Hola a todos y bienvenidos un día más. Ya sabéis que el post de hoy lo hago sobre la marcha, aquí con mi gato y un café, aunque ahora es una infusión porque ya me he terminado el café, jejeje, hoy me he levantado antes y el café ya es historia.
Bueno, pues no me enrollo más, empezamos.
Hace ahora un año en mi jueves reflexivo(podéis leerlo aquí) os hablé de un paseo que di un domingo por la mañana por la playa. Pues este domingo he dado otro igual y me apetecía compartirlo. No he releído el post antiguo, cuando acabe de contaros lo que vi lo leeré para ver qué hay igual y qué diferente.
Ya sabéis que me gusta ir a correr por la playa siempre que puedo, y después de correr doy un paseo recorriendo la playa de un extremo al otro, y fue en ese paseo, cansada por la carrera pero feliz por ir poco a poco mejorando, cuando me dediqué a observar.
En la zona más cercana a la iglesia vi un grupo de papás jóvenes con niños pequeños. Los niños estaban descalzos y correteaban por la arena. Una de las niñas, muy muy pequeña, se dedicaba a enterrarse los pies, esos pies regordetes de los niños que me gustan tanto. Y la cara de asombro de la niña al tocar la arena era muy graciosa. Los padres se reían mucho al contemplar esas escenas, y los niños convertían la playa en un lugar cargado de inocencia.
También había gente corriendo, algunos como yo, simplemente para hacer un poco de ejercicio y pasarlo bien y otros equipados y con aspecto profesional. Y unos y otros corrían concentrados en el ejercicio.
Y volvieron los partidos. Ya os he puesto muchas fotos de los partidos de la playa, son grupos de señores de todas las edades que cada fin de semana se llevan sus porterías portátiles y juegan unos partidos la mar de entretenidos y ellos se lo toman muy en serio. Me encanta verlos y a veces animar, pues conocemos a algunos de ellos.
Y esta playa tan deportiva también tiene muchos cursillos de surf, la mayoría de niños que son fotografiados por sus madres, y que se zambullen valientemente en las agrestes olas del Cantábrico. Me gusta ver las caras de orgullo de los niños, y de nervios y emoción de las madres.
Me encanta ver a los surfistas.
Cuando ya llevaba recorrido un buen tramo pude ver algunas parejas jovencitas. Recuerdo que esto ya lo había dicho el año pasado, pero es que la escena era prácticamente la misma, gente muy joven que dibuja corazones en la arena y que cree que ese amor es para siempre. ¿Cuántas veces será verdad?
Y claro, también vi el grupo de amigas endomingadas que comparten confidencias. Había varios grupos, uno de ellas estaba formado por chicas adolescentes que caminaban riendo y contándose sus cosas, descalzas por la orilla.
Y el otro lo formaban unas señoras de edad que caminaban por la misma orilla, aunque en dirección contraria, también descalzas y riéndose de sus cosas. Y es que en el fondo no están tan lejos; cincuenta años no son nada.
La verdad es que al principio había poca gente, la playa estaba bastante tranquila pero al ir avanzando la mañana empezó a llegar más gente. Y entonces, curiosamente dejé de observar con tanta atención, o más bien no lo recuerdo con tanta exactitud.
Poco a poco la playa se fue llenando de vida.
Sí que observé el grupito de gente mayor que se reúne en algunas zonas, principalmente en lo que llamamos La Escalerona o en El Tostaderu, son zonas opuestas de la playa, pero en ambas hay grupitos de gente, normalmente mayor, que van a diario a tomar el sol o bañarse, ya se conocen y han formado una especie de tertulia.
Pero una escena que quedó en mi cabeza fue la de una señora muy mayor que llegó, se puso a hacer una especie de tabla de gimnasia con una agilidad que para sí la quisieran muchos jóvenes, luego se quitó la ropa y quedó en bañador, se pudo su gorro de baño y estuvo nadando un montón en el agua, y os doy fe de que estaba gélida. Un rato después salió, se secó y vistió, sacó una botellita de agua de su mochila, bebió con mucha calma y se fue caminando con una agilidad increíble.
Y cuando ella se fue nosotros decidimos salir, aprovechamos una rampa cercana a la iglesia que tanto a mi marido como a mí nos recordó a nuestra infancia, cuando nuestros padres compraban los oricios(erizo de mar) por sacos en camiones en aquella zona y nos regalaban estrellas de mar. Ahora ya no es así, claro, ahora solo se venden en pescaderías, las cosas cambian.
El camino de vuelta lo hicimos por el paseo del muro, y yo, chica sana, me compré un helado para recuperar las calorías perdidas, jejeje. No era mi idea pero hay tantos puestos...caí en la tentación.
Y ya en el muro vimos mucha gente arreglada porque es día de misa y de comuniones, también muchas familias en bici por el carril bici, o patinando, y corriendo, claro.
El ambiente en esa zona es muy bonito, se combina la gente arreglada con gente que ha hecho deporte y están como iba yo, sudando, colorada, despeinada y comiendo un helado,jejejeje.
Y realmente poco más de sí dio el paseo excepto que me encontré una amiga a la que no había visto en años, y vivimos cerca pero nunca nos vemos. La pena eran mis pintas, jejeje, ella iba divina.
Y ya no sé qué más decir, luego nos fuimos a casa y el resto del día hicimos otras cosas pero mi capacidad de observación se había quedado en la playa, jejeje.
Muchísimas gracias por leerme, yo ahora releeré el post antiguo y me pondré a lo de siempre, carreras, baño ocupado, descubrir que se nos ha olvidado algo...el pan de cada día, y que no me falte. Y a partir de las siete y media u ocho empezaré a leeros a todos.
Un abrazo y nos vemos el sábado en el repaso de la semana.
¡Hasta el sábado!