El trabajo al aire libre se vio propiciado por la innovación de los materiales pictóricos, como el caballete ligero y la pintura en tubos de cinc, que, sin duda, facilitaron notablemente su transporte. Así, el pintor conseguía en las tiendas de arte la pintura y las telas de pequeñas dimensiones ya preparadas, lo que le permitía pintar varios cuadros seguidos y plasmar las sensaciones efímeras que percibía. El impresionismo imprimió una profunda huella en la historia del paisaje francés, pues los impresionistas se dedicaron a observar París y sus alrededores. Instalaron sus caballetes en Normandía y en Île-de-France, en los muelles del Sena, en la campiña y a orillas del mar. La búsqueda de nuevas y coloridas sensaciones también les empujó a viajar, como en el caso de Claude Monet, que estuvo en Normandía, Londres y Holanda.
Por su parte, los títulos de las obras impresionistas suelen incluir el nombre de un lugar, una estación o una hora del día, y en ellas los artistas, cautivados por el movimiento, la naturaleza y la modernidad, pintaron caballos, trenes, puentes, barcas, veleros, banderas, humaredas, cielos, nubes y bailarinas, además del agua y sus reflejos. La composición, que queda reducida a la superposición de distintos planos, da la impresión de que el paisaje entero se aglomera en el primer plano. Los impresionistas abandonaron la perspectiva frontal y la ilusión de la profundidad. Asimismo, generalizaron los encuadres en picado y contrapicado. Los contornos, la densidad y el volumen quedaron desdibujados con el movimiento de la luz.
Para traducir la sensación genuina de la pintura al aire libre, los impresionistas emplearon los colores del espectro solar: el azul añil, el amarillo y el rojo (los colores primarios), el naranja, el violeta y el verde (sus complementarios) y todos los tonos intermedios, además del blanco.
En su calidad de pintores de la luz, los impresionistas renunciaron a los negros y los grises, y reemplazaron el claroscuro tradicional por un juego de reflejos cuya función consistía en transformar los tonos reales y en colorear las sombras. Para conservar la fuerza de los colores y sugerir el resplandor palpitante del sol, los artistas no mezclaron los colores en la paleta, sino que entremezclaron los tonos claros y límpidos directamente en la tela. Así, los colores se funden en la distancia en el ojo del espectador creando un efecto conocido como mezcla óptica, aunque también se logra este mismo efecto centelleante de la luz mediante la yuxtaposición de colores complementarios. Así, por ejemplo, Monet siente predilección por combinar los rojos y los verdes, mientras que Van Gogh tiende a yuxtaponer azules y naranjas. Al fin, la forma se confunde con el trazo y la tela se llena de pinceladas horizontales que evocan el chapoteo de las olas, de tildes verticales que emulan los tallos de la hierba, o de veladuras que insinúan el movimiento de las hojas agitadas por el viento.
La ejecución, rápida y fragmentada, diversifica los efectos de la materia pictórica, haciendo que la pincelada aparezca sucesivamente fluida, gruesa o granulosa en un mismo cuadro.
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Este texto es un fragmento del libro Movimientos de la Pintura de Larousse Editorial. Si te interesa este contenido, tienes más información sobre todos los movimientos relacionados con el arte de la pintura aquí: Larousse.es