Ahora que por fin (!!) empieza el otoño, echo más de menos los colores de Galicia, y sobre todo echo más de menos los Magostos, creo que no me he dado cuenta de lo importantes que son las castañas en la cultura gallega hasta que llegué a Madrid. Y sí, he dicho cultura, o antropología, o sociología o lo que queráis, pero ir con un cucurucho de castañas calentitas en la mano que puedes comprar en cualquier esquina a un señor/a que las asa en un trenecito es algo que forma parte de nuestro ADN.
Y aunque finalmente descubrimos que hay puestos de castañas en Madrid, francamente se me quedan cortos, y obviando que las mezclen con mazorcas de maíz y boniatos o batatas (???) eso de que te las den en un sobre (sí, en un sobre de papel) y no en un cucurucho... en fin... morriñadas mías, pero señores castañeros de Madrid, el cucurucho es importante! forma parte del ritual, que una no se puede calentar las manos con un sobre de papel...
Y toda esta morriña otoñal, me recuerda este post que tenía ganas de escribir ya cuando volvimos de Copenhague en Mayo. No era mi idea hacer una guía turística de la ciudad, tampoco sabría, pero sí hay tres cosas que me gustaría compartir. Una de ellas está en estas fotos, porque aunque hemos hecho mil fiestas de Magostos en el jardín y hemos calentado las castañas en la chimenea, la parrilla, la consabida lata de galletas danesas agujereada, un bidón, y mil sitios más, confieso que siempre he querido un Fire pit.
No sé si tiene nombre en castellano, la verdad, pero me refiero a esos sitios preparados para hacer hogueras que salen en las películas americanas (como el que veis en la foto) y donde de pequeños descubrimos no sin cierto espanto que usaban para asar nubes!!. ¿En serio? ¿Nubes?? se ve que nunca han probado un chorizo a la brasa :-).
En fin, que ya hace años que estaba yo con la idea obsesiva de mi Fire pit para el jardín y me había hasta hecho mi carpetilla de Pinterest. Porque una ha sido niña en la época de los fuegos de campamento con fuego de verdad (ahora mis hijas usan linternas... triste, y lo sé, cómo para jugar con el fuego estamos en Galicia, pero sigue siendo triste). He pasado la mitad de mi infancia en un club de montañeros y el fuego de campamento a demás de servir para cantar al rededor de alguien con guitarra y contar historias de miedo con un cantarillo de Cola-cao calentito en las manos, era la mejor manera de concienciarnos para respetar el fuego. Si te crías en el monte, quedas concienciado de por vida para evitar incendios.
Así que los Fire Pit vienen a ser una versión "edulcorada y segura" del fuego de campamento y poder reunirte al rededor de un fuego con una manta en las tardes de otoño me parece el mejor plan del mundo. Por eso una de las cosas que más me encantó de Copenhague fue este restaurante que está dentro del parque de atracciones Tivoli y que tenía encendidos sus Fire pit todo el día (sí, en un parque de atracciones, sin protección y con niños corriendo por todas partes, a lo loco... está claro que la protección de riesgos no es igual en toda Europa).
Y por si sentarse allí a tomar un té (y nubes, desgraciadamente también había nubes...) no fuese suficientemente ideal, además el restaurante cuenta con un invernadero así de preciosísimo (ahora también quiero un invernadero...). Está claro que los Nordicos tienen una capacidad especial para convertir los ambientes en sitios donde te quedarías a vivir, (ya os lo contaba cuando os hablaba de nuestra buhardilla por unos días). Pero en serio ¿se puede ser más ideal? hasta las camareras regaban de vez en cuando como recién salidas de un cuento de los hermanos Grim :-).
Y además con vistas al parque... Tivoli es desde luego visita obligada si estáis en la ciudad, todo ahí dentro es preciosísimo y aunque este restaurante es de las cosas que más me gustaron, todo el parque es una autentica maravilla.
En fin, que por muy bonito que sea Copenhague (y de verdad lo es) yo sigo con mi otoño morriñoso, comprando castañas en sobres (snif..), echando de menos los Magostos en el monte Aloya, el castiñeiro enorme cerca de casa donde podías llenar bolsas y bolsas de castañas gigantescas (y donde mis hijas aprendieron que con los erizos no se juega) y con la idea clara de que cuando volvamos a Galicia, habrá un fire pit en mi jardín :-)