No entraba en mis planes escribir otra entrada otoñal tan pronto. Con una al año es suficiente; y el post que publiqué a principios de noviembre pretendía poner punto y final –fotográficamente hablando– a esta estación tan bonica. Pero qué le vamos a hacer, el otoño me inspira. Y, más que para que me lea nadie, quiero escribir esto para mí. Quiero guardar aquí, casi como quien guarda un tesoro, algunas de las fotos que hice la semana pasada en “la calle de los Ginkgos”.
Descubrí esta callecita de Zaragoza el año pasado de pura casualidad. Del invierno al verano pasa desapercibida como una calle normal y corriente, pero en otoño, cuando las hojas de los Ginkgos se tiñen de amarillo limón, la calle renace. Me prometí a mí misma volver de propio cada noviembre y de momento puedo decir que he cumplido la promesa.
Acompáñame a recorrer esta calle una, dos, tres y hasta cuatro veces. Aunque la gente nos mire mal, sin saber apreciar el encanto del lugar, siempre nos quedará nuestra sensibilidad otoñal y el “qué importa el qué dirán”.
¿Has visto alguna vez Ginkgos en vivo y en directo? En Zaragoza no conozco otra zona que tenga este tipo de árboles; es una pena. También he visto Ginkgos en Madrid (en los alrededores del museo del Prado) y me han chivado que también hay algunos en el Jardín Botánico de Gijón y un ejemplar monumental en el parque Cristina Enea de San Sebastián.
¡Besotes!