Ya sabéis que el post de hoy es improvisado, de hecho voy tarde, son las 8:04 y quiero hacerlo rápido así que espero que me perdonéis las faltas y los errores.
Y sin más rollo empezamos.
Como de costumbre tenía dudas sobre el tema de hoy, pero me he acordado de un paseo de noche que di hace una semana. Veo que cuando hablo de mis paseos os gustan bastante, así que me animo a compartir este.
Hace unos días mi hija se fue a Madrid(lo que nos gusta Madrid) y a la vuelta el autobús la dejaba en la parada a las cinco de la madrugada, así que la fuimos a buscar en plena noche.
No sé porqué pero la noche me inspira. Cuando paseo a esas horas en que todo es silencio mi cabeza empieza a imaginar.
Ese día o más bien noche, nada más salir del portal nos recibió una bocanada de aire frío, como recordándonos que a pesar de los veintimuchos grados que teníamos por el día seguimos en invierno.
Y entonces, bien arrebujados en nuestros abrigos emprendimos el camino de la estación.
Al poco rato nos cruzamos con un sereno, y yo, cada vez que veo un sereno me ilusiono porque me recuerda a las pelis de los sesenta, o a las primeras temporadas de Cuéntame. Ainnnnns, y también me recuerdan a aquel capítulo de Barrio Sésamo en el que Espinete se dejaba las llaves dentro de casa y llamaba al Sereno desesperado.
En mi caso son personas normales que dan seguridad cuando los ves, y que ayudan en lo que haga falta. Muchas veces pienso que serían unos protagonistas geniales para un relato, o para una novela, si contasen todo lo que ven de noche.
Cuando dejamos atrás al hombre empiezo a mirar a mi alrededor y veo que todas las casas tienen las luces apagadas, las persianas bajadas y las cortinas echadas, pero de vez en cuando se ve alguna con luz, y empiezo a imaginarme la historia de las personas que la habitan.
A veces es una ventana de un edificio alto, un único puntito de luz en medio de la oscuridad, y otras está en la parte baja de algún edificio antiguo y tranquilo, y me pregunto si quien mantiene esa luz prendida será un estudiante preparando sus exámenes, cansado y ojeroso al que su madre le lleva café y le anima como mi madre me hizo a mí y como hago yo con mis hijos.
O tal vez es un trabajador que entra en el turno de las seis de la mañana, como lo hacía mi padre, tomando un café negro de un trago y enfrentándose al frío para que a los suyos nunca les falte nada. Me imagino incluso el beso de despedida de su esposa, que vuelve a la cama a dormitar unas horitas más mientras se siente culpable por la ausencia de su marido.
O quizás simplemente es alguien que no puede dormir, como me pasa a mí muchas veces, y se ha levantado a calentar un café o una infusión.
Seguimos caminando y en la calle tan solo se escucha el retumbar de nuestros pasos, y la verdad es que nos da miedo a hablar para no perturbar esa paz que nos acompaña.
Cuando nos toca atravesar un parque me doy cuenta de lo diferente que es en ese momento, tan solo unas horas antes rezumaba bullicio y alegría, los niños corriendo y las mamis hablando llenaban de vida ese fantasmagórico lugar que ahora era parte de nuestro camino.
Y entonces llegamos a la estación, bastante antes de lo necesario, así que toca esperar, y además muertos de frío.
En vez de quedarnos en el andén decidimos ponernos en una zona desde la que veríamos llegar el autocar, así se calmaba un poco nuestra impaciencia. Y nos apoyamos en un escaparate para contemplar la vida de la estación.
Siempre me han inspirado mucho las estaciones pero a esas horas apenas hay nadie. Cuando llevábamos unos cinco minutos esperando vemos llegar una furgoneta cuyas letras en los laterales indicaban que pertenecía a una frutería, y aparca justo delante de donde estábamos nosotros.
Con lo que me gusta a mí imaginar historias le dije a mi marido que no me creía que fuese una furgoneta de reparto, no me imaginaba donde podían dejar fruta a aquellas horas. Seguro que cuando se abriese la parte de atrás habría una banda de asaltadores de casas o contrabandistas, seguramente venidos del este. Me imaginaba el interior de la furgoneta como el interior del camión de Black Dog.
Mientras yo hablaba un par de chicos se habían bajado de la furgoneta, habían abierto la parte de atrás y llevaban unas cajas de fresas. Aquello cada vez me parecía más sospechoso y le dije a mi marido que en cuanto empezasen a andar iba a seguirlos porque me podía la curiosidad.
Ya estaba ansiosa por saber dónde iban cuando veo que se acercan a nosotros y nos dicen educadamente que les permitamos pasar. Entonces nos giramos y vemos que el escaparate en el que nos habíamos apoyado era ¡¡¡Una frutería!!!! Y los chicos tenían una llave y entraron a dejar ¡¡¡Fruta!!!! Uffff, que tonta me sentí.
Los que alguna vez hayáis ido a la estación de Gijón sabréis que sitio os digo, es una tienda de fruta y legumbres.
Ante la vergüenza nos pusimos en otra zona, esta vez dispuestos a esperar como la gente normal. Pero cuando llevábamos allí un ratito vemos llegar a toda velocidad una furgoneta muy muy parecida a la de los libios a los que Emmet Brown robaba el plutonio en Regreso al futuro. En ese caso fue mi marido el que lo dijo, y yo quise creer que algo emocionante iba a ocurrir, pero simplemente se paró frenando en seco en una zona en la que no se puede aparcar, y se bajaron dos señores mayores. Un chico se bajó para darles unas maletas y volvió a subir. Sin decir ni adiós arrancó con la misma prisa con la que había venido.
Y los señores fueron caminando despacio hasta un autobús que estaba en marcha y que arrancó y se fue sin ellos, así que se quedaron allí hablando con el personal de la estación, supongo que intentando arreglar el tema. Yo estaba intrigada y quise acercarme a ver en qué quedaba el asunto, pero en ese momento llegó el autocar con mi hija y se me olvidó todo lo demás.
El camino de vuelta a casa ya no fue tan silencioso. Hablábamos en voz baja para no despertar a toda la ciudad pero ella llegó cargada de cosas que contar y nosotros la habíamos echado de menos, así que las aventuras de la estación pasaron a un segundo término.
Y ya en casa nos tomamos una infusión bien caliente y ella se fue a dormir para recuperar el sueño perdido, mientras nosotros empezábamos un día normal, y poco a poco el frío de la noche y las extrañas historias que se nos ocurrieron en la estación se fueron diluyendo con la luz y el calor del día.
Y hasta aquí mi historia, como de costumbre no he llegado a ninguna parte pero me apetecía compartir esas cosas que se me ocurren a veces y que me entretienen.
Muchísimas gracias por leerme y nos vemos el sábado con el repaso semanal.
Muy feliz jueves a todos.