Un paseo tranquilo entre bosques y casonas montañesas
© Texto, vídeo y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
El río Nansa es uno de los ríos fundamentales del territorio montañoso cántabro. Tiene sus nacientes entre los pliegues de los macizos de Peña Labra y Peña Sagra, a unos 1.800 metros de altitud, y se desenreda en un frenético caracoleo, bien surtido de frondosos hayedos, pueblos con estampa de postal, casonas añejas y praderías siempre verdes hasta desaguar su caudal en el Cantábrico a la altura de la localidad de Pesués. Allí rinde sus armas por todo lo alto dando lugar a la ría Tina Menor, un espacioso estuario de alto valor ecológico con casi 155 hectáreas y 17 kilómetros de perímetro. No es un viaje demasiado largo en kilómetros, 46, pero sí en sorpresas. Una de ellas, de gran éxito desde que se acondicionó en el año 2010, consiste en recorrer algunos kilómetros de sus orillas más íntimas a través de la conocida como Senda Fluvial del Nansa.
El paseo por las orillas del Nansa, que en este tramo está declarado como Lugar de Importancia Comunitaria y forma parte, por tanto, del conjunto de espacios protegidos de Cantabria, discurre en la actualidad entre las localidades de Muñorrodero y Cades. Son cerca de 14 deliciosos kilómetros sin apenas desniveles, bien acondicionados y señalizados, que tienen el aliciente de alcanzar, al final del recorrido, la recientemente rehabilitada ferrería de Cades. Otra opción, para los menos andarines, es partir en dos el recorrido total, más o menos por la mitad, realizando los tramos que van desde Muñorrodero hasta la central hidroeléctrica de Trascudia, hasta la que existe acceso por carretera, o desde la central hasta el final de la senda en Cades.
Senda Fluvial del Nansa partiendo de la central hidroeléctrica de Trascudia hacia Muñorrodero. Cantabria, España. © Javier Prieto Gallego;
La ferrería que encontramos en esta localidad, una de las mejor conservadas de Cantabria, es un vestigio de los tiempos en los que abundaban este tipo de ingenios hidráulicos junto a las aguas del Nansa, gracias tanto a la fuerza que propiciaba el empuje del curso fluvial como a la abundancia y calidad de los bosques que se extendían por las laderas de su cuenca. Tanto es así, que el propio municipio en el que se ubica la población -y por el que discurre buena parte de la senda- se llama Herrerías. De esta, en concreto, se sabe que acabó de construirse en 1752 y el interés de la visita estriba en poder verla en funcionamiento, aprender sobre el oficio tradicional de herrero y descubrir cómo era necesario captar las aguas del río cauce arribe para conducirla hasta el ingenio con fuerza suficiente como para que moviera el mazo y los fuelles que avivan la fragua. La ferrería forma parte de un conjunto de construcciones tradicionales compuesto por un par de molinos harineros que compartían con la ferrería el empuje del agua para su funcionamiento, y una panera, también de hechuras tradicionales, que cumplía una función semejante a la del hórreo. En el otro extremo de la senda, Muñorrodero, un pequeño parque al aire libre con tirolina incluida puede hacer las delicias de los más pequeños.
El recorrido de la senda, se haga como se haga, discurre en su mayor parte por las viejas trochas que los pescadores han ido desbrozando a fuerza de uso, solo que en su acondicionamiento como sendero señalizado ahora han sido dotadas de pasarelas de madera y escaleras talladas en la propia roca para salvar los tramos más comprometidos.
La Senda Fluvial del Nansa cuenta con acondicionamiento en los tramos más complicados. Cantabria, España. © Javier Prieto Gallego;
Qué duda cabe que así, bien asistidos de barandillas y sin necesidad de trepar por las rocas como una hiedra, el paseante puede concentrarse en lo que más interesa a quien se adentra por estos vericuetos fluviales, que es disfrutar de las magníficas vistas que se ofrecen del río de vez en vez y de las bondades naturales que se anuncian en un cartel al comienzo del recorrido. Esto es, un magnífico bosque de ribera formado por alisos, fresnos, sauces, espinos o laureles y, en los tramos en los que el sendero se despega de la orilla, densos bosquetes de encina que, a buen seguro, son supervivientes de los que antaño sirvieron para alimentar tanta fragua voraz como por aquí se dio. El catálogo de especies animales que cobijan ahora estas orillas está formado por el desmán ibérico, nutrias, salmones, lampreas marinas, cangrejos de río y hasta ese espectacular escarabajo aviador conocido comúnmente como ciervo volante (Lucanus cervus), uno de los insectos más grandes y vistosos de la fauna ibérica. Prueba del cuidado con el que se ha diseñado el recorrido es que hay tramos en los que, según el nivel del caudal que lleve el río en ese momento, se ofrecen dos variantes que vuelven a confluir después, una más pegada a la orilla y otra que discurre algo más alejada entre prados y encinares.
