Irlanda, la fascinante isla esmeralda (XI)

Recordando el hambre

La escultura de Famine Memorial fue creada por Rowan Gillespie y se inauguró en 1997.




El conjunto consiste en varios hombres y mujeres demacrados caminando por la orilla del río, con expresiones de tristeza, desesperación y determinación. Son una de las piezas de arte público más fotografiadas de toda Irlanda, ya que constituyen un monumento permanente a las muchas personas que emigraron debido a la gran hambruna de Irlanda.






El lugar donde se ubica no fue elegido por azar, al localizarse en el muelle de salida del Perseverance, una de las primeras naves que dejaron Dublín en 1846 con rumbo a Estados Unidos. A pocos pasos de la escultura encontramos un barco amarrado, el Jeanie Johnston, réplica de uno de esos barcos de la Gran Hambruna y perfecto complemento-museo de este grupo escultórico.






Un precioso zoo en medio de la ciudad

El zoo de Dublín es el tercero más antiguo del mundo. Sí, como oyen, el tercero. Y es que cuando llegó la fiebre científica favorecida y subvencionada por la reina y emperatriz Victoria, ya el zoo llevaba unos añitos de andadura, al haber sido fundado en 1830, por lo que podemos decir que fue uno de los precursores de la posterior moda de tener en las grandes ciudades animales en cautividad.










El recinto no sólo es famoso por este dato, sino que aún más lo es por ser el lugar de nacimiento de Cairbre, el famoso león que aparece al principio de las películas de la Metro Goldwyn Mayer. Nació en 1927, noventa años atrás, como fruto de un programa de cría de leones en cautividad.






Mirando el presente, quizá sea éste uno de los lugares donde he visto a los animales con mejor aspecto de los zoos en que he estado. Se ven pocas jaulas, las indispensables, diría yo, ya que la mayoría de ellos se encuentran en espacios abiertos y acondicionados para asemejarse lo más posible a sus hábitats naturales.






Leones, tigres, lobos, rinocerontes, jirafas, elefantes, antílopes, monos y gorilas, focas..., todos parecen gozar de buena salud, aunque carezcan de us bien más preciado, la libertad. Pero eso es otro cantar.






El recinto está muy bien mantenido y acondicionado, limpio y bien señalizado, lo que permite disfrutar de un par de horas para disfrutar de la naturaleza en pleno centro de Dublín.
Biblioteca del Trinity College, trocando en clara luz la oscuridad.

Esta maravilla de papel y madera, con un aroma a sabiduría que adormece y entusiasma al mismo tiempo, nada más cruzar la puerta principal, contiene la mayor colección de manuscritos y libros impresos de Irlanda. Y esto lo ha logrado gracias al privilegio que goza desde 1801, de recibir un ejemplar de cualquier obra publicada en Gran Bretaña o Irlanda, lo que si nos ponemos a sumar, le ha hecho propietaria de tres millones de volúmenes repartidos en ocho edificios.


Pero evidentemente la que suscita más interés por su estética e historia es la que vemos en las fotos, que se remonta a 1732, la Long Room, con sus 65 metros de largo y más de 200.000 libros de contenido, que están entre los más antiguos de la Biblioteca.






Aparte de 14 bustos muy valiosos de escritores y científicos irlandeses, la sala guarda el arpa más antigua de Irlanda, que se remonta al siglo XV, está hecha de roble y sauce con cuerdas de bronce y es la que aparece por todas partes, incluida la cerveza Guinness y las monedas irlandesas.


Muy cerca se encuentra el oscuro y diminuto museo donde se esconde, más que guarda el Book of Kells, que con más de 1.000 años de antigüedad contiene un texto en latín de los cuatro evangelios, ricamente ornamentados con dibujos en pan de oro.

Trinity College, la más antigua de irlanda



La élite protestante debía estudiar en un lugar en el que no pudiera estar influenciada por las malas artes de las entonces ponzoñosas universidades y colegios católicos, por ello merecía y debía tener un lugar exclusivo y nuevo, donde poder empezar de cero y crear un mundo cultural nuevo y menos arcaico.


Así que se levantó el Trinity College, donde sólo y únicamente podían entrar protestantes, y católicos sólo si abjuraban de su fe, con la consiguiente excomunión por parte de la iglesia católica.




El lugar fue creciendo de tamaño y fama, llegando a tener hasta 150.000 alumnos estudiando en un mismo año académico, y vanagloriándose de ser uno de los primeros college de las islas británicas que admitió, a finales de 1903 , a mujeres en sus aulas.






