La antigüedad griega se extendió desde el II milenio a.C., época de la civilización micénica, hasta el siglo II a.C., fecha en que Roma se apoderó de los reinos helenísticos.
Su espacio geográfico sobrepasó al mundo egeo. A partir del siglo VIII, inició la colonización estableciendo ciudades en las costas del Mediterráneo y del mar Negro; y en el siglo IV, las conquistas de Alejandro Magno extendieron el helenismo hasta Asia Menor, el Próximo oriente y Egipto.
A través de la expansión romana, esta civilización de una creatividad excepcional fue fuente de inspiración de la cultura occidental en todos los ámbitos del pensamiento y del arte. Géneros literarios, filosofía, historia, matemáticas, medicina, arquitectura y escultura son deudores de la herencia griega.
Quince siglos de hostilidad
A pesar de que eran muy conscientes de los lazos culturales que los unían, y que les oponían a los bárbaros, los griegos nunca dejaron de combatir entre ellos.
En la edad del bronce, los reinos rivales de la época micénica se enfrentaron en el Peloponeso. Palacios fortificados y sepulturas monumentales dan testimonio del poderío de una casta de guerreros. Estos, después de apoderarse en el siglo XV de la Creta micénica, continuaron su expansión en Asia Menor, cuyo recuerdo legendario fue perpetuado en la Ilíada. Al extinguirse la civilización micénica, hacia el año 1200, Grecia entró en su «edad oscura», sin dejar testimonios escritos; solo subsisten las cerámicas con dibujos geométricos en las que a veces aparecen figuras de guerreros.
Durante la época arcaica, en el siglo VIII, había nacido una nueva escritura: un alfabeto derivado del que utilizaban los fenicios al que se incorporaron las vocales, lo que permitió la transcripción de los textos fundacionales de la cultura helénica, la epopeya homérica y la Teogonía de Hesíodo. Las ciudades-estado independientes, de patriotismo receloso, más bien belicoso, expresaron su orgullo mediante la construcción de armoniosos monumentos consagrados a sus divinidades. La pequeñez de sus territorios enclavados en zonas montañosas, pronto superpoblados, unida al deseo de asegurar intercambios, los llevaron a lanzarse a la colonización.
En la época clásica, a comienzos del siglo V, la amenaza persa logró unir temporalmente las ciudades griegas. Atenas, con su poderosa flota, encabezó la lucha federada, pero la hegemonía que impuso después a sus aliados desencadenó una rebelión apoyada por Esparta. Las ciudades-estado, desgastadas por las largas guerras del Peloponeso, cayeron en el siglo IV bajo la tutela de los macedonios y fueron conquistadas por Alejandro Magno.
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Este texto es un fragmento del libro Mil obras para descubrir el arte de Larousse Editorial. Si te interesa este contenido, tienes más información sobre la historia, la cultura y el arte de las grandes civilizaciones aquí: Larousse.es
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