A quinta da Auga ocupa un impresionante edificio de piedra construido en el siglo XVIII que se utilizó durante mucho tiempo como fábrica de papel. Posteriormente, ha tenido otros usos como batán de lana, aserradero, fábrica de cerveza y fábrica de hielo. Me cuenta la propietaria y también arquitecta Luisa García Gil, que este edificio fue abandonado en los años 40 y cuándo lo compró en el año 2003 estaba completamente en ruinas.
Gracias a su valentía, carácter emprendedor y un meticuloso trabajo de rehabilitación que duró nada menos que seis años ha logrado reabrir sus puertas dándole un nuevo uso, ahora como Eco hotel boutique Spa.
Desde el exterior, la majestuosidad del edificio impresiona y nos invita a curiosear, perderse por sus diferentes plantas, caminar por sus largos pasillos, conocer su historia, rincones, habitaciones, salones, restaurantes y jardines.
No es de extrañar que con tan sólo un año desde su inauguración, este bellísimo emprendimiento, fuera premiado por la revista Condé Nast Traveller y pasó a formar parte de la lista Gold como el mejor complejo hostelero y urbano de España.
La exquisita decoración de sus interiores y jardines es otro de sus encantos que atrapan la atención de cualquier huésped. Lejos del minimalismo, nos encontramos con ambientes de estilo colonial con maravillosos muebles antiguos traídos de anticuarios franceses, adornados con objetos de porcelanas, cristalerías, alfombras de lana y seda … es decir objetos con historia que priman la calidad, pero sin caer en excesos. Al contrario, los espacios respiran, transmiten lujo y requinte, al mismo tiempo son acogedores y confortables.
El hotel dispone de varias zona comunes, pero a mí la que más me ha sorprendido con diferencia fue la cafetería Qcafébar con su pequeño jardín exterior. Un ambiente muy acogedor decorado al estilo de los bistros franceses de los años 50. El suelo de piedra se contrasta con paredes empapeladas con papel de periódicos antiguos que hacen referencia a temas de moda y belleza y que se ambienta con mámparas de cristal tipo biombos antiguos, mesitas de madera, sofás de terciopelo y unas preciosas butacas de color azul verdoso que rompen con la neutralidad, dan luz y aportan un bonito colorido al espacio.
¡En un hotel de calidad, lo que no puede faltar es una buena habitación con todas sus comodidades! Pero A quinta da agua va más allá, el carácter familiar y personal se extiende a estas estancias. Las 45 habitaciones que alberga el hotel están decoradas cada una de modo diferente, es decir, cada una tiene un diseño particular, una personalidad propia. Cómodas camas vestidas con lencería de algodón egipcio peinado, maravillosas vistas al jardín, exquisitos papeles de pared con diferentes motivos, suelo de madera radiante, antigüedades, muebles contemporáneos y por supuesto la piedra conviven en armonía, proporcionado un ambiente de calidez y bienestar.
En la planta principal se encuentra el restaurante FILIGRAMA que es, sin duda alguna, uno de los rincones más concurridos del hotel. Gracias a la acogedora y delicada decoración unidos a una espléndida cocina tradicional de productos gallego dirigida por el Chef Frederico López Arcai hacen la estancia aún más placentera y romántica.
Por último, no podría dejar de hablar del SPA con su cubierta completamente acristalada. Cuenta con varios circuitos de agua, saunas y cabinas para masajes y tratamientos corporales. Y de la preocupación de los propietarios por el respeto a la naturaleza. Han incorporado en sus instalaciones equipamientos de última generación que contribuyen al ahorro energético y sostenibilidad medio ambiental.
La arquitectura peculiar del edificio, rodeado de bosques y río, unido a una exquisita decoración de sus interiores, buena gastronomía y un amable trato familiar hacen que cualquier viajero se sienta como si estuviera en su propia casa. Si tenéis la oportunidad no dejéis de conocer este magnifico boutique hotel.
Referencia fotográfica: A quinta da agua