Hola Soletes, como ya os conté el año pasado, tras Acción de Gracias todo se viste de Navidad. Empiezan las galletas en la oficina, los jerséis feos (todo un fenómeno navideño por estos lares), los árboles de Navidad gigantes, las personas vestidas de Santa Claus, los villancicos... todo es verde, blanco y rojo. El año pasado toda esa parafernalia me inspiraba tristeza, pues me recordaba que iba a pasar las fiestas fuera de casa, pero este año es al revés: me hace mucha ilusión el constante recordatorio de que dentro de poco estaré abrazando a los míos. Os dejo con el post número 40, mi relato de estos últimos días del año en Ciudad Esmeralda.
14 de diciembre
Una de las tradiciones navideñas más populares en Estados Unidos consiste en construir una casa de pan de jengibre. Son como la casita de la bruja de Hansel y Gretel, solo que en tamaño pequeño y no te la comes porque no es agradable (el "pegamento" que usas para montarla, hecho a base de azúcar glas y clara de huevo, se pone realmente duro y la galleta se pone blanda). Hay quien hornea las piezas dándoles la forma que quiere, pero también venden kits para hacerlas de forma fácil.
Este es de Starbucks nótense también las galletas de "jerséis feos".
Hace unas semanas, Noah, Joan y yo fuimos a casa de Ashley y (con su ayuda) hicimos nuestra versión, nada mal para ser la primera.
Hay quien va un paso más allá. En un hotel del centro, cada año hacen una exposición de casas de pan de jengibre gigantes, donde piden donativos a favor de la diabetes infantil (suena un poco irónico, ya lo sé). Venciendo el frío, la oscuridad y la pereza, fuimos Laura (si no os acordáis es la otra chica española de mi oficina, la que me ayudó a montar el famoso sofá hace ya un año), Noah, Joan y yo. Este año la temática era Harry Potter: una casa por cada libro, todo lo que veis en las fotos está hecho de material comestible: galletas, bombones, glaseado y chucherías varias. La verdad es que fue impresionante: en Hogwarts las escaleras se movían, un Dumbledore a tamaño natural tenía la misma cara que el actor, y los detalles estaban clavados: el sombrero seleccionador, los dementores, el basilisco, Dobby, el autobús noctámbulo... en fin, que si te gusta la saga es un buen sitio para ir.
Todo lo que se ve, se come (bueno, es comestible...)
17 de diciembre
Vamos en el bus camino de Leavenworth, el pueblecito Bávaro del que ya os hablé en un post anterior. Este año es el 50 aniversario del festival de luces navideñas y tengo mucha curiosidad por saber si las fotos que se ven por internet se corresponden con la realidad.
Mientras miro por los cristales empañados las formas fantasmagóricas de los árboles entre la niebla y escucho villancicos en versión country, me dispongo a comerme el "Breakfast Claw" una pasta danesa que nuestro guía (que luce sombrero de pavo con luces navideñas y mini gorros de papá Noel en las patas) nos ha ofrecido.
Ahora cambian a villancicos versión jazz, mucho mejor. El guía vuelve a pasar con folletos de la ciudad (ahora lleva un gorrito de Olaf, el muñeco de nieve). Creo que no puede haber mejor forma de pasar mi último fin de semana antes de Navidad, y más teniendo en cuenta que tal vez sean mis últimas navidades en Seattle...
Viajo con Noah y Joan, también en su último fin de semana, los voy a echar de menos... Venimos forrados como cebollas, la previsión de rondar los -15°C no es muy halagüeña, pero ¡no hay miedo! Seguro que no es nada que un par de carreritas y una sidra caliente con especias no puedan curar.
Al final no fue para tanto
Ya se ve nieve por la ventana y el guía ha pasado con su tercer sombrero: esta vez es un reno y lleva como complemento unas gafas de árbol de navidad con luces led. El paisaje dista mucho de aquellos árboles naranja que vi hace poco más de un mes. Vuelve a dejarme impresionada. Las montañas escarpadas y coronadas de pinos nevados parecen haberse escapado de una postal con su manto blanco. Voy a echar de menos esto cuando me vaya.
Llegamos. La nieve me sigue pareciendo mágica, es como si el pueblo hubiera salido de un cuento de los hermanos Grimm. Pasamos el día entre tiendas y restaurantes abarrotados, buscando un poco de calor.
A las 4.30 llega el plato fuerte, la ceremonia de alumbrado. Sale a hablar la alcaldesa, el Pastor y Santa Claus. La multitud al unísono comienza a contar hacia atrás desde diez y me planteo cómo será recibir el año nuevo en uno de esos sitios tan míticos como multitudinarios. Y la magia empieza. No es como en las fotos, es mejor. Los centenares de manos enguantadas dejan como recuerdo el sonido de un aplauso sordo pero entregado. El viaje ha merecido la pena.
Pues esto es todo por 2016, Soletes. En unos días vuelvo a mi adorada Málaga y estaré muy ocupada abrazando seres queridos y cebándome a jamón serrano, así que volveré a escribir hacia finales de enero que es cuando vuelvo (renovación del visado mediante).
Estad atentos, pues creo que para entonces tendré más claro desde dónde voy a escribir el año que viene... y puede que me espere un gran cambio. Hasta entonces: felices fiestas y que entréis por la puerta grande en 2017.
Nota: algunas de las fotos de este post son cortesía de Laura, Noah y Joan.
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