Señalización de la Senda Fluvial del Nansa. Cantabria, España. © Javier Prieto Gallego;
Cumplida la peregrinación por estas orillas tan propicias para el ensimismamiento y el deleite natural es más que probable que aún sobre tiempo para continuar la exploración en coche, tejiendo y destejiendo el enredo de carreterillas que permiten acceder hasta los lugares más remotos de esta parte del curso bajo del Nansa. Uno de estos es la población de Cabanzón, en el que perduran una mazacótica torre medieval, evidencia del poderío territorial que detentaban determinadas familias nobiliarias en estos lares, y una encina que de tan grande y añosa es conocida como la Encinona y está catalogada como Árbol Singular de Cantabria. Hacia la otra orilla queda Bielva, con una iglesia del siglo XVI. Esta localidad, como otras muchas de toda la comarca, se encuentra incluida dentro del territorio llamado Ecomuseo Saja-Nansa, cuyo centro de recepción se localiza en la llamada Casa del Arzobispo o de la Coronela de Puente Pumar. Las instalaciones de esta casona, con cerca de 1.000 metros cuadrados, persiguen dar a conocer el valioso legado patrimonial y etnográfico que alberga -y aún pervive- en el territorio.
Otra de las sorpresas que aguardan, aún sin abandonar el curso bajo del río, es la espectacular cavidad turística de El Soplao, a la que se accede desde la localidad de Rábago. Está considerada única en su género por la calidad y cantidad de sus espeleotemas, que es como se llama con propiedad científica a las formaciones geológicas que caracterizan el interior de las cuevas naturales. En ésta destaca la abundancia de las llamadas excéntricas, protuberancias minerales formadas por el continuo goteo propio de las cavidades kársticas y que parecen pequeñas explosiones petrificadas para la eternidad con el arte de algún hechicero caprichoso. El mayor asombro lo causa que parecen creadas sin atender a la lógica de la gravedad.
Entre las peculiaridades geológicas de estas cuevas esta también el hallazgo, en 2008, de yacimientos de ámbar asociados a ellas. Su singularidad estriba tanto en la antigüedad de estas resinas fosilizadas hace 110 millones de años como en la abundancia de organismos que quedaron atrapados en ellas, lo que permite descubrir el muestrario de pequeños seres vivos que pululaban por este mismo lugar en el Cretácico Inferior.
Pero El Soplao es también una cueva especial por otra cosa: se trata de una cavidad que es mitad cueva, mitad mina. De hecho el descubrimiento de la cavidad natural se produjo en 1908 en el transcurso de las explotaciones mineras de zinc que se realizaban en la zona. El nombre de El Soplao deriva del argot utilizado por los mineros para denominar las corrientes de aire que se producen al abrir los boquetes que ponen en contacto las distintas galerías. Aquel descubrimiento casual tampoco tuvo una mayor relevancia hasta que los espeleólogos comenzaron a explorar detenidamente en 1975 el conjunto de galerías naturales que se desenreda a lo largo de más de 20 kilómetros. A estos hay que sumar los cerca de 26 kilómetros de las antiguas galerías mineras. Un laberinto subterráneo del que la visita turística recorre algo menos de dos kilómetros en lo que resulta tan solo pequeño ejemplo de lo que esconden -y ofrecen- ambos mundos.
SENDA FLUVIAL DEL NANSA. Cuenta con señalización de Sendero local -barras blanca y verde- entre Cades y Muñorrodero. Entre ambos puntos median unos 14 kilómetros que pueden hacerse en unas cuatro horas. La presa de Trascudia se encuentra más o menos a mitad de camino y puede accederse en coche por una pista asfaltada que arranca desde una rotonda en la CA-181 antes de alcanzar, llegando desde la costa, Barrio Camijanes. Prácticamente sin dificultad, puede realizarse con niños.
FERRERÍA DE CADES. El molino harinero y la ferrería se visitan de manera conjunta y puede hacerse con o sin demostración de funcionamiento y visita guiada. Los horarios y frecuencia de funcionamiento varían en función de la época del año. Lo mejor es contactar previamente con ella: tels. 942 709 360 / 608 104 785.
CUEVA DE EL SOPLAO. Los horarios varían en función de la época del año. Información: Tel. 902 82 02 82; web: elsoplao.es.
Mapa del paseo
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