Fuente: Wikimedia Commons
Van Gogh era considerado una persona con un carácter inestable e inquieto, lo que significó sus idas y venidas por Europa, y que no conservase casi ningún trabajo. Fue en 1875, en París, cuando descubrió su pasión por el arte, al entrar en una exposición del pintor francés Jean-François Millet. Su primo Anton Mauve fue quien le inició en la pintura, y le enseñó a usar las acuarelas y óleos, técnicas que le harían famoso.
La vida de Van Gogh fue un cúmulo de infortunios y cambios. En sus primeros años, los desengaños amorosos y sus continuas discusiones familiares fueron los artífices de un tipo de pintura depresiva, centrada en la clase trabajadora. Más adelante, y tras volver de nuevo a Paris, y codearse con grandes pintores de la época, como Gauguin o Cézanne, Van Gogh comenzó a pintar cuadros más alegres y coloridos, como sus famosos paisajes campestres, y a interesarse por el arte japonés.
Fuente: Wikimedia Commons
A pesar de su talento, pronto se hicieron evidentes sus problemas mentales. En una disputa con Gauguin, llegó a automutilarse el lóbulo de la oreja. Van Gogh se recluyó voluntariamente en diferentes psiquiátricos, acosado por ataques de ira y terror. En 1890, mientras paseaba por un campo, se disparó a sí mismo en el pecho. Creyendo que la herida no era grave, fue hasta el hotel donde se alojaba y se dejó morir allí. Ese fue el final de uno de los más grandes pintores del siglo XIX, un hombre depresivo y desengañado, con un talento brillante.
Fuente: Wikimedia Commons