Anoche salí. Sí. La gente puede pensar que me paso la vida entre redes sociales y escribiendo en el blog, pero a veces también socializo con gente de carne y hueso, lo juro. Y ayer me dije a mi misma que iba a desenterrar los tacones y los prejuicios, que iba a olvidar que hay ciertas zonas de fiesta de mi ciudad que me agobian y me hacen sentir de otro planeta. Que iba a ser más normal. Que iba a bailar las de Enrique Iglesias o las que me echaran. Que iba a pagar por un cubata insípido. Dios… ¿qué será lo siguiente, ponerme uñas postizas? En fin. Que fuera los prejuicios, que tengo muchos y no son sanos.
Pero ¿qué sucedió? Lo de siempre, lo que hace que me encierre en mi cueva, o en otras cuevas en las que me siento terrícola. Me refiero a bares normales, con gente que se ríe sin preocuparse de que el pintalabios le manche los dientes, con gente que bebe cerveza y no ginebra con pepinos, con música que va más allá de lo tipical MHYV, y no sé, diría que hasta con camareras/os más majas/os. ¿No os pasa que al entrar a determinados locales os sentís totalmente fuera de lugar? Que a ver, no quiero decir con esto que no me lo pasara bien anoche, es sólo que me di cuenta de nuevo de ciertas cosas que no me gustan.
Por ejemplo. En esos pubs “de moda”, la gente no baila, la gente se muestra, como si estuviera en un balcón de cara a la galería, con un cartel en la frente indicando precio, edad y talla de sujetador o medida fálica. Aunque he de decir que en realidad mola mucho, porque es como ver un documental. Resulta muy entretenido ver cómo ellas se contonean mirando alrededor a ver quién las observa, y cómo ellos devoran con los ojos lo que, muy probablemente, se zamparán luego con la boca. Y luego dirán que el Tinder es para guarros… Sí, claro, esos pubs son lo más sano para conocer a gente, sí… pero bueno, mantengo que es divertido (a la par que vomitivo) de ver. ¿Y sabéis qué es más diver todavía? Visualizar cómo los tíos se sitúan al lado de la chica con más escote y más arrepretada, apostando una vez más por el chonismo de la obviedad en lugar de la elegancia del insinuar. Que vamos, que aquí cada cual que vista como quiera y que enseñe lo que quiera, pero un poquito de por favor, que una cosa es ir sexy y otra llevar un palabra de honor tipo faja, o una minifalda tipo cinturón (sumado al pack de pelo liso queratina, y operaciones varias). Y ellos, más de lo mismo. Están los de coletilla ridícula tipo samurai, los engominados con tupé, o los rapaditos tipo Rafa Mora. Músculos de mentira, tatuajes varios sin estética ni sentido, vaqueros estilo jardinero (por eso de que les quedan por encima del tobillo), camisa con cuello semi-levantado, en plan M.A.M. y mirada de cazador. Vamos, per favor (como decía un profesor mío del instituto).
Con ese panorama, duramos unas cuantas canciones mientras apurábamos los ocho euros de la copa, bebiéndonos el hielo derretido y planteándonos si ir al baño a rellenarlo con agua del grifo. Total, por fingir un poco más… que no quede.
Con esta exposición tan destroyer pensaréis “pues menos mal que ibas a olvidar los prejuicios” y vale, igual se me ha ido de las manos. Pero BAH. Encima, un tío (que luego resultó ser majo, pero bueno) me dijo en el baño que me estaba poniendo mucho colorete, que me quitara un poco. Desde aquí te digo, pero desde el cariño, porque luego me caíste bien:
EL DÍA QUE INTENTES RETOCARTE A LAS DOS DE LA MAÑANA EN UN BAÑO CON UNA LUZ
El caso es que, a pesar de todo, valió la pena el dolor de pies por los malditos tacones. Al final, lo de menos es dónde estés, lo que importa es con quién estés ¿no? Y sobre todo, supongo que lo importante es salir, disfrutar, aprovechar que nunca más tendremos estos cuerpos, reír, bailar. Aunque te equivoques decidiendo el lugar y te des cuenta algo tarde (aunque en el fondo ya lo sabías) de que el estilo, el contenido y el continente no van contigo. Aunque te pongan de los nervios las tonterías y las copas caras. Aunque no quieras tocar ni con un palo a los semejantes presentes (ni ellos a ti, claro, porque no eres su prototipo). Aunque te queme ver que esta sociedad se va a pique al ritmo de Ricky Martin. Incluso aunque odies todo eso y mucho más, no te estés quiet@, no puedes pegar los pies al suelo.
Porque…
Lee esto con atención: aunque odies la música que suena, no puedes parar de bailar. No debes dejar de bailar.
La vida a veces es como una discoteca hortera en la que no quieres entrar, lo sé. Pero no por ello vas a quedarte con los brazos cruzados, las piernas inertes y la cara hecha un poema. Siempre hay que tragar un poco, ceder un poco, amoldarse un poco. Ojalá existiera la república independiente de cada uno, pero de momento no hay de eso. Y habrá cosas que no nos gusten, gente diferente con la que no tengamos más en común que el género, canciones que jamás escuchemos por voluntad propia y un sinfín de motivos que provoquen una brecha importante que impida el entendimiento. Y lo nuestro siempre será mejor que lo del otro. Nuestra forma de ver la vida siempre molará más. Nuestros gustos siempre serán los más guays. Nuestros grupos favoritos, los mejores.
Pero nos olvidamos que lo que importa va mucho más allá de todo ese ruido y mucho más allá de todas esas diferencias.
Creo que la vida es una melodía que no siempre invita a cantar. Hay notas discordantes, ratos de lentitud, ratos de rapidez, momentos de estrés, situaciones de querer correr… y por no cantar, ya ni cantamos en la ducha. Y salimos, cuando el tiempo y las ganas nos dejan, para tratar de afinar un poco las voces, para intentar cambiar algo, aunque sea poco, la realidad. Y nos ponemos la careta de por la noche, el modelito, el filtro entero, dispuestos a arrasar. Y tal vez equivoquemos las formas, puede que no sea una discoteca el lugar más apropiado para bailar. O puede que sí (para algunas personas), pero no ha de ser el único. Reservar los pasos de baile al sábado noche es como rendirse, resignarse a que sólo un día de la semana se puede ser libre, feliz, incluso diría atractiv@. Y no es verdad.
¿Hacemos un trato? Yo prometo dejar de meterme con los pubs de #postureo, pero tú prométeme que bailarás también de lunes a jueves. Prométeme que bailarás en pijama, en chándal, en vaqueros, en zapatillas, sin peinar, sin alcohol de por medio, sin un séquito de hormonas andantes fichando tus movimientos. Prométeme que no sólo bailarás de noche, que saltarás de la cama por las mañanas ya con ganas de enchufar la radio. Que te sentirás sexy aunque no lleves escote.
Porque nadie baila mejor que tú.
Porque nadie podrá bailar por ti las canciones que suenan en tu cabeza, así que aprovecha ese lujo.
Nunca pares de mover los pies, aunque no sepas ni como colocarlos sin caerte. Arriesga e invéntate los pasos. Y vive bailando.
¿Ya te has puesto música o necesitas más motivos?
M.
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