Nada más llegar a la cima del Corcovado uno se encuentra con los 30 metros del Cristo Redentor.
En el Corcovado hay que ganar la posición
He de confesar que mi madrugón no tuvo exclusivamente que ver con que sea un tío previsor. En parte, no me quedó más remedio que apurar las horas que me quedaban en Río. A mediodía salía el avión que me traía de vuelta a España, así que me sentí como uno de esos concursantes de Pekín Express que va corriendo de un lado para otro sacando el máximo partido a cada minuto de vida. Una vez arriba, me dediqué tanto a disfrutar de mi gran pasión (las vistas de dron) como a observar al gentío que se agolpaba allí arriba. Había codazos por ocupar los muros de la explanada. Era más difícil acceder a uno de ellos que ponerse en la primera fila de la playa de Benidorm. Felipe Reyes no habría tenido rival en el Corcovado.
La visión panorámica de Rio de Janeiro desde la cima del Corcovado es espectacular.
Desmayos ante el Cristo Redentor
Mi segundo sobresalto tuvo que ver con lo que creí eran desmayos masivos. De repente me vi esquivando cuerpos desparramados en el suelo y una sensación de pavor me invadió. ¿The happening? No. Eran turistas tumbados cámara en mano tratando de encontrar el mejor ángulo para fotografiar a su amigo/pareja/cómplice imitando el gesto del Cristo Redentor. Auténticos esclavos de la imagen. ¡Redímenos, señor! Una vez documentado este hecho tan curioso, volví a lo mío. Me asomé hacia el lado del Pan de Azúcar, el gran cementerio de Rio, la favela de Santa Marta, las tres grandes playas alineadas (Copacabana, Ipanema y Leblon) y el Lago Rodrigo de Freitas rodeado por el Jardín Botánico, el hipódromo y la sede del Flamengo. Luego me fui hacia el otro lado y me quedé pasmado ante la visión de Maracaná. Allí estaba, imponente y grandioso como ningún otro. No sé si era la bruma matinal o es que realmente desprende un halo mágico. Yo me fui hacia el aeropuerto convencido de que así era.
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