Entonces estarás preparado para seguir los siguientes pasos que te sugerimos para un encuentro pleno con Dios.
No etiquetes a Dios.
Abre tu mente y tu corazón totalmente. No hace falta que limites a Dios a una imagen, a un culto o a un dogma específicos de buenas a primeras. Dios, por ser infinito, tiene mil nombres y no tiene ninguno. Ya el Bhagavad-Gita, texto sagrado del hinduismo, dice acerca de Él: Tú, supremo Señor de todo el universo de todos los universos; Dios de dioses; Maestro y Regulador de todo lo que es, lo que ha sido y lo que será; sin principio y sin fin; sin límites por ninguna parte.
Entonces, no te apresures a ponerle un nombre rápidamente. No es necesario que te comprometas de entrada con una doctrina o dogma particulares. Siempre es bueno que tu camino hacia Dios no sea apresurado. De la prisa sólo queda el cansancio.
Encuéntralo en todas las cosas
Observa el cielo al amanecer o en las noches con estrellas; date cuenta de la maravilla que es estar vivo y gozar de todos los sentidos; mira a los niños, ponte en el lugar de los ancianos, agradece comer, mirar, caminar, respirar, sentir, ser capaz de pensar.
Mira a las personas que te rodean, date cuenta de los pequeños milagros que están a tu alrededor y que no habías tomado en cuenta: esas sonrisas, esos detalles, esas historias de todos los días de personas que luchan por sus sueños, que saben dar y recibir. Míralos bien y aprende de ellos.
Cultiva en ti todo lo que crees que es Dios.
Si tu camino por los dos pasos anteriores te ha hecho sentir, intuir o pensar que Dios es de una manera o de otra, haz una lista mental o escrita de cómo es ese Dios que se ha ido formando en tu interior. Si sientes que Dios es o debe ser generoso, compasivo, justo, tolerante, creador, entonces cultiva primero todas esas cualidades en ti. Hazlo poco a poco.
No te presiones demasiado, pero tampoco te duermas en los laureles. De esta manera, comienza a ser, cada vez un poco más, generoso, compasivo, justo, tolerante y creativo como Dios, como ese Dios que tú mismo has comenzado a sentir o a necesitar.
Si sientes que Dios es como un maestro amoroso y atento, o una gran fuerza activa y organizadora, entonces hazte amoroso y atento con otros y ve enseñando lo que sepas, o bien actívate y organízate y pon tu grano de arena en el mundo. Sé como Él en los pequeños detalles de todos los días. Como lo semejante atrae lo semejante, si lentamente vas desarrollando esas cualidades, verás que el camino hacia Él cada vez se te hará más fácil.
Busca un lugar para la oración
Aunque no es un requisito indispensable, puede ayudarte mucho buscar un espacio donde te sientas a gusto para orar. No importa que aún no sepas cómo orar exactamente. Pero hallar ese lugar de paz, de reposo y de sosiego te hará mucho más fácil comenzar a orar.
Ese lugar especial puede ser una parte de tu propia casa (una terraza, un cuarto, un rincón con el que tengas un vínculo en particular), un parque que te guste mucho, un lugar natural como alguna montaña, un páramo o algún paisaje donde te sientas libre.
De igual modo, puedes recurrir a una iglesia o templo cercano o que esté en tu ruta diaria. En una iglesia o un centro espiritual también podrías encontrar personas que te orienten o guíen o que te brinden un espacio de calma y silencio para poder mirar hacia adentro y hablar con Dios.
Comunícate con Él
Todas las relaciones se basan en la confianza. Por ello, no te sientas cohibido de hablarle a Dios. No te avergüences de hablarle mentalmente o, incluso, en voz alta. Dile todo lo que sientes, tus recuerdos, tus esperanzas, tus necesidades y tus pensamientos. Si te sientes más a gusto, puedes buscar libros o compilaciones de oraciones o plegarias y comenzar con algunas que te hayan inspirado o llamado la atención.
