidado! ¡Es un loco!»

Entra en el aura del predicador; él la mira extático; ella irradia una luz extraña, mágica; puede que no sea ella, sino las baldosas quemantes de la plaza, pero

¾ Hijo; hace mucho calor; tomá estas uvas para que refresqués tu garganta

Mágico silencio. El predicador queda impactado; parece que viera a los ángeles, desparramando su guión. Recibe las uvas, y empieza a comer.

La viejita le marca con el índice: “Uva número uno: «No juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados». Uva número dos: «El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios». Uva número

Frena el colectivo delante de la cola. «No abrás la boca», le sopla el gordo al adolescente, que es el primero de la fila. «Ni se te ocurra decirle que deje de comer, por favor» dicen los pasajeros mientras suben.

¾ Adelante, señora. Suba que la ayudo con el changuito.

El predicador sigue comiendo, calladito, a la sombra. Suena la una y media, y las campanas cantan Noche de Paz.

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