Como consecuencia de estas y de otras tragedias me encontraba en un estado de pre-depresión, aunque bien mirado, tampoco era todo tan horrible. Esa misma noche, la noche de fin de año, presumiblemente acabaría bien ya que para cenar había decidido tirar la casa por la ventana y comprar un mango y un kiwi, con lo que más de la mitad de mi presupuesto para fiestas estaba agotado y eso que lo había consignado en los gastos para el año entrante. Antes de las campadas comencé con el kiwi que no pude acabármelo de lo ácido y agrio que estaba, así que el año lo acabé fatal. Para resarcirme comencé el año comiéndome el mango, pero solo hizo falta darle un par de bocados, para darme cuenta de que no estaba en buen estado. Tras un pequeña sensación de vomito inminente, mi cabeza se nublo durante unas décimas de segundo y de pronto lo tuve claro. Tenía que dejar todo atrás y dedicarme a lo que desde pequeño había sido mi ilusión. ¡Abandonaría todo para ser corista en un musical! Aunque como me tengo por una persona cabal, elaboraría un Plan B. Tras pensarlo un ratito decidí que si no conseguía trabajar en un musical en tres meses, buscaría trabajo en un restaurante de kebabs y si tampoco conseguía eso me dedicaría a batir records Guinness de los que no tienen ningún sentido como por ejemplo el del tío que se colocó 153 pinzas de las de tender en la cara o el que eructa a 118 decibelios o el que se puso 155 camisetas una encima de otra.
Tras un pequeño trastorno momentáneo me pareció oír, a lo lejos, la voz de mi casera reclamándome el pago mensual del piso, pero debieron ser imaginaciones mías.
Ahora tocaba pensar que es lo que tenía que abandonar, y después de meditarlo como cuarenta y cinco segundos, caí en la cuenta de que mi única posesión era la bolsa de la basura que estaba preparada para tirarse desde hacía un par de semanas. Le tenía un poco de apego, pero había que partir sin ataduras. Estaba decidido. Ahora tocaba pensar a que casting me presentaría primero. Sin duda el que me venía al pelo era Los Miserables, pero prefería empezar con cualquier otra obra que fuese un poco menos realista o mejor dicho en la que no me sintiese tan identificado.
¿Priscilla, Reina del Desierto? No, que no me apetece travestirme. ¿Víctor o Victoria? No, que hay que travestirse. ¿Sister Act, Annie, Fanny Girl? No sé qué pasa pero solo se me ocurren papeles en los que hay travestirse. Pues Billy Elliot. Tampoco que ya soy mayorcito?
Veamos, ¿qué restaurantes de kebab quedan cerca de casa?
No, lo del Kebab podía esperar. Tenía que lograr mi sueño y convertirme en uno de los grandes del musical. Ya sé que mi voz no es especialmente bella, pero tengo una expresividad muy plástica y francamente convincente. Recuerdo que en la escuela fingí que había un ataque con gas mostaza seguido por un voraz incendio utilizando solamente las manos y arqueando una ceja. Huyeron todos despavoridos dejándome solo. Se marcharon hasta los profesores. Decidí quedarme hasta que llegaran los bomberos, pero estos jamás acudieron, y es más, tras estar allí como dos semanas esperando a que llegase alguien tuve que marcharme finalmente. La escuela nunca se reabrió. Hoy en día a aquel suceso se le recuerda como el caso "Mostacendio" y una vez hablaron de él en La nave del Misterio de mi querido Iker Jimenez.
Empezaba a flaquear en mi desesperada idea de trabajar como corista en un musical y los pensamientos no cesaban de alternarse vertiginosamente entre musicales, records del mundo de echarse las tardes dando palmas al son de un temita de Georgie Dann y montones de kebabs de pollo con salsa de yogurt. A cada momento que pasaba me encontraba peor, la cabeza me daba vueltas y solo se me ocurrían nuevos records absurdos como el de freír mil huevos en una hora usando solo huevos, sal y saliva o el de leer las novelas de Juego de tronos del tirón. Por fin vomite y tras el esfuerzo descubrí me que hallaba en el suelo y eran las tres de la madrugada. Al parecer todo había sido una ensoñación provocada por los dos bocados de un mango medio podrido. Tras levantarme como pude ya que aún me encontraba mareado me invadió una sensación de felicidad. Me alegré de que todo siguiese igual. La idea de ser corista en un musical era aterradora. Me di cuenta de que formaba parte de la alucinación y además, si ni siquiera sé cantar. La única vez que lo hice fue en un bingo y me tiraron porque algún espabilado me cambio el cartón por un billete de lotería y claro, canté bingo en tres bolas.
Eufórico, recordé que tenía en el frigorífico un bocata de panceta desde hacía varias semanas. Había pensado tirarlo porque por un descuido lo abandone como cinco días olvidado sobre la mesa, y a diferencia de otros manjares las hormigas lo habían respetado, así que finalmente lo conservé. Mientras lo calentaba pensaba en lo feliz que era y en que el año no había estado tan mal. En cuanto el bocata estuvo calentito me lo comí rapidito, que tenía hambre y total que daño podía hacerme el que no oliese bien del todo?
Al día siguiente mi casera me comentó amablemente mientras me cogía del cuello que había estado llamando a la puerta pidiéndome a gritos el alquiler y así de paso felicitarme el año. Le dije que se tranquilizara y hablamos de su tendencia a la violencia física. Le dije que teniendo noventa y seis años ya le tocaba serenarse un poco y ella entrando en razón me sonrió y luego me sacudió aunque no tan fuerte como la vez que vino con sus primos los de CazallaSol, famosos octogenarios del barrio que en su día fueron luchadores profesionales y ahora hacen de dobles de Stallone en las películas de Los Mercenarios.
Aun así he de confesar que después de tantos años, sigo dándole vueltas a lo de los records y no os extrañe que aparezca un día en el Deluxe dando cuenta de uno de ellos?
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