Esta pausa obligada me genera sentimientos contradictorios, mi corazón da saltos de alegría porque en las competencias se me rompe un poco el corazón ante ciertos comportamientos “humanos”; y a la vez me siento un poco egoísta porque sé que Gian disfruta mucho en ellas.
Lo cierto es que el crecimiento de un bulldog no es tan predecible como el de ese adolescente que seguramente se convertirá en un adulto con un bigote real. Quizás a Chejov le termine de crecer la cabeza, o quizás no. Tendremos que esperar.
Esta vez me dediqué a intentar fotografiar lo que yo veo de las competencias: una entrega absoluta, paciencia inagotable y ojos llenos de amor; algunos son afortunados y consiguen lo mismo de vuelta; otros sólo son vistos como una gran caja registradora. Y no me refiero a humanos.
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