La favorita de Augusto
Poetas, escritores, nobles, políticos y el mismísimo Cesar, glorificaron las virtudes y las cualidades de la simpar Tarraco, tan querida y mimada por todos ellos que no tardó en lucir como una de las perlas más brillantes del tesoro romano. Enamorado de su tierra y su mar desde que puso los pies en la dorada arena de sus playas, Augusto decidió embellecerla y dotarla de todo lo que pudiera engrandecerla y convertirla en una de las más magníficas ciudades fuera de la Italia continental.
El resultado lo vemos ahora, paseando por una Tarragona que combina edificios del periodo romano como el anfiteatro o el circo ( que han bastado para que el conjunto sea declarado Patrimonio de la Humanidad), una catedral de gran belleza y una ruta Modernista que dio los primeros pasos para un ensanche urbano absolutamente necesario con la llegada del siglo XX.
Para que la visita sea más atractiva y menos agotadora ( si sobre todo, como yo, se hace bajo el sol de agosto) recomiendo subir directamente a la corona del promontorio que es núcleo de la ciudad antigua. Allí se encuentra la preciosa catedral que es orgullo de todos los tarraconenses. Según vamos bajando, dejaremos atrás los edificios medievales para bajar a la ciudad actual, y aún más abajo el barrio portuario y marinero.
Disfrutemos de la enorme Rambla Nova, eje del ensanche de la ciudad, acerquémonos a contemplar los restos del orgullo de Augusto, o las torres medievales que miran al mar..
Y por qué no, curioseemos entre las antiguallas del rastro que cada festivo se organiza a las puertas de la Catedral. Bien parece que podemos por unos momentos imaginarnos comerciando con los buhoneros medievales....No hace falta tirar mucho de la imaginación, porque Tarragona tiene una magia tan fuerte que nos envuelve y ata a ella para siempre.
Las luces del pasado
Era costumbre en los constructores romanos, tal y como ya hacían los griegos en su tiempo, aprovechar los fuertes desniveles que encontraban en las tierras donde decidían levantar las grandes ciudades que serían orgullo de Roma, para excavar en la propia roca gran parte de la estructura de sus famosos y vitales teatros.
El de Tarragona fue dotado de una forma elíptica debido a la amplitud natural del terreno, a su localización fuera del recinto amurallado de Tarraco y sobre todo para crear el telón de fondo que constituye el inmenso Mediterráneo. Todo era poco para un espacio vital para los habitantes de la ciudad, acostumbrados y adictos a la celebración de espectáculos donde los gladiadores y los animales salvajes luchaban hasta a muerte. Sed de sangre.
Tal y como podemos ver en otros modelos mundialmente conocidos como el Coliseo de Roma o el de El Djem en Túnez, el tiempo ha dejado al descubierto las entrañas del teatro, los corredores que se encontraban ocultos por las tablas y la arena y que alojaban la "magia" de los artificios escenográficos, las jaulas de los animales y los cubículos de los gladiadores. Los ansiosos espectadores se apiñaban en las 24 filas de gradas a la espera de disfrutar de un espectáculo salvaje e inhumano, propio de aquellos a los que llamaban "bárbaros".
Cuando pasó la época romana, y para cristianizar aquel lugar " salvaje e impuro" se levantó una basílica visigótica y aún sobre ella la iglesia románica de la Mare de Déu del Miracle. De ninguna de las dos quedan apenas poco más que los cimientos y algunos muros.
Así que sólo nos queda disfrutar de las vistas que ofrece el recinto e intentar imaginar cómo sería un combate a muerte entre los valerosos mercenarios de la violencia para satisfacer la necesidad de cruel diversión de unos colonos que se veían lejos de sus tierras natales pero que no querían perder las terribles costumbres que se mantuvieron durante siglos en el Imperio Romano. Y todo ello bajo un sol de justicia, aunque eso si, con la maravillosa visión de un Mediterráneo que es aún más antiguo que la mismísima Luperca, la Loba Romana.
Panem et circenses
Hasta hace poco más de una década, nadie sabía que la ciudad actual, y la medieval de Tarragona, se había levantado y crecido sobre los restos de un circo romano. Habían hipótesis y teorías, sí, pero nada seguro; hasta que poco a poco ha ido saliendo a la luz todo el sistema de galerías, accesos y gradas de este conjunto arquitectónico que promete sabrosos descubrimientos.
Si lo rodeamos ( lo que me parece más interesante ya que el interior es poco atractivo), veremos cómo la ciudad se fue adaptando a la estructura del circo romano y a partir de él desarrollándose de forma concéntrica, adaptando sus calles al desnivel de la parte del circo por o desde donde partían e incluso absorbiendo como propios los restos de las estructuras romanas e integrándolos en las propias, como algunos bares y restaurantes de la zona.
El circo se utilizó sobre todo para carreras de caballos y la mayor parte de la estructura que aún está sepultada pertenece a la pista de competición por lo que no se sabe la medida real de la estructura, aunque se han hecho cálculos aproximados.
De cualquier manera veo muy difícil que algún día podamos ver la totalidad del circo, porque para ello habría que derribar todas y cada una de las casas que se encuentran construidas sobre él, levantar calles y excavar muy hondo. Cosas de la Historia.
La bella incompleta
Es curioso observar que los estragos que causó la Peste de 1348 no fueron sólo en el género humano, sino que por alcance, multitud de monumentos e iglesias quedaron sin acabar a causa de la falta de mano de obra y dinero. Ya lo hemos ido viendo a lo largo de nuestro recorrido por Cataluña, con pequeños y grandes templos que quedaron inconclusos y que ni siquiera el paso de los siglos ha conseguido que tuvieran el aspecto final que sus arquitectos imaginaron.
El caso de la Catedral de Tarragona es diferente, porque lo que tenía que ser un impresionante pórtico, una fachada magnífica, quedó en un precioso edificio gótico menos monumental que sus hermanas peninsulares pero igual de hermoso.
Lo que le faltó por construir lo ganó en escenario, ya que para empezar se encuentra al final de una escalinata que le da un gran impacto visual.
Si damos un paseo por el interior, vemos numerosas obras de arte, algunas irrepetibles, como los bajorrelieves románicos que representan la vida de Santa Tecla, el sarcófago de Joan dAragó y un retablo mayor de exquisito detalle y factura. Pero quizá la joya de más valor sea su claustro, espacioso y elegante, con delicados capiteles tallados y un par de capillas de gran valor arquitectónico y espiritual.