No hay duda de que es uno de los destinos de visita imprescindibles de la ciudad. Construido a finales del siglo XIX por Jones, un honorable arquitecto londinense que ganó el concurso del puente por delante de 50 diseños.
Cuando nos situamos justo debajo, nos llama la atención la pasarela que va de una a otra torre cuyo suelo es de cristal y eso hace que tomemos un ascensor o subamos los 300 peldaños, para ver la perspectiva desde arriba. Este camino aéreo, que en su momento estuvo abierto, está bien guarnecido por los lados, para evitar la moda que hubo de venir a suicidarse al Puente de la Torre y para formar parte de la exposición que acoge el edificio sobre los más famosos puentes del mundo.
Ahora el Támesis está cerrado al tráfico comercial, por lo que el acontecimiento de verse abrir el puente es un lujo. Una foto de este momento debe ser muy difícil de conseguir, ¿verdad? Según se cuenta, un empresario americano fue estafado al comprar el puente de Londres de Arizona, pensándose que era el puente de la Torre de Londres...
Saliendo del puente y bajando casi al nivel del río, hay una exposición que muestra cómo funcionaba el sistema de elevación desde su construcción hasta 1976, gracias a una máquina de vapor, y el sistema eléctrico actual.
Cuando Londres era el centro del Imperio
Después de haber visto el British, tengo mis serias dudas sobre cual es el museo más rico del mundo, si el británico o el MET de Nueva York. Ambos surgieron en fechas similares e incluso comparten una fachada parecida. Los dos han disfrutado de numerosas ampliaciones para albergar unas colecciones que durante siglos no han parado de crecer.
Eso sí, consta en todos los registros como el más antiguo del mundo con tesoros que en su mayoría han sido "donados" por todos los exploradores y viajeros que durante los siglos XVIII y XIX se dedicaron a recorrer el planeta para nutrir el ansia de riqueza material y cultural del Imperio Británico.
Si tuviera que recomendar puntos de interés en el gigantesco museo, con mucha pena por dejar otras maravillas en el tintero, me atrevería a destacar imprescindibles como las grandes salas de momias egipcias, los famosos mármoles de Elgin ( traídos del Partenón ateniense y aún el liza para su devolución), el interesante Tesoro Mildenhall ( desenterrado por un agricultor y que consta de 34 piezas de plata del siglo IV), el Hombre de Lindow, preservado durante 2.000 años por los ácidos de una turbera de Cheshire y los maravillosos Evangelios de Lindisfarne.
Días podríamos pasar disfrutando de las joyas de un museo que es institución mundial y referente en la cultura y en la historia.
Desde donde se gobernaba el mundo.
Atraídos por las notas del "Mesías" de Händel, que entona el omnipresente Big Ben, nos acercamos a uno de los edificios más emblemáticos de Londres.
Todos lo conocemos como el Parlamento, aunque su nombre es el Palacio de Westminster, edificado en la Edad Media sobre la isla de Thorney, lugar estratégico en la orilla norte del Támesis, que pronto se convirtió en el lugar de residencia de los reyes ingleses.
Se dice que el primer palacio era de una suntuosidad casi comparable al actual. Pero claro, llegó el fuego, que parece no querer abandonar Londres a lo largo de su historia y lo destruyó hasta los cimientos. El actual también sufrió los estragos del Gran Destructor, ya que en 1834 una estufa originó un incendio que prácticamente arrasó la estructura. Con tesón y un gusto exquisito, se reconstruyó y remodeló el edificio hasta conseguir el aspecto y elegancia de los que presume hoy en día.
Aprovechamos para visitar el interior, ya que no hay reunión hoy. Uno de los lugares más impresionantes es el Westminster Hall, escenario de juicios, coronaciones y hasta condenas a muerte. Si mantenemos el silencio y escuchamos bien, seguro que podemos oír el grito de " ¡Libertad!" de William Wallace al dictarse su condena por defender Escocia.
La Cámara de los Comunes, elegidos por el pueblo y encargados de discutir las principales leyes parece estar siempre enfrentada a la de los Lores, los de sangre azul que se ocupan de frenar los ánimos renovadores del pueblo llano.
Entrar en la Cámara de los Comunes es vivir la política inglesa en primera persona, ya que en sus verdes asientos se sienta el gobierno y la oposición, mientras el speaker preside desde el centro para que no se produzca ningún "acaloramiento". Mientras, en la Cámara de los Lores, podemos sentir ese regustillo que deja la realeza cuando en la ceremonia de apertura del Parlamento, la reina pronuncia uno de sus discursos ante esta cámara.
Otros puntos de interés son el magnífico vestíbulo central con una bóveda impresionante y mosaicos de una belleza discreta y elegante, las estatuas de los próceres del Imperio, entre las que se encuentra una abominable escultura de Margaret Tacher, pinturas, frescos, galerías y pasajes que en su conjunto no hacen sino engrandecer la imagen de superpotencia que un día tuvo el Reino Unido.
El extraño magnetismo del lujo desmedido
No hay duda de que con el paso de los años y la emergencia de las nuevas fortunas petrolíferas, los grandes almacenes Harrods se han convertido en uno más de los puntos de obligada visita en Londres. Yo, enemigo acérrimo de seguir el rebaño, me vi inevitablemente atrapado y arrastrado por las luces que adornan la fachada, no pude resistirme.
Sería un pecado, me dije, pasar por delante del enorme y precioso edificio y quedarme sólo con la imagen de sus trabajados y artísticos escaparates. Así que entré y me dí de bruces con el lujo más sibarita y por supuesto más "british". Empezando por las confiterías y dulcerías con la mayor variedad de tentaciones que hubiera podido ver, seguí el recorrido por aquel laberinto de luces, escaleras decoradas como si de una tumba egipcia se tratara, lámparas de delicado cristal de Lalique ( reconozco que fue lo único que me gustó de los almacenes), perfumes, zapatos de precios paralizantes, ropa, recuerdos made in Harrods que todo el mundo compra para luego presumir, y mil y un detalles y rincones a cual más snob y sorprendente.
Mientras paseaba por el interior, iba informándome de la historia del sitio. Al parecer, fue fundado por un comerciante de té, y al principio no era más que una tienda de modestas proporciones y poco más que una puerta y un escaparate. Varios golpes de fortuna hicieron que amasara la cantidad necesaria para levantar la tienda que pretendía tener " de todo para todos", aunque claro con unos precios que ya no eran los del primer negocio.
Fue cotizando en bolsa, pasando de mano en mano, hasta caer definitivamente en manos de la familia real de Qatar, que lo compró en 1.500 millones de libras...Sin palabras.
Y eso se nota, ya que ahora, más del 50% de los clientes de Harrods son árabes que parecen bañarse en ese tono dorado que proporcionan los petrodólares.
Antes de volver a nuestras normales y poco lujosas vidas, bajemos al sótano para ver el mausoleo que levantó el anterior dueño, Al -Fayed, en memoria de su hijo y su pareja de entonces, la princesa Diana de Gales. Un conjunto escultórico de dudoso gusto, pero que claro, está rodeado de ese misterio que atrae nuestra curiosidad y nos hace caer, como el resto, en las redes de los tópicos.
En fin, hay que disfrutarlo de igual manera, ¿verdad? De igual manera hay que disfrutar la comida, ¿y que mejor lugar que Poppies?