Cierra los ojos.
Imagina ese inmenso vacío frente a ti,
donde sopla el viento que golpea el pelo
y enfría tu cara.
Sin piedad.
Se enrollan perezosas las olas, con temor.
Se dejan romper en mil pedazos de dolor.
Ruge el mar. Te devuelve la paz.
Siente la mano cálida sobre tu hombro.
Inclina la cabeza y acaríciala con tu cara.
No tengas miedo.
Se humedecen los ojos,
se tensan los labios.
Muerde. Pestañea.
Coge aire.
Aprieta. Notas la fuerza.
Si te giras despacio,
impaciente, pero serena;
expectante, pero confiada.
Repleta de fe...
Allí está todo lo que no necesitas,
todo lo que no buscas...
pero que irremediablemente
te completa.
Sí.
Es ÉL.