Siempre que paseábamos por allí, la miraba con recelo. Más que nada, porque después de realizar mi paseo favorito justo en esa zona, ¡acababa agotada! No será para tanto, pensaba. La Pfaueninsel o isla de los pavos reales, apenas tiene un kilómetro y medio de largo y tan solo medio de ancho. Sin embargo, no os aconsejo combinar esta visita con otro plan agotador en el que hayáis estado horas y horas caminando. Nada más llegar, ¡os encontraréis con un palacio blanco de lo más vintage! Fue construido para el Rey Federico Guillermo II en 1797, con la intención de ser un nidito romántico donde encontrarse con su amante. Por desgracia, no pude visitar su interior porque lo están renovando. No sé que os parecerá a vosotr@s pero a mí ese puente metálico que conecta ambas torres, me parece de lo más interesante a la vez que extravagante (Fotos 1 y 3).
Me sorprendió muchísimo que antes de ser la isla de los pavos reales, fue un laboratorio de cristal y hasta un criadero de conejos. En la actualidad, también fue usada como escenario cinematográfico y en ella se rodaron algunas películas de estilo clásico. Lo que no me extraña, porque se trata de un lugar con un paisaje impresionante en el que te puedes encontrar árboles centenarios, edificios de época y hasta familias de cisnes a orillas del río nadando. Hay hasta una pajarería antigua, un jardín de rosas y una lechería. Después del palacio principal, lo que más me gustó fue el edificio Kavalierhaus. Es de color amarillo pastel y estilo clásico, así como destaca de una manera muy modesta en medio del campo. Justo en él, era donde se alojaban los caballeros hace muchísimos años. ¡Podéis verlo justo aquí debajo!
¡Y claro! Seguro que os estaréis preguntando si su nombre se corresponde o no, con lo que por allí hay. Pues ya os adelanto que sí. ¡La isla está plagada de pavos! Y esto lo notaréis nada más llegar. Porque la verdad, su plumaje es muy bonito pero su canto deja mucho que desear. Tuve la suerte de ver alguno muy de cerca y justo este que véis en la foto de abajo, decidió acompañarme casi medio kilómetro caminando. Me impresionó un montón el azul tan brillante que tenía su plumaje y que a pesar de que me imaginaba lo contrario, era muy tranquilo y sociable. Su carácter me recordaba al de las palomas, pero en tamaño gigante. Supongo que ya estarán más que acostumbrados a recibir visitantes y les encantará eso de ser unas auténticas celebridades del parque.
Para acceder a esta isla, tan solo tenéis que dirigiros a Nikolskoer Weg y tomar un ferri en el puerto. Sale cada quince minutos, el trayecto apenas dura un minuto y cuesta unos tres euros. No os olvidéis de visitar su tienda y su restaurante para reponer fuerzas. Y ya os aviso, en esta isla casi todo está prohibido. No se permiten perros ni bicicletas, y es una zona libre de humo. Tampoco se pueden tocar los árboles o las flores y ni se os ocurra pisar el césped ni tan solo un milímetro. Yo lo hice sin querer mientras hacía una fotografía y de repente, un señor muy alemán sacó un silbato y me empezó a pitar a saco. La verdad es que me quedé un poco perpleja. Pero después de entender lo que pasaba, le hice un gesto de que todo estaba claro y se fue satisfecho por hacer bien su trabajo. Yo lo hice también, porque así podía seguír explorando tranquilamente esta reserva natural tan espectacular y que tanto os recomiendo visitar si estáis de paso por la capital (Más info aquí).
¿Qué me decís? ¿Habéis estado ya? ¿Os gustan los pavos reales? ¿Conocéis algún lugar similar que me podáis recomendar?
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