Inolvidables panorámicas del embalse de Las Vencías y Fuentidueña desde el cerro de San Blas
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Por alguna extraña causa el Duratón sólo suena a hoces y buitres. Como si el resto de su curso -106 km en total- no existieran: error de bulto. No sólo existen, si no que están repletos de rincones que, de no existir sus portentosas hoces, serían mucho más conocidos de los que son. Un ejemplo de ello es Fuentidueña, villa histórica donde las haya, de rancio abolengo y ejemplar estampa que ve pasar a su vera el curso de un Duratón domesticado, manso y como exhausto tras lucirse a más no poder en los veintitantos kilómetros de hoces y precipicios que anteceden su llegada a Fuentidueña.
Justo antes de llegar hasta aquí, el embalse de Las Vencías remansa el curso del Duratón en un último requiebro de cortados bien forrados de encinas y carrascales.
Un sendero señalizado conduce desde el puente medieval que salva las aguas del Duratón, a la entrada de Fuentidueña, hasta el cerro de San Blas, magnífico balcón natural desde el que se contempla una espectacular panorámica del embalse, a un costado, y el pueblo amurallado de Fuentidueña, al otro.
El paseo
El paseo arranca por la orilla derecha del río, donde se localiza también un panel explicativo del paseo. Muy pocos metros más adelante, nada más dejar atrás el frontón y a la altura de una nave agrícola, queda a la izquierda, un poco en alto sobre el camino, la espectacular entrada de un cueva cuya boca preside, como si fuera el ojo de un cíclope, la explanada de unas antiguas canteras.
El paseo prosigue aguas arriba por el camino tomando el ramal de la izquierda en una siguiente bifurcación, mientras, se va dejando atrás el perfil altivo de la localidad, que se ve encastillada en la ladera del páramo, en la otra orilla, y se adivina la mata forestal que arropa el remanso del Duratón en torno al embalse. Aunque sin agua, el camino corre entonces paralelo al curso del arroyo de los Colmenares mientras inicia el serpenteante ascenso hacia el páramo. Mucho de antes de alcanzar éste, a 1.200 metros del último desvío, otra señal invita a abandonar la pista agrícola para cambiarla por un sendero que corre ahora hacia el sur ladera arriba, con un campo de labor por el costado derecho y monte inculto por el izquierdo. Cuatrocientos metros más arriba se abre una nueva bifurcación señalizada, en la que basta seguir de frente para no tardar en alcanzar una pronunciada curva hacia la izquierda. Tras pasar un ligero repecho, el camino, como tal, va a morir bajo los viejos almendros que señorean unos campos en barbecho. Siguiendo en dirección sur, en la linde de los campos, el camino aparece convertido en una débil senda a la que presta buen apoyo el reguero de flechas que señalizan, sin pérdida posible mientras no desaparezcan, la llegada al vértice geodésico que corona los 1.014 metros de altitud del cerro de San Blas.
Fuentidueña
Fuentidueña fue una importante villa medieval que, a partir de los siglos XII y XIII, ascendió los peldaños de la historia hasta convertirse en cabeza de una de las Comunidades de Tierra y Villa en las que se organizaba la vida en la actual provincia de Segovia. También fue paradero habitual de reyes como Alfonso VII y Alfonso VIII, y señorío de Álvaro de Luna, valido de Juan II, desde el siglo XV. Posteriormente pasó a uno de sus hijos, Pedro de Luna, quien, junto a su esposa, se encuentra enterrado en la iglesia de San Miguel. Es ésta iglesia su joya más valiosa, una de las más notables del románico segoviano. Especial antención merece su puerta occidental y, especialmente, la bella galería porticada de su costado septentrional. La cabecera del templo es magnífica y la rica iconografía de sus muchos canecillos y capiteles da para un largo rato de observación boquiabierta.
La misma pista de tierra que pasa ante el templo conduce hasta los derruidos muros de San Martín, a cuyos pies se desparrama la necrópolis medieval, y se abre una de las puertas de la muralla. Algo más arriba quedan los restos del castillo, de propiedad privada.
Son legión las guías de viaje en las que se alude a esta arruinada iglesia para ejemplificar la ignominia con la que en el pasado se manejó un patrimonio que era de todos. Así, el 12 de julio de 1957, en un Consejo de Ministros presidido por el general Franco autorizó la cesión “temporal indefinida” de este templo a Estados Unidos a cambio de la devolución de una parte de las pinturas de San Baudelio de Berlanga y la restauración del templo románico de San Miguel, de Fuentidueña. Es así como, con la aquiescencia de no pocas autoridades políticas, eclesiásticas y académicas, se desmembraron las 3.000 piedras de su ábside para reconstruirlo en la sección The Cloister, del Museo Metropolitano de Nueva York, donde actualmente sirve como escenario para la organización de música medieval.
El paseo por el pueblo, breve pero intenso, tiene algunos puntos de atención a los que merece la pena dedicar algo de tiempo.
Aún conserva tres de las puertas de sus poderosas murallas, la de la Calzada, que daba acceso al recinto desde el arrabal, la puerta de Alfonso VIII o de Trascastillo, que se abre en la cara sur de la muralla y la del Palacio, que pudo ser la entrada principal de la Villa. Junto a esta quedan el palacio, que fuera residencia de D. Pedro de Luna y su familia, y la capilla del Pilar o de los Condes de Montijo. Esta última se levantó por empeño del Conde de Montijo para satisfacer la devoción de su esposa a esta advocación. Se terminó en 1720, de estilo neoclásico. El conjunto está rehabilitado hoy como posada real.
Junto al puente del Duratón encontramos la iglesia de Santa María la Mayor o del Arrabal, la iglesia más antigua de la localidad, posiblemente levantada sobre los restos de una primitiva ermita. En las afueras, las recuperadas ruinas del convento franciscano San Juan de la Penitencia. Su primera construcción data del s. VI.
También forman parte del patrimonio histórico de la localidad las ruinas del Hospital de la Magdalena, construido en el siglo XVI para acoger enfermos de Fuentidueña y su alfoz; el Hospital de San Lázaro, del siglo XII, que pasó a manos privadas tras la Desamortización y la Casa de la Comunidad de Villa y Tierra, antigua cárcel del alfoz, que se encuentra adosada a la muralla.
EN MARCHA. A Fuentidueña puede llegarse desde San Miguel de Bernuy o Sacramenia.
EL PASEO. Señalizado y de fácil realización tiene un trazado, entre el puente y el cerro de San Blas, de 3,5 km que vienen a hacerse en algo más de una hora.
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