Yo vivo en Yucatán, más en concreto en un pequeño pueblo/ciudad llamado Izamal y por eso la leyenda que traigo hoy es de éste lugar.
LA PLAZUELA DEL TORO
Hace muchos años, cuando nuestro país se encontraba todavía bajo el dominio de España, vivió en la casa que hasta últimas fechas se encontraba en el lado poniente de la Plazuela conocida como de “El Toro”, un español llamado Don Rodrigo de las Cuevas y Echegaray, quien tenía como encomienda el actual pueblo de Xanabá y cerca poseía un rancho ganadero, en el cual criaba una raza de toros que servía para lidiar en las corridas, que con motivo de la fiesta anual de la Patrona de Izamal se celebraba en el mes de diciembre como hasta ahora.
Como esas corridas se llevaban a cabo en la plazuela. era motivo de orgullo para Don Rodrigo, presentara personalmente a sus toros y desde la azotea de su casa, presenciaba la lidia de los mismos, si es que no bajaba para tomar parte en ella, a la que era aficionado.
Se contaba que entre las reses de su rancho, se distinguía un toro negro de perfecta estampa y de una bravura sin igual, que varias personas que al animal conocían se lo querían comprar, o, le preguntaban por qué no lo llevaba para ser lidiado durante las corridas de la fiesta, a lo que Don Rodrigo nunca accedió, pues decía que ese toro era propiedad de su mujer Doña Filomena, quien lo quería mucho y no permitía que lo lastimaran.
Aquello era una verdad y se decía también que al nacer el toro en el rancho, su madre había muerto, que Don Rodrigo trajo al animalito a su casa y al ponerlo en manos de su esposa Doña Filomena, ésta lo había atendido tan bien, que con sus continuos cuidados consiguió crecerlo hasta convertirse en un soberbio ejemplar.
Se contaba, que la única persona que se podía acercar al toro era Doña Filomena, que al divisarle el animal, corría a su encuentro y se quedaba a su lado como si fuera un animal doméstico. Es decir que había un mutuo entendimiento o simpatía entre la dama y el animal.
Doña Filomena, era de carácter dulce y sorpresivo, no así Don Rodrigo, quien en ocasiones, cuando la cólera lo dominaba, se mostraba arrebatado en sus actos.
Pues bien, cuentan que en cierta ocasión, cuando Don Rodrigo y Doña Filomena se encontraban de visita en su rancho, estando en la terraza que daba al corral de la misma finca, se enfrascaron en una discusión tan fuerte, que en un momento Don Rodrigo empujó de tal forma a su esposa, que la hizo caer al piso del corral. Que el toro al ver aquello se acercó al cuerpo inconsciente de la dama y viendo a Don Rodrigo de pie en la terraza, mugía lleno de furor, como si entendiera lo que había pasado.
A duras penas fue rescatado el cuerpo de Doña Filomena, pues tuvieron que intervenir los vaqueros del rancho para alejar al animal de ahí, pero cuando fue rescatada, era ya cadáver.
Don Rodrigo dejó de frecuentar su rancho, pues el animal al verlo, se ponía a mugir como echándole en cara su proceder y esto dio motivo para que el toro fuera vendido al primero que lo pidió. Pero…
Pasaron unos meses, el tiempo de la fiesta y de las corridas llegó y una tarde cuando Don Rodrigo, como acostumbraba, desde la azotea de su casa de la lidia de sus toros, vio con sorpresa que al traer al toro que le correspondía ser lidiado, reconoció en él al que había vendido y había sido el consentido de su esposa. Lleno de cólera empezó a gritar que sacaran al animal de ahí, pero lo único que consiguió con sus gritos fue que el toro lo divisara y al instante comenzó a bramar lleno de furia, como retándolo a bajar de donde se encontraba. Como eso no sucedía, después de escarbar el piso de la plaza con sus pezuñas, arremetió contra la casa de don Rodrigo estrellándose en la pared con mucho estrépito. Con gran trabajo se puso de pie nuevamente y alejándose un poco de la casa, volvió a divisar a Don Rodrigo y bramando furiosamente, arremetió otra vez contra la casa, estrellándose nuevamente contra la pared. Con imponentes bramidos que se fueron apagando gradualmente, murió en el mismo lugar.
Este suceso causó sensación entre todos los que lo presenciaron, pero no termina ahí el relato. Se dice… que la noche del propio día, que era obscura y lloviznosa, en horas de la madrugada, cundiose de pavor todo el vecindario del rumbo, intempestivamente en la plazuela, frente a la casa de Don Rodrigo, unos horrendos mugidos que no cesaron hasta que la claridad del amanecer anunció el nuevo día.
Durante mucho tiempo se comentó en la población, que Rodrigo amaneció muerto en su lecho, con una expresión gran horror en el rostro.
Desde esa época se le llamó a ese lugar “La Plazuela del Toro” como se le sigue llamando hasta ahora.
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Fuente: Leyendas de Izamal de Don Ramiro Briceño