Cuando se publique esta entrada estaré recién llegada a India, otra vez. Por eso, y antes de tomarme un descanso navideño (prometo volver, retomar el blog es uno de esos perennes propósitos de año nuevo), no quería dejar de compartir mi primera experiencia en India del año pasado. Es una entrada que empecé a escribir hace meses, pero para la que nunca encontré tiempo de dar el toque final, pero aquí tenéis, lo que empecé a escribir y lo que recuerdo de hace un año. Espero que os guste.
Esta es la historia, más que de un viaje, de una serie de sorpresas que nos llevaron a visitar tres lugares muy diferentes de India en una semana sin parar.
La primera sorpresa fue el viaje en sí, cuando todavía no teníamos planes de vacaciones y yo ni siquiera tenía un trabajo. La segunda, y no tan buena sorpresa, nos obligó a hacer cambios de última hora: de repente lo único que teníamos eran los billetes de ida y vuelta y una semana entera que ocupar. Pero India nos reservaba una tercera sorpresa, cuando por completa casualidad en la Oktoberfest de Munich, conocimos a los amigos de un amigo que nos invitaron de todo corazón a pasar unos días con ellos en Calcuta.
Bueno, la cosa ya pintaba algo mejor.
Los dos primeros días los pasamos en Bombay, una ciudad que asusta por su tamaño. El choque que sufrimos nada más salir del aeropuerto, con ese tráfico tan caótico y el contraste entre los rascacielos nuevos o a medio construir y los edificios más viejos, más pobres y peor cuidados, nos sirvió para que se nos pasara el jet lag de golpe. En Bombay nos quedamos en un Air B’nB y tuvimos la suerte de tener a un anfitrión encantador que nos puso todo a nuestra disposición, desde recomendarnos lugares a los que ir a dejarnos una tarjeta SIM india por si necesitábamos llamarle para cualquier cosa. En seguida, nos hicimos con un pequeño taxi negro y amarillo y nos lanzamos a la aventura.
En Bombay disfrutamos mucho de los mercados callejeros, yo por ver toda la ropa, la bisutería, los libros… y Kieran porque le encanta regatear. Estos mercados no son más que puestecitos y puestecitos uno al lado del otro en plena calle y a veces se hacen algo agobiantes, pero son toda una experiencia.
Desde Bombay se puede hacer una excursión en barco a la Isla Elephanta, donde pasamos el día el domingo.
Y por supuesto, para recuperar fuerzas, probamos toda la comida local que pudimos. Creo que ya lo he dicho varias veces, pero en casa somos fans de la comida picante y a mí, por otro lado, me pierde la creatividad de la cocina vegetariana. Lo que no sabíamos es que las raciones eran tan grandes.
Al día siguiente pusimos rumbo a Calculta, donde pasamos la tarde con nuestro amigo, y nos encaminamos a la parte más aventurera del viaje: Sikkim. Digo aventurera porque en tres días viajamos en tren de noche, helicóptero y yak (sí, yak). Sikkim está en el norte de India, en la frontera con China y es un mundo totalmente diferente. Es muy verde, con ciudades repartidas en las laderas de la montaña y carreteras llenas de curvas que las recorren… ¡y por las noches hace frío! Para llegar cogimos un tren de noche (una experiencia en sí misma) desde Calcuta hasta Siliguri y luego un taxi durante seis horas, con control fronterizo incluído, hasta Gangtok. Lo de ir a todas partes en taxi y negociar precios y destino es algo a lo que me costó mucho acostumbrarme… Desde Gangtok pudimos ir a ver un templo budista en mitad de la montaña y el lago Tsongor, desde donde casi casi se puede ver China. Para llegar hasta el lago hay que atravesar un par de zonas de entrenamiento militar, en las que está prohibido parar y hacer fotos, lo que añade más emoción a la aventura.
Después de nuestra visita montañera, volvimos a Calcuta para pasar los últimos días del viaje con nuestros amigos. La vuelta fue tan emocionante como la ida, ya que una parte la hicimos en helicóptero, con las espectaculares vistas del Himalaya desde la ventana.
Los días en Calcuta fueron más de familia y amigos que de turismo. Nuestros amigos nos llevaron a conocer la ciudad, a ver la zona universitaria, las librerías y los cafés. También visitamos sus restaurantes y bares favoritos y una de las noches terminamos en un concierto. No me canso de decir lo bien acogidos que nos sentimos, como dos más en la familia, con todo a nuestra disposición. La madre de nuestro amigo se propuso que probáramos la mayor variedad de comida casera india posible y yo creo que lo consiguió.
En resumen, como digo siempre que me preguntan, ir a la India es toda una experiencia y a veces no tengo claro si me gustó o no. Lo que creo es que es algo que hay que vivir, es un país enorme con muchos contrastes y supongo que cada visita será diferente. Por lo menos para nosotros, ya que esta vez vamos de boda. ¡Estad atentos a Instagram!
PS: si queréis algunas recomendaciones, mientras estábamos de viaje hice una lista en Foursquare con los sitios que íbamos visitando. Aún tengo que completar la parte de Calcuta, pero iré añadiendo más sitios en este viaje.