Donde empiezan las interpretaciones acerca de cuál es la frontera este de Europa, donde la cultura ortodoxa centroeuropea, la católica mediterránea, la rusa y la árabe están más próximas que en ningún otro lugar, donde el alfabeto deja de ser romano para ser cirílico y pronto convertirse en árabe, allí encontramos a Bulgaria.
Un país que en 1908 consiguió zafarse del dominio otomano pero que tras la Segunda Guerra Mundial cayó en manos de la Unión Soviética. No es de extrañar que actualmente tenga un sentimiento nacional muy fuerte. En los últimos años – hasta la crisis – ha experimentado grandes progresos, ligados a la implantación del sistema capitalista y de su adhesión a la Unión Europea de donde recibe cuantiosos fondos para el desarrollo.
Sofía, una de las abuelas de Europa
Por su situación geográfica en el centro de los Balcanes, en un enclave histórico de distintas civilizaciones, la acutal capital de Bulgaria es una de las ciudades más antiguas de Europa. Ello la convierte en una ciudad con grandes atractivos para el turista y el residente, testigos directos del paso de los milenios.
Actualmente es una ciudad tranquila y manejable a pesar de ser el centro político y económico del país, ya que apenas supera el millón de habitantes. Para el visitante es especialmente cómoda porque no se verá obligado a alquilar ningún vehículo ni depender del transporte público. Andando se puede recorrer y disfrutar de ella sin problemas.
Así, paseando, podrá adentrarse en los numerosos parques en los que, en lugar de jugar a las cartas o al dominó, la gente hace cola para jugar al ajedrez. El ajedrez es casi un deporte nacional. En plena calle, sentados en bancos con un tablero de por medio, los bulgaros esperan su turno para jugar y hacer sus apuestas. De hecho, cuentan con un campeón del mundo en 2005: Veselin Topalov.
En sus calles se nota que hace poco el grado de desarrollo era mucho menor. La modernidad del metro contrasta con las todavía presentes vías del trolebús y de carros tirados por mulas. Todos compartiendo las mismas calles.
Religión ortodoxa
Como los vuelos que nos lleven a Bulgaria nos dejarán con toda seguridad en Sofía, de lo primero que se debe hacer al poner allí un pie es visitar la Catedral de San Alejandro Nevski. Se trata de una de los mejores templos ortodoxos del mundo, por su planta y por el cuantioso valor artístico de su interior. Las cúpulas bañadas en pan de oro se ven relucir desde cualquier punto de la ciudad.
Cerca de esta catedral se encuentra una pequeña iglesia ortodoxa, la de San Nicolás, más recortada pero igualmente atractiva y con el pan de oro que la hace brillar. Distinta, sin embargo, es la iglesia de San Jorge: redonda y en piedra rojiza. Es la más antigua que se conserva en la capital y ha sido utilizado como iglesia y mezquita dependiendo de quien tuviera el poder. Actualmente ha dejado su función espiritual y se ha convertido en un museo.
Un país singular
Lo que más le llama la atención al recién llegado y a lo que más cuesta adaptarse sea cual sea la duración de la estancia, es a los gestos con la cabeza. Lo hacen todo al revés: para decir “sí” mueven la cabeza de lado a lado, y para negar la mueven de arriba a abajo. Una fuente de confusiones para relacionarte con la sociedad búlgara.
En los mercadillos al aire libre y en tiendas de recuerdos, una de las cosas más demandadas son las famosas matrioskas: muñecas huecas de madera que albergan dentro a una más pequeña y así sucesivamente. Además las tienen de todo tipo de personajes actuales.
En Sofía hay una plaza conocida por ser el lugar del mundo donde más cerca están los templos de las cuatro religiones o credos principales: una mezquita, una sinagoga, una iglesia católica y otra ortodoxa. Fiel reflejo de la multitud de civilizaciones que han ocupado Bulgaria.