Por el contrario, si te sientes incómodo o insatisfecho con oraciones ya existentes, ¡crea las tuyas! Haz tus propias oraciones en las que tú le digas y le pidas lo que desees. Lo importante es que todas salgan del corazón. No las analices mucho. No las pulas demasiado.
Asegúrate de que sean espontáneas y de que estén cargadas de todo lo que quieres comunicarle. No lo hagas como un requisito u obligación. Hazlo sólo si sientes esa necesidad. No le hables imaginando de antemano qué estará pensando Él de ti. No te juzgues antes de que Dios mismo te haya escuchado.
Encuentra la fe
Puede ser que a pesar de los cinco pasos anteriores y de sentir a Dios de alguna u otra manera, tengas grandes dudas e intentes analizar tus problemas y si Dios existe realmente o no. La razón, el intelecto y el análisis son importantes. Pero la fe también lo es. Y si deseas encontrar a Dios la fe va a ser ese ingrediente mágico o sorprendente que te ayudará a dar un paso indispensable.
Es cierto que la fe mueve montañas. Es verdad que la fe es inexplicable. Pero la fe se aprende. La fe se cultiva. Comienza con un granito de fe, como ese grano de mostaza del cual nos hablan los Evangelios del Nuevo Testamento: Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible (Mt, 17,20).
¿Cómo puedes tener fe? Creyendo en que no estás solo, sino que formas parte de algo mucho más grande que te nutre y te sustenta. Una oración shintoísta japonesa dice: Nosotros no vivimos por nosotros mismos, sino por la vida de Dios que vive en el universo. Sentir fe es darle crédito a la esperanza, no por razones o argumentos que se puedan explicar, sino por convicción en ese algo más abarcador, poderoso y pleno que nosotros.
Fe es sentirse inspirado por aquello que, aunque es invisible, existe. No vemos la energía eléctrica. No vemos con nuestros ojos las partículas subatómicas. ¡Pero existen y funcionan! Un ejercicio que puede ayudarte a cultivar la fe es escribirle preguntas a Dios.
Escribe preguntas para encontrar un sentido
Reserva una libreta, un cuaderno o una agenda para escribirle preguntas a Dios. Esto tiene tal alcance que ya los mazdeístas persas antiguos en una de sus Yasna le preguntan a Dios: Esto te pregunto, dímelo, ¡oh Señor! ¿Quién sostiene la tierra abajo, y el cielo, para que no caiga? ¿quién creó las aguas y las plantas? ¿Quién enjaezó al viento y a las nubes, a los dos corredores?, y así muchas otras interrogantes. Ensaya por escrito tus propias preguntas. Por ejemplo:
Dios, ¿dónde estaba yo antes de nacer?, ¿existía?
Dios, ¿viviré de algún modo después de la muerte?
Dios, ¿quién soy?, ¿de qué estoy hecho?
Dios, ¿de qué está hecha mi alma?
Y así otras surgirán de tus propias necesidades. Al escribir las preguntas te irás dando cuenta de que no tienes todas las respuestas. Es más: de que tal vez nadie las tenga totalmente. En ese momento la convicción de lo invisible irá creciendo en ti y, por lo tanto, la fe.
Busca libros que te enseñen e inspiren
En tu búsqueda de Dios, la lectura de buenos libros te será sumamente útil. Intenta evitar lecturas que pretendan adoctrinar o que asuman que tienen toda la verdad referente a Dios.
Por el contrario, un buen libro será aquel que te informe sobre las reflexiones de los grandes pensadores y guías espirituales del mundo, acercándote a nuevos horizontes para que tú elijas cuál es el camino que más se parece a ti y el más conveniente.
Un libro de inspiración espiritual puede ser una compilación de testimonios o biografías de personas como tú y como yo o de líderes espirituales o de santos o, incluso, los grandes libros sagrados del orbe.
