LA AMAZONÍA HERIDA DE MUERTE POR LA FIEBRE DEL ORO Y LA SOJA

El título de ?Pulmón del Planeta? que ostenta la Amazonía no es casualidad, su tupida y exuberante vegetación mantiene un equilibrio climático que le permite destacar como uno de los lugares con mayor biodiversidad en el mundo.

La selva amazónica es el bosque tropical más extenso del mundo (unos 6 millones de km²) repartidos entre ocho países, de los cuales Brasil y el Perú poseen la mayor extensión seguidos por Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Surinam y la Guayana Francesa.



 La selva amazónica

La selva amazónica se desarrolla alrededor del río Amazonas, y de su cuenca fluvial, cuyas altas temperaturas favorecen el desarrollo de una generosa vegetación, siempre verde, que permite un equilibrio de entradas y salidas de CO2 y oxígeno favoreciendo su rica biodiversidad. Se estima que las reservas de carbono de esta selva superan las 100 toneladas por hectárea.

Según un reciente estudio, realizado por investigadores de cerca de 90 instituciones de todo el mundo, en la Amazonía hay aproximadamente 16.000 especies de árboles (en una sola hectárea se pueden encontrar más de 300 especies de árboles), es decir, el 15% de todas las especies vegetales conocidas.

En la selva amazónica se aloja también casi el 10% de todos los mamíferos del mundo. Por ejemplo, las poblaciones de depredadores, como los jaguares, y de grandes primates se incluyen entre las mayores del planeta.

Y no sólo eso, al menos 441 nuevas especies de animales y plantas (258 plantas, 84 peces, 58 anfibios, 22 reptiles, 18 aves y un mamífero) han sido descubiertas en los últimos cuatro años -2010/2013- en la selva amazónica, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Se cree que muchos de los nuevos descubrimientos son endémicos de la selva del Amazonas y no se encuentran en otro lugar del mundo. Eso hace que esas especies sean aún más vulnerables ante la continua destrucción del Amazonas.

Por esta razón, los científicos coinciden en que fenómenos como la deforestación, la degradación de los bosques, la ampliación de la frontera agrícola (así como las áreas de cultivos de coca con fines ilícitos), el aumento de las solicitudes de áreas mineras, la construcción de represas o el impacto de los incendios forestales, están produciendo graves cambios en su cobertura.

Con todo ello, se calcula que la tasa media anual de deforestación de la selva amazónica es de más o menos 153.600 hectáreas por año.



La fiebre del oro 

La extensión geográfica de la actividad minera en muchas regiones de la Amazonía se ha multiplicado por cinco entre 1999 y 2012, lo que ha provocado que la deforestación se haya triplicado, debido, sobre todo, a la proliferación de yacimientos clandestinos.

Numerosos investigadores alertan que extraer el oro que subyace en la selva supone una amenaza para la biodiversidad y para el carbono atrapado en las plantas y los suelos que cubren los depósitos.

La tasa de incremento de la minería del oro y sus impactos ecológicos siguen siendo poco conocidos y subestimados, alertan las organizaciones ecologistas quienes atendiendo a estudios realizados recientemente, manifiestan que estos revelan un aumento de la extensión ocupada por esta actividad de 10.000 hectáreas en 1999 a más de 50.000 en septiembre de 2012, sólo en la parte correspondiente a Perú.

Los autores de esos estudios indican que este fuerte incremento se debe a la aparición de miles de nuevas explotaciones de actividad clandestina que en 2012 constituían el 51% de la minería total de la región peruana.



El monocultivo de la soja

Esta región es también el hogar de unos 220.000 indígenas pertenecientes a 180 pueblos diferentes que viven en las profundidades del bosque tropical, junto con muchas más comunidades tradicionales que dependen del bosque.

El bosque tropical les proporciona todo lo que necesitan, desde alimento y cobijo hasta herramientas y medicinas, y juega un papel crucial en la vida espiritual de los indígenas. Todo esto se está viendo amenazado por la deforestación y la esquilmación que conlleva, cometida en nombre de los beneficios económicos generados por productos agrícolas como la soja, asegura Greenpeace.

Desde 2003 se han destruido en Brasil por el cultivo de soja más de 70.000 km2 de selva tropical amazónica, de las cuales tres cuartas partes de dicha destrucción fueron ilegales, o lo que viene a ser lo mismo, se habla de la pérdida diaria de un área del tamaño de un estadio de fútbol cada ocho segundos.

Ello supone la plantación en la selva amazónica de 1,2 millones de hectáreas de soja (el 5% del total nacional). Incluso, denuncia Greenpeace, se sabe con certeza del uso de mano de obra esclava para limpiar bosque preparándolo para la agricultura (unos 8.700 esclavos).

Hasta el 75% de las emisiones de gases efecto invernadero de Brasil son producto de la deforestación ? la mayor parte proviene de la limpieza y la quema de la selva tropical amazónica-, lo que resulta chocante para un país como Brasil, relativamente desindustrializado, pero que figura entre los cuatro países contaminadores climáticos más importantes del planeta.



Tres gigantes de productos agrícolas estadounidenses ?Archer Daniels Midland (ADM), Bunge y Cargill ?, asegura la organización ecologista Greenpeace, controlan el 60% de las exportaciones de soja procedente de Brasil. Estas tres compañías juntas controlan también más de tres cuartas partes de la trituración de soja en Europa que suministra soja triturada y aceite al mercado de los piensos para la industria ganadera.

Con 13 silos construidos ya en el bosque amazónico y un puerto ilegal en la selva tropical, Cargill capitanea la invasión de la soja en la región, contribuyendo a la incursión de granjas ilegales y estableciendo una infraestructura para la distribución de soja amazónica a los mercados globales. Bunge y ADM siguen los pasos de Cargill, y cuentan con ocho y cuatro silos respectivamente en la Amazonía. Todas ellas son compañías que dominan el mercado de semillas, fertilizantes, el cultivo, transporte y ventas de soja en Estados Unidos. Cargill, por ejemplo, no sólo controla un enorme porcentaje del mercado mundial de la soja, sino que también tiene importantes intereses en la producción global de carne y el procesado de alimentos, asegura en un informe Greenpeace.

El 80% de la producción de soja de todo el mundo se dedica a la elaboración de piensos para la industria ganadera. La creciente demanda de piensos a base de soja por los agricultores europeos está expandiendo las fronteras agrícolas hasta la selva tropical amazónica. Europa compra la mitad de la soja exportada desde el estado amazónico de Mato Grosso, donde se cultiva el 90% de la soja de la selva tropical. Carne alimentada con soja de la selva tropical encuentra el camino hasta los supermercados y cadenas de comida rápida de toda Europa, como McDonalds, indica Greenpeace.

Para esta organización ecologista, la deforestación para obtener cosechas como la soja no se traduce en un desarrollo significativo de los habitantes de la Amazonía brasileña, sino que lleva al desplazamiento de comunidades, la privatización ilegal de tierras públicas, el sufrimiento de los trabajadores esclavizados, y la contaminación de tierras y ríos por el uso de herbicidas. La devastación de la biodiversidad, anuncian, es irreversible, con la pérdida para siempre de un recurso sostenible de inimaginable riqueza.

Pero el impacto de la deforestación, sostienen las organizaciones ecologistas, tampoco termina en los límites de la Amazonía. Al liberar a la atmósfera carbono en grandes cantidades, la destrucción de la selva tropical amazónica contribuye sobremanera al calentamiento global, poniendo en riesgo a todo el mundo.

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