HOJAS DE HIERBA

Walt Whitman
(Estadounidense, 1819-1892)
MI ESPONTÁNEO YO (*)
Mi espontáneo yo, la Naturaleza,
El amoroso día, el sol ascendente, el amigo con el cual soy feliz,
El brazo de mi amigo rodeándome ociosamente el cuello,
La colina blanqueada por las flores de los serbales,
O, hacia el fin del otoño, los matices del rojo, del amarillo, del gris, del morado, y del verde oscuro y del verde claro,
La densa capa de la hierba, de los animales, de los pájaros, la íntima ribera descuidada, las manzanas elementales, las piedras,
Los hermosos guijarros en el agua, la negligente lista de uno tras uno, mientras los llamo o pienso en ellos,
Los poemas genuinos (los que llamamos poemas no son otra cosa que imágenes),
Los poemas de la intimidad de la noche y de hombres como yo,
Este poema pudoroso y no visto que siempre me acompaña y que acompaña a todos,
(Sabedlo de una vez, lo declaro, que donde hay hombres como yo, nuestros vehementes y varoniles poemas acechan),
Pensamientos de amor, savia de amor, fragancia de amor, enredaderas del amor y la savia que asciende,
Brazos y manos del amor, labios del amor, fálico pulgar del amor, pechos del amor, vientres unidos y pegados por el
amor,
Tierra de casto amor, vida que sólo es vida tras el amor,
El cuerpo de mi amor, el cuerpo de la mujer que amo, el cuerpo del hombre, el cuerpo de la tierra,
Suaves brisas de la mañana que soplan del sudoeste,
La abeja hirsuta que murmura y zumba de arriba abajo, que aprieta la femenina flor adulta, que la dobla con sus patas amorosas y firmes y se mantiene trémula y tensa hasta sentirse satisfecha;
La humedad de los bosques en el alba,
Dos que en la noche duermen, abrazados, uno con el brazo extendido bajo la cintura del otro,
El olor de las manzanas, el aroma de la salvia pisada, de la menta, de la corteza del abedul,
Los anhelos del muchacho, la cercanía y el ardor cuando me confía lo que estaba soñando,
La muerta que gira en espiral y cae al suelo, quieta y contenta,
Los indefinidos estímulos de las cosas que veo, de la gente, de los objetos,
Las incipientes picaduras con que me hostigan no menos que a los otros,
Los hermanos, orbiculares, sensibles, agazapados, a los que sólo pueden llegar manos privilegiadas,
La curiosa exploradora, la mano que explora todo el cuerpo, la carne pudorosa que se retrae, donde los dedos que apaciguan
se demoran y se hunden,
La límpida simiente del muchacho,
La inquieta corrosión, tan pensativa y tan dolorosa,
El tormento, la perpetua marea que no se calma,
Lo que siento y sienten los otros,
El muchacho que se sonroja y se sonroja, y la muchacha que se sonroja y se sonroja,
El muchacho que se despierta en la alta noche, la mano febril que quiere reprimir lo que lo domina,
La mística noche de amor, los indecisos bienvenidos ardores, el
ardor, las visiones,
El pulso de la sangre en las palmas y en los dedos crispados, el muchacho encendido, avergonzado, airado;
La espuma que me arroja mi amante, el mar, mientras yazgo sumiso v desnudo,
El alborozo de los niños gemelos que se arrastran al sol sobre la hierba, y los ojos vigilantes de la madre que no se aparta de ellos,
El tronco del nogal, la cáscara de sus frutos y la larga y redondeada nuez, madura o madurando,
La continencia de las plantas, de los animales, de los pájaros,
Mi bajeza, si me escondiera o me juzgara impuro, cuando los animales nunca se esconden ni se juzgan impuros,
La castidad del padre ante la castidad de la madre,
El juramento de procreación que he prestado, mis hijas adánicas y frescas,
El ansia que día y noche me roe, consumiéndome vorazmente, hasta colmar a otros con lo que producirá muchachos y muchachas cuando yo me haya ido,
El saludable alivio, el reposo, el estar satisfecho,
Y este racimo que el azar arrancó de mí mismo,
Ha cumplido con su misión, lo arrojo, indiferente, para que caiga donde caiga.
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(*) Este fragmento pertenece al libro “Hojas de Hierba”; cuando lo leí por primera vez tenía poco más de veinte años y desde aquel entonces, cada tanto, busco su sabia compañía.
La fotografía que sigue al texto, la sacamos cerca de casa, al pie del “Castello di Brescia”.

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