Entiende la historia a través del libro sagrado
Los libros sagrados de las distintas religiones, escuelas místicas o esotéricas pueden inspirarte para que vayas descubriendo en ellos la parte de verdad que poseen: la Biblia judeocristiana; El Corán de los musulmanes; el Ramayana, de Tulsidas, en el mundo del hinduismo; los Gathas persas, de Zaratustra; las enseñanzas y discursos de Buda; las colecciones de oraciones Bahá’í; los textos canónicos del Taoísmo chino como el Tao Te Ching…y muchos más.
La sabiduría espiritual del mundo está al alcance de tu mano. Sólo debes dedicarle un poco de tiempo a su lectura y a su meditación. Paso a paso, el camino entre Dios y tú se irá haciendo más claro.
Los poetas te pueden llenar de fe
Si sientes que la lectura de libros sagrados es, por los momentos, mucho para ti. Si deseas una vía más sencilla de cultivar la fe y la comunicación con Dios por medio de la lectura, te recomendamos disfrutar los poemas y relatos de los grandes místicos y religiosos del mundo.
Los cuentos del Mulá Nasrudín pueden, de un modo ameno y creativo, irte sintonizando con las enseñanzas del sufismo de los países de Medio Oriente. Los poemas y libros de Santa Teresa de Jesús, de Fray Luis de León, de Hadewijch de Amberes, de Hildegarda de Bingen o de San Juan de la Cruz pueden encender la chispa de Dios en medio de la noche de tu alma.
Los poemas de Kabir, escritor hindú, te pueden llevar por lo mejor del hinduismo y del islamismo al mismo tiempo. Libros breves e intensos como Himno al universo, de Pierre Teilhard de Chardin, Telescopio de la noche oscura, de Ernesto Cardenal o La vía del peregrino. La mística de la Oración Continua del Corazón pueden mostrarte de forma más directa, más simple y bella lo que significa buscar y encontrar a Dios.
Los poetas tienen ese ojo interior, esa sensibilidad, que les permite visualizar aquellas cosas que a nosotros se nos hacen difíciles o imposibles de decir. Muchos otros autores más están a nuestro alcance para cultivar nuestra mente y nuestra alma. No lo olvides: no hay mejor compañero en la soledad espiritual que un buen libro.
4 Leyes Espirituales para Encontrar a Dios y permanecer en Él
Te recomendamos siempre tomar en cuenta estas 4 leyes que compartimos contigo:
Ámate a ti mismo
Amarse no significa ufanarse, vanagloriarse, vociferar lo magnífico que eres. Amarte es aceptarte totalmente como eres ahora y estar dispuesto a ser mejor cada día de tu vida. Cuando la gente no se ama, no le importa ser mejor. Entonces dice: Es que yo soy así. Si quieres, acéptame. Si no, no. Es decir, no están dispuestas a mejorar, a cambiar, a transformarse en seres más plenos. Ámate para que puedas vivir el aprendizaje de ser persona.
Ama a tu prójimo
Si te amas a ti mismo, entonces, puedes comenzar a amar a los que te rodean. Comienza poniéndote en el lugar de los demás. Imagínate estar en sus zapatos. Entonces inicia esa empatía, esa conexión, la capacidad de establecer lazos con otras personas. Ese es el punto de partida para que, con el tiempo, puedas amarlos. Sal de ti mismo por un momento y vive imaginariamente la vida de los demás para que puedas entonces ver por qué hacen lo que hacen, piensan lo que piensan y sienten como sienten.
Ama a Dios por sobre todas las cosas
Si amas al prójimo porque sabes escucharlo, ayudarlo cuando puedes, acompañarlo en sus aprendizajes y aventuras, tolerar las diferencias en las maneras de pensar y de sentir y comprenderlo en sus acciones, ya has comenzado a amar a Dios. Si has llegado a este punto, sólo falta un paso fundamental: no sólo ames a sus criaturas. Ama, sobre todo, a su Creador, sea como hayas decidido nombrarle en este punto de tu camino espiritual. Amar a Dios no sólo significa agradecer el Bien. Amar a Dios es agradecer la vida completa, con sus luces y sus oscuridades. Amarlo es cultivar la fe en Él.
