Cuando una soltera se involucra en un espacio ajeno pueden pasar muchas cosas y los resultados serán variados, dependiendo de los dueños del área.
Uno de ellos (seguramente conocido por la mayoría de nosotras) es la casa de nuestros padres. Si hablamos de familia pensamos en multitud y si repasamos a los miembros del entorno las diferencias en gustos, prioridades y elecciones son tantas, o incluso más, que ellos mismos. De allí en adelante: coincidir en cuándo limpiar el espacio común, qué menú elegir para compartir el domingo al mediodía y pactar en si las compras se realizarán en el supermercado mayorista o el almacén de barrio, será un desafío obligado a transitar cuando ya no vivas con tus progenitores.
Otro lugar en el que la soltera suele involucrarse (no muchas veces de manera satisfactoria) es la casa del novio. Entrar en ese espacio puede ser, a menudo prematuro, y en consecuencia, los resultados de ese intento podrán sorprendernos con incertidumbre al reflexionar sobre el modo en el encajan los amantes, la flexibilidad adoptada durante la pasión o las preferencias de "volver a casa si el horno no está para bollos".
Llevar algo de sorpresa, demostrando interés y alegría por pertenecer a ese nuevo lugar, puede ocasionar cierto rechazo y alarma en el hombre. La exigente demanda de consulta, la reafirmación de los roles dueño-visitante y el pedido de aceptación individual, son algunas de las respuestas que puedes escuchar como resultado del préstamo de una colcha de verano, considerada para su uso en noches frescas de otoño. A posteriori el intento sabrá concluir en pelea. Y como no tengo hermana, a la colcha de mi madre la guardo de nuevo en el fondo de mi placar.
Ponerse de acuerdo en las acciones, el lugar compartido y la forma de intervención estará compuesta de la actitud, predisposición y cariño en cuestión.
Lograr el momento justo o comunicarse con la palabra adecuada, sin lastimar ni ir en contra de nuestros sentimientos, ni el de la persona que nos interesa, es una tarea que requiere de una práctica diaria, que vale la pena perfeccionar para alimentar nuestra personalidad, ante todo, y aprender de las relaciones humanas.