Igual que no comparto (con todas las reservas del mundo, no soy un experto) la idea de invertir más de 500 millones en reformar un estadio de 1947, con sus estrecheces y limitaciones, al igual que con sus virtudes, tampoco creo que hacer olvidar al portugués con el fichaje de un delantero de postín hubiera sido una buena jugada. ¿Qué habría pasado entonces con el período de duelo? Sí, esa etapa en la que los humanos debemos llorar al ser querido, al que se va para no volver, al que te deja en la cuneta para hacer feliz a otro. Duele, pero es un proceso que hay que pasar. No queda otra.
Eso sí, tras el duelo, es el momento de iniciar la reconstrucción. A otra cosa, mariposa. Uno debe haber derramado todas sus lágrimas, haber lamentado su nefasto destino y suspirado a pierna suelta en las noches de insomnio; ser consciente de lo que tuvo y de lo que ha perdido, de la felicidad que nos proporcionó el finado y, también, del coste que tuvo para nuestros bolsillos. En definitiva, hacer cuentas y pasar página. Resuelto el asunto, es hora de buscar la felicidad en otra parte, con otras circunstancias y en otro contexto. Desprenderse del luto y vestirse con el traje de faena: es ahora cuando el Real Madrid debe estar preparado para afinar la plantilla con ciertos retoques. Este verano, sin ir más lejos. Al fin y al cabo, ¿quién hubiera estado a la altura de Cristiano Ronaldo en una temporada en la que todos los recuerdos irían destinados al portugués? Mejor no trasladar esa presión a nadie, sino dejar que el tiempo haga su trabajo. No sé si fue una maniobra deliberada por parte del presidente, pero ahora estoy casi seguro de que fue acertada.
Y, dicho esto, creo que el Real Madrid debería construir un nuevo estadio. Prefiero pasar el doloroso trance de un duelo —cuanto antes, mejor— que lamentarme eternamente y seguir anclado en el pasado.