Cuestión de movimiento

No sé ir en bici. Es una cruel mentira eso de que nunca se olvida. Porque claro, a ti te enseñan de pequeña, y crees que, por muchos años que pases sin montar en una, siempre sabrás hacerlo. Ja. Que igual hay gente con más maña y más equilibrio que yo, de eso estoy segura. Gente que, tras diez o veinte años sin pedalear, tal cual empiezan, ya no pueden parar. Pero yo no. Yo me quedo petrificada y empiezo a inclinarme hacia un lado. El lado, derecho o izquierdo, es indistinto. El caso es que me caigo. Yo en bici=peligro inminente.
Y a qué viene esto. A ello voy.
El otro día bajé con mi sobrino a la calle. Y con su bici roja.
-Tía, ¡mira qué mayor soy! ¡Ya no me caigo!
-Si es que eres el mejor. Sabes ir en bici mucho mejor que la tía- por no decirle directamente que la lerda de su tía ya no se acuerda de ir en bici.
-¿Aún llevas ruedines, tía?
-Pues mira, algo así. Me caigo sin ruedines. Pero no se lo digas a nadie. Schss.
¿Os podéis imaginar el descojone de mi sobrino de cinco años? Pues sí, así fue más o menos: tal cual imagináis.
-Pues tía, es muy fácil. Yo si quieres te enseño. Sólo tienes que no dejar de pedalear, porque si paras, te caes.
-¿Me dejarás tu bici entonces para que practique?
-Bueno, eso sí que no, dile a la abu que te compre una, que esta me la romperás con tu culo gordo.
ZAS.
efacfb4a95f52ea6ddfb7a125c12e1b8

“Sólo tienes que no dejar de pedalear, porque si paras te caes”. La dulce voz de Ángel me retumbaba luego, tras un rato después de haber estado con ellos. Y me puse a recordar la última vez que había intentado ir en bici.
Estábamos en la playa. Él y yo. También estaba él, qué majo era él, cuánto me acuerdo de él. Era de noche, una cálida noche de verano. Yo llevaba un vestido gris largo. Casi todo con él sucedía con alguna clase de vestido gris, ahora que lo pienso. “No puede ser que no sepas ir en bici, ya te estás subiendo a la mía”. Recuerdo que me dijo algo así. Y claro. Siendo él quien me sujetaba por detrás, ¿cómo iba a negarme? Con él me atrevía a escalar sin arnés por la montaña más escarpada; a caminar por un cable sobre un precipicio sin agua al final de la caída; algo así como a volar. Tal vez no necesitaba más que eso: que fueran sus manos las que sostuvieran mi equilibrio.
“¡Pero no te tuerzas! Sigue recto, vamos, pedalea, ve rápido. ¡Pero tampoco tanto! ¡Cuidado! ¡Que te vas a caer!”
Y risas de fondo. El sur con el norte riéndose del este. Y un “me rindo” saliendo por mi boca. Y un taxi con baca para llevar la bici. Y una canción que continuó al ritmo que recuperábamos nuestra historia. “El equilibro es imposible” sonó más tarde. No miento. Se puso de acuerdo con el momento y el lugar. Y como siempre pasa en esos casos, una siempre se piensa que es una señal. Y tal vez lo fue.
Tal vez, si pedaleaba sin parar no me volvía a caer por nuestros abismos. Tal vez, si su falta de equilibrio se juntaba con mi falta de equilibro, conseguíamos un equilibrio en positivo.

Pero eso fue aquella noche, la última vez que me subí a una bici, sin ningún tipo de éxito. Ahora es distinto. Ahora sé que algunas veces por más que pedalees, te acabas cayendo. Sí. Te la pegas. Te haces moraduras, cortes, sangre. Por mucho que te hayas esforzado en mantener una línea recta, concentrada en no irte ni para un lado ni para otro, puede que pierdas el equilibrio.
¿Y sabes qué es lo malo? Lo chungo no es caerte, lo verdaderamente complicado es que le coges miedo a la caída. ¿Y qué pasa? Que dejas de arriesgarte. Empiezas a ver los toros desde la barrera. Decides que prefieres acomodarte en la tranquilidad que da el escribir las historias en tercera persona en lugar de vivirlas en primera. Piensas que mejor malo conocido, que mejor bus que bici, que más vale pájaro en mano, que ni loca sin casco, que ni harta de vino te subes de nuevo a otra montaña rusa emocional. Ay, malditas caídas.
Pero ocurre que si se le coge miedo a algo, no se aprende nada. No hay peor cobarde que aquel que ha dejado de ser valiente sólo por un estúpido tropiezo.
¿Qué pasaría si prohibiéramos cualquier tipo de actividad a los críos por temor a que se hagan daño? ¿Qué pasaría si nadie se atreviera a ir en bici, o a hacer surf, o a subir en avión? ¿Qué pasaría si Zafón no hubiera escrito libros por temor a fracasar? Que yo no tendría, posiblemente, libro favorito. ¿Qué hubiera pasado si Thomas Edison hubiera temido electrocutarse? Que no existirían las bombillas, tal vez. ¿Qué habría pasado si tus padres no se hubieran atrevido a estar juntos? Que tú no estarías de cara a un ordenador leyendo, melón.
¿Qué pasaría contigo si no amaras por temor a sentir de nuevo?
No hay nada más osado que un corazón recompuesto que se arriesga a sentir de nuevo. No hay nada más increíble que alguien que lo da todo por empezar de cero.
ec10ed86da3681a34a2d8170f3aae711

¿Y tú? Eres de los que suben en bici sin saber, o de los que prefieren ir en el mismo bus de siempre?
Seas lo que seas, me vas a caer bien. Pero me caerás mejor si te arriesgas. Y yo me caeré mejor a mí misma si me arriesgo. Porque la vida es un completo aburrimiento si no estás en movimiento, si no pruebas, si no luchas por intentar con todas tus fuerzas aquello que, seguro, te haría más feliz. ¿Y qué si nos caemos?
Al final de la jugada sólo contarán las veces que nos levantamos y todo lo que aprendimos en todos los intentos por ser mejores de lo que somos. Al final de la partida, cuando nos pregunten el porqué de nuestro cuerpo tullido y nuestras muletas, y si nos valió la pena tanto leñazo, diremos que sí, de ello estoy segura.
Porque la vida tranquila está muy bien. Pero ya que estamos aquí, pedaleemos.

M.

Archivado en: Relatos, Uncategorized
Fuente: este post proviene de La chica de los jueves, donde puedes consultar el contenido original.
¿Vulnera este post tus derechos? Pincha aquí.
Creado:
¿Qué te ha parecido esta idea?

Esta idea proviene de:

Y estas son sus últimas ideas publicadas:

Día 16. El mundo, de Jimmy Fontana, sonaba esta mañana en San Isidro desde el balcón de alguien, en el edificio que queda a la izquierda de mi casa. Sentada en el sillón de mimbre pintado de blanco, c ...

Día cinco. Durante estos días de confinamiento me he dado cuenta de varias cosas. Algunas son bastante absurdas, otras tantas tienen relativa importancia y, las que dejaré para el final, creo que marc ...

No. No siempre es fácil. El amor no siempre te hace reír. En ocasiones, no fluye la comunicación, el drama llama a la puerta por un mal gesto o por una palabra desafortunada, la verdad se esconde por ...

Antes. A veces, solo a veces, me reía de tu música. Eso que escuchas parecen cánticos de catequesis para niños. Me duermo. Parece que estemos en misa. Venga va. Quítalo. Y tú, durante unos instantes, ...

Recomendamos