No seas arrogante
Por mucho que camines por la senda espiritual, jamás pienses que tienes toda la verdad y que debes convencer a todos los que te rodean de que sólo hay un camino. En el momento en que tu ego asume que conoce cómo Dios piensa, actúa, juzga y siente, en ese preciso instante, la comunicación con Dios se pierde.
No importa cuán bien te haya ido en ese camino espiritual que tomaste. Agradece a Dios sus bendiciones. El secreto está en vivir tu vida en Dios sin ocultárselo a nadie, pero también sin mostrárselo a alguien. Esta paradoja es sencilla: ni finges ni impones; sólo basta no estar pendiente de eso.
¿Qué significa encontrarlo?
Encontrar a Dios no es tener una vida perfecta, sin conflictos ni problemas. Ellos siempre estarán allí. Pero cuando has encontrado a Dios logras captar cuán profundamente Él está dentro de ti. Y si eso es así, no sólo descubres esa fuerza, fortaleza o templaza que te permite superar obstáculos, sino que tu vida cambia totalmente porque es más sencilla, más plena, más transparente.
Encontrar a Dios implica:
a) haberte encontrado a ti mismo y haber comenzado a amarte;
b) haber comenzado a amar a tu prójimo; y
c) como consecuencia de lo anterior, ver a Dios dentro de ti y en todas las cosas. Logrado esto, es cada vez más improbable caer en las depresiones, la ansiedad, la angustia, la ira, la frustración, el orgullo, la soberbia y todas esas experiencias que hacen la vida miserable.
Ofrece tu talento a Dios
Pero uno no encuentra a Dios en un día y de una vez y para siempre. Y cuando al fin lo has encontrado eso no es garantía de que no vayas a perder la conexión con Él. En ese sentido, es importante hacer actividades que nos hagan mantenernos en contacto con Él.
Cada quien tiene talentos diferentes. Usa tus talentos y ejércelos pensando que estás sirviéndote a ti mismo, a tu prójimo y a Dios. Puedes cantar, componer, escribir un poema, un cuento, una novela, sanar a otras personas, enseñar tus conocimientos, compartir libros e información, construir una obra pública para los deportes, hacer un jardín, bailar, hacer reír a otros…No importa cuál sea tu talento. Úsalo para el Bien y estarás manteniendo vivo ese Dios que encontraste.
Música para encontrar a Dios
La música es un arte enigmático. Es quizá el menos material de todas las artes. Mientras otras formas artísticas usan el cuerpo, el metal, la piedra, el óleo, la tinta, el papel, la música usa lo mínimo necesario: el sonido, el cual no ves, pero actúa en tu cuerpo y en tu alma. La música tiene poco cuerpo y expande mucho el alma.
Cultiva el gusto por la buena música, aquella que te haga indagar tu alma, que te lleve a vibraciones espirituales elevadas, que explote tu imaginación, que te de ganas de vivir.
Ve creando tu propia fonoteca o colección de música para esos momentos en que quieres orar, meditar, pensar en Dios, estar a solas con Él. Puede ser música sacra, música religiosa de cualquier tradición, pero también puede ser música que no esté directamente ligada a lo religioso. Lo importante es lo que la música te haga sentir.
No busques prestigio espiritual
Finalmente, al practicar las 14 recomendaciones o pasos que hemos compartido contigo, no olvides algo indispensable: No busques a Dios para aparentar ser una persona muy espiritual. Si tu deseo es ser admirado y respetado por ser una persona muy religiosa, creyente o recta espiritualmente, lo puedes echar todo a perder. Ninguna lista de pasos te servirán.
Por lo tanto, busca a Dios en el más hermoso anonimato. Una célebre plegaria de los indios iroqueses de Norteamérica dice: ¡Oh, Gran Espíritu que estás en el viento, escúchame […]. Haz que yo no sea superior a mis hermanos, y que sepa, si la ocasión se presenta, combatir con valor, incluso contra mí mismo.
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