Estamos en Barcelona, un verano de posguerra. Un distinguido comediógrafo, cuyas piezas quizá empiecen a quedar pasadas de moda, vive las perplejidades de la entrada en la edad otoñal, no menos que la indecisión y el titubeo entre simultáneos o sucesivos reclamos amatorios. Parece el esquema de una comedia burguesa de costumbres; pero la irrupción del crimen y la intriga policial convierte la indagación humana también en intermitente narración detectivesca.
Una habilísima dosificación de los recursos expresivos permite poner en leve sordina la ironía y el humor sin desvanecerlos, dar su parte a la ambigüedad sin difuminar la pesquisa criminal, dejar constancia de los tics y los fastos de una época sin convertir el color local en el eje de la narración. Descubre Una comedia ligera, de Eduardo Mendoza.