Con una mezcla perfecta de espacios verdes y edificios de estilo neoclásico, entre los que destaca el Theatre, la capilla y sobre todo el campanario que encabeza este rincón, el Trinity College no es sólo un lugar de aprendizaje para la juventud irlandesa , sino un recorrido por la historia y la cultura de la ciudad.

St. Stephens Green, el pequeño pulmón de las esculturas



En pleno centro, con mucha vegetación y en un orden que ralla la perfección encontramos este amplio pero pequeño parque. Ideal para descansar un momento del ajetreo que supone visitar una ciudad como Dublín, que tanto nos ofrece, el verde de los árboles y los arbustos contrasta vivamente con la nobleza de los palacios del siglo XIX que rodean este estético y singular espacio. Sin embargo no siempre fue así, ya que durante mucho tiempo fue un lugar sórdido, usado como vertedero público y escenario frecuente de robos y prostitución, hasta que fue cerrado con una verja por orden municipal.




Hasta que el señor Guinness, si el de las cervezas, decidió acondicionarlo y embellecerlo, llenándolo de pequeños lagos, estatuas de patriotas y personajes ilustres de la nación. A su alrededor surgieron, pues estas mansiones y poco después el Real Colegio de Cirujanos, el National Concert Hall o el Hotel Shelbourne.






Como curiosidad, decir que en su centro hay unos peculiares jardines para invidentes, con plantas y flores que se pueden tocar acompañadas de placas explicativas en braille.

Merrion Square, Wilde y las puertas de colores




Muy cerca de St Stephens Green se encuentra este otro parque, mucho más pequeño, una plaza, mejor llamarlo. Eso sí, atrae a más turistas que el anterior y los motivos son prácticamente dos.




Por un lado las viviendas que cierran tres de los flancos de la plaza y que constituyen un evocador entorno de la época georgiana, reforzado por las típicas puertas de entrada pintadas de vivos colores y las placas que recuerdan a sus ilustres habitantes, como Wilde, el poeta Yeats o el patriota O Connell.




Por otro, en el extremo más alejado de las mansiones y justo junto a la verja del jardín, encontramos la tan querida y odiada escultura que recuerda a Oscar Wilde, "patrocinado" por cervezas Guinness. Quizá por esto nos presenta a un Oscar descompuesto, indiferente, como si no le importara nada de lo que podamos decir, que bastante aguantó en vida.


Sinceramente a menos que tengamos un interés especial, yo obviaría la estatua y rodearía el parque par admirar las casas y las puertas de colores. Si queremos ver al verdadero Wilde, tan sólo debemos leer sus magníficas obras. Eso seguro que no le dejaría indiferente.

Y para despedir este maravilloso viaje por la verde Irlanda, un consejo, en este caso de alojamiento.
Hotel Ferryman, una habitación con vistas
Dublín es una ciudad grande, cosmopolita, vibrante, pero sobre todo joven y dinámica y poco me apeteció hospedarme en un hotel al uso, sino que buscaba un lugar con algo más, que transmitiera esa pasión por vivir que tienen los dublineses y quienes visitan la ciudad.



Así que buscando en las páginas de reserva de hoteles encontré este pequeño pero acogedor alojamiento en un lugar céntrico pero al mismo tiempo apartado de las calles principales de la ciudad, llenas a todas horas de turistas y universitarios. Puede parecer una incongruencia, pero cuando llevas todo un día o varios recorriendo la ciudad de Joyce, necesitas un descanso reparador que alivie tu cuerpo cansado.



Y eso es lo que encontré en el Ferryman, la posibilidad de descansar pero sin desconectar del todo del corazón palpitante de Dublín.

El hotel nos ofrecía muchas ventajas, entre ellas la localización, cerca del centro como ya dije, y también a tiro de piedra de la parada de autobús que une la ciudad con el aeropuerto.

Otra ventaja son las habitaciones frontales que regalan una vista del río y del puente Samuel Beckett realmente espectaculares, sobre todo de noche.



La habitación es sencilla, no tiene elementos superfluos aunque si que necesitaría una leve reforma, más que nada para quitarse la pelusa del paso de los años, aunque si me apuráis un poco lo dejaría tal como está. La habitación es amplia, las camas cómodas, los armarios si que podrían ampliarse un poco más y el baño completo y muy limpio.



El desayuno es espectacular y completo. El obligado Full Irish Breakfast que ya de por sí nos llena de energía para afrontar otra jornada de descubrimientos se completa con un pequeño buffet de zumos, cereales, tostadas, mermeladas y mantequillas, y se localiza en un salón decorado de manera moderna y multicolor al que se accede casi directamente desde las habitaciones.



Para finalizar, en la planta baja y con acceso a la calle encontramos el pub O Brien, donde podremos saborear una de las Guinness mejor tiradas de Irlanda.





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