Astronauta

“Desde todas partes hay la misma distancia a las estrellas.” (Séneca)



Nunca me ha gustado la idea de viajar al Espacio. Todo lo que sea no pisar suelo firme me produce terror. Vuelo por necesidad: para mí viajar lo es. Pero salvo eso, prefiero la calidez de mi barrio, los abrazos de mi gato y la comida de verdad, que la de los astronautas… no sé yo si contará como tal. Soy de planeta Tierra, llamando siempre a casa, tocando arena, pisando asfalto. Me gustan las caras conocidas, me hacen sentir a salvo. Soy chica de rutinas, de oficinas -aunque me pese-, una hormiga trabajadora que sueña con escribir y con amar por encima de todo. Necesito sentir a mis amigas al menos una vez por semana a mi lado y ver las sonrisas de mis sobrinos para saber que todo está bien y que el mundo gira como toca.

Paso de quienes solo buscan fuera lo que ya tienen dentro, muy dentro del corazón. Paso de quienes me obligan a estar siempre de buena cara cuando la vida se me pone del revés. Paso del falso coaching. Paso de la lluvia, que me tiene ya hartita. Paso de quien pasa de mí, Au Revoir, como diría Carlos Sadness. Paso de los chándales (qué raro me suena en el correcto plural) por mucho que se lleven por culpa de Rosalía. Paso de todo y de nada a la vez. Paso del dolor profundo de quien ya no puede llorar. Paso de aquí a otra dimensión donde suene todo el rato “El astronauta que vio a Elvis“. Y también paso de irme de la zona de confort, porque no entiendo por qué debería salir de donde me encuentro bien (guiño a Tejetintas). 



“Con tanta Tierra por descubrir quién querría ir al Espacio”, pensaba hace un rato. Supongo que entiendo el porqué, a comprensiva poca gente me supera. Tengo un Master en sensatez y sensibilidad y un puñetero Doctorado en sentirme culpable hasta que se demuestra lo contrario. Nací con varias taras pero mi familia me aceptó sin querer devolverme. He cosido tantas veces mis penas que parecen más bien un retal sin mucho sentido pero con mucho encanto, como la ciudad de Oporto, que tanta felicidad trajo consigo, meu amor. He dado tantas vueltas a la cabeza que me he mareado tanto que ya no recuerdo la última vez que lo pensé todo tanto. He vomitado sueños por la boca y muchas buenas intenciones, y a pesar de todo, me miro en el espejo y pienso que quién me mandaría salir al mundo con el corazón tan abierto.

Ay, amiga. Qué lejos parece todo hasta que te estalla en la cara. Todo, absolutamente todo, puede cambiar de un día para otro. El trabajo, los sentimientos, la familia… todo. Y todo ese cambio, ten cuidado, porque puede que te deje muda e inmóvil. Y da miedo, pero nadie está exento de un eclipse que lo mueva todo de sitio. De un día para otro te quedas con cara de tonta sin silla giratoria, sin seguridad en cada latido, sin aire. Y te da la risa floja. Porque sabes que, en realidad, todo tiene solución menos la muerte.

Pero qué asco da la vida cuando aprieta. Y aunque nos digan que no hay que quejarse… uno tiene derecho a gritar de vez en cuando.



¿Sabes? Aquí sigue todo igual pero diferente. Tengo las manos llenas de arañazos, algunas arrugas más en los ojos y en la frente, una funda nórdica nueva y mucho menos café: me pone más nerviosa que de costumbre.  Sigo diciendo que haré cosas que no hago y planeando noches increíbles en las que imagino la vida entera contigo. A veces echaría a correr. A veces olvidaría todo.

Sin embargo, aquí estamos, floreciendo cada día en este noviembre raro sin nada seguro salvo las ganas de ser felices. Sabiendo que los problemas de hoy no serán más que las anécdotas de mañana. Que lo que no nos mate nos hará más fuertes y si nos mata… ya veremos qué pasa cuando llegue la primavera. Y aquí estamos, en la Tierra. Mirando al cielo sentados desde un banco, con el pasado escrito con miles de besos

y el futuro en un lugar donde no cabe el miedo. 




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Etiquetas: Relatos

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