EL LIBRO DEL TÉ

por Okakura Kakuzo
(Japón, 1862-1913)

Capítulo I (Fragmento)

La copa de la humanidad
Antes de que fuese una bebida, el té fue una medicina. Sólo en el octavo siglo hizo su entrada en China, en el reino de la poesía, como una de las más elegantes distracciones de aquel tiempo. En el siglo quince, el Japón dio patente de nobleza e hizo de él una religión estética: el teísmo.
El teísmo es un culto basado en la adoración de la belleza, tan difícil de hallar entre las vulgaridades de la trivial existencia cotidiana. Lleva a sus fieles a la inspiración de la belleza y de la armonía, el sentido romántico del orden social y el misterio de la mutua misericordia. Es esencialmente el culto de lo Imperfecto, puesto que todo su esfuerzo tiende a realizar algo posible en este imposible que todos sabemos que es la vida.
Considerada en la acepción vulgar de la palabra, la filosofía del té no es una simple estética, puesto que nos ayuda a expresar, conjuntamente con la ética y la religión, la concepción integral del hombre y de la naturaleza. Obligando a la limpieza, es una higiene; es también una economía, porque demuestra que el bienestar reside más en una simplicidad que en la complejidad y en lo superfluo; es una geometría moral, porque define el sentido de nuestra proporción respecto al Universo. Y, finalmente, representa Oriente, puesto que hace de todos sus adeptos unos aristócratas del buen gusto.
El hecho de que el Japón haya permanecido durante tantos siglos aislado del mundo ha contribuido al desarrollo de su vida interior, a la propagación del teísmo. Nuestras habitaciones, nuestra cocina y nuestra indumentaria; nuestras lacas y nuestras porcelanas, nuestra pintura y nuestra literatura han sufrido su influencia. Nadie que conozca la cultura japonesa podrá negarlo. Ha penetrado en todas las mansiones, desde las más nobles a las más humildes. Ha enseñado a la gente del campo el arte de arreglar las flores y al más humilde trabajador el respeto hacia el agua y las rocas. En nuestro lenguaje corriente suele decirse, hablando de un hombre insensible a todos los episodios cómicos o serios de la vida cotidiana y del drama individual, que le falta té; y se vitupera, en cambio, el esteta grosero que, indiferente a la tragedia  mundana, se abandona sin freno a sus emotivas sensaciones, diciendo de él que tiene demasiado té.
Un extranjero se extrañará de que pueda darse a este culto tanta importancia. ¡Una tempestad en una taza de té!, exclamará. Pero si se considera cuán exigua es la copa de la felicidad humana, cuán fácilmente desborda de las lágrimas vertida y cuán fácilmente, en nuestra sed inextinguible de infinito, la apuramos hasta las heces, se comprenderá que se dé tanta importancia a una taza de té. Pero la humanidad ha hecho mucho peor. Hemos sacrificado libremente al culto de Baco; hemos desfigurado y encarnecido la imagen sangrienta de Marte. ¿Por qué no consagrarnos a la reina de las Camelias y abandonarnos al inefable efluvio de simpatía que desciende de sus altares? En el líquido ambarino que llena la taza de porcelana marfileña, el iniciado encontrará la reserva exquisita de Confucio (1), la seducción picante de Lao-Tsé (2) y el aroma etéreo de Sakyamuni (3).

(…)

El sabor del té posee un encanto sutil que lo hace irresistible y muy particularmente susceptible a la idealización; lo cual ha inducido a humoristas occidentales a mezclar su aroma al perfume de su propio pensamiento. El té no tiene la arrogancia del vino, el individualismo consciente del café ni la inocencia sonriente del cacao. En 1711, un periódico inglés; The Spectator, decía:
“Recomiendo muy particularmente a todas las familias bien instaladas que consagren una hora todas las mañanas al té, al pan y a la mantequilla, y les ruego en su interés, que exijan que este periódico les sea puntualmente servido y lo consideren como formando parte del servicio del té”.

(…)

Entretanto, saboreemos una taza de té; la luz de la tarde ilumina los bambúes, las fuentes cantan deliciosamente, el suspiro de los pinos murmura en nuestra tetera. Soñemos en lo efímero y entreguémonos errantes a la bella locura de las cosas.

Notas:
(1) Confucio: Filósofo chino cuya doctrina recibe el nombre de Confucianismo; vivió entre el 551a.C. y el 479a.C.
(2) Lao-Tsé: Filósofo chino creador del Taoísmo, vivió entre el 570a.C. y el 490a.C.
(3) Sakyamuni: Siddharta Gautama Sakyamuni, conocido también como Buda Gautama, vivió entre el 563a.C. y el 483a.C., con sus enseñanzas se fundó el Budismo.

Fuente: este post proviene de historiasalahoradelté , donde puedes consultar el contenido original.
¿Vulnera este post tus derechos? Pincha aquí.
Creado:
¿Qué te ha parecido esta idea?

Esta idea proviene de:

Y estas son sus últimas ideas publicadas:

Recomendamos