Esta teoría plantea que nuestro planeta es un ser vivo, cuyas partes actúan para mantener el equilibrio global. Pero ¿qué sucede cuando este organismo sufre demasiados daños?
Es pensar la Tierra como un organismo viviente donde todos los seres que la habitan y los sucesos naturales están relacionados y actúan para mantener un equilibrio.
Esta teoría fue propuesta por un científico inglés llamado James Lovelock en 1969. Él nombró a la Tierra como un ser vivo, porque las múltiples formas de vida, en su conjunto, tenían un comportamiento de autorregulación propio.
Para darle un nombre, Lovelock tomó el nombre de la antigua diosa griega de la Tierra llamada Gaea (traducida como Gaya o Gaia). Tras arduas investigaciones, éste científico concluyó, que la Tierra es un organismo porque ha evolucionado por sí mismo. Se ha convertido de cenizas y fuego a un paraíso de montañas, océanos y oxígeno, hasta el pnto de crear vida.
La hipótesis Gaia fue la primera expresión científica moderna de la antigua creencia de que la Tierra está viva, compartida tanto en oriente por griegos (Gaea), Romanos (Ceres), Egipcios (Keb) o en occidente por los pueblos americanos (Pachamama).
Debido a que rompió con otras teorías de la evolución, es que ha generado controversias. Cuando Loverlock lanzó su teoría, no tuvo gran repercusión, inclusive fue rechazada por algunos científicos, porque ponía en duda algunas cuestiones trascendentales y religiosas.
Según esta teoría, ya no sería Dios quien interviene en las leyes naturales, sino la propia Tierra. De esta manera, el poder sobrenatural de Dios perdería sustento y la gente se volcaría a buscar un protector mas natural y tangible.
Las antíguas civilizaciones parecían ser más sabias porque pretendían vivir en armonía con Gaia. Por ejemplo, recordemos que tanto los chamanes mayas como los druidas celtas -entre otras cosas- enterraban en lugares ocultos, xenotes (ojos de agua), bosques, etc. posesiones materiales como ofrendas a la Madre Tierra, para que la mantenga en prosperidad. Actualmente en algunas organizaciones y colectividades indígenas, continúan realizando estos rituales.
Si tomamos el nombre Gaia o Gaea (Gea) proviene de la diosa griega de la Tierra, también llamda Raea, bajo otros aspectos. Además, como ya lo mencionamos mas arriba, se la ha venerado siempre con diferentes nombres: Pachamama (Sudamérica), Cíbeles (Turquía), Ceres (Roma), Jord o Fjorgyn (la madre de Thor en países Nórdicos).
¿Qué pretende esta teoría?
Este pensamiento que debería ser universal, su fin es hacer reaccionar a los seres humanos -los habitantes mas letales para ellas- a que cuiden y actúen para mantener el equilibrio de su hogar; el planeta Tierra.
Según esta teoría, el ser humano se ha creído dueño de los recursos naturales de la fauna y la flora, y para subsistir, ha invadido y sobrepasado los límites de Gaia, con la contaminación ambiental, la tala de bosques, la matanza de animales, etc.
La Madre Tierra o Gaia, ha expresado su malestar en varias oportunidades, por ejemplo con el cambio climático que estamos viviendo actualmente, mostrando que ya no puede controlar, ni poner en orden sus partes: Gaia está gravemente enferma.
Gaia está enferma: el cambio climático
El primer paso es tomar conciencia que Gaia es nuestro hogar y de que todo lo que hagamos en su perjuicio, nos afectará a nosotros, los humanos, quienes también somos parte de ella.
Por suerte, no todo son malas noticias, existen grupos ecologistas, que llevan adelante un pensamiento de cambio, y que con sus campañas han logrado despertar interés de los gobiernos mundiales. Hace pocos días se ha realizado en París (Francia) una reunión cumbre, donde los países se comprometieron y firmaron un acuerdo, para trabajar en pos de mejorar la calidad de vida en la tierra y reducir los factores de daño hacia la naturaleza.
Tras otros veinte encuentros anteriores, en Copenhague, Lima o, el más conocido, celebrado en Kyoto, la Conferencia de las Partes de París, o COP 21, debe convertirse en la cita definitiva de la debe obtenerse un compromiso vinculante internacional para la reducción de estos gases de efecto invernadero. La ambiciosa predisposición de una importante parte de los países participantes hace pensar que es posible lograr los objetivos marcados: reducir en las emisiones de gases de efecto invernadero en un 40 % en 2030 y un 60 % en 2040 con respecto a lo establecido en 1990, y limitar el incremento de la temperatura global en menos de 2º C.
Pese a que compromisos tan importantes deberían ser tratados siempre a nivel global, la realidad es que cada país se ve fuertemente influenciado por su situación económica, industrial, cultural, geográfica y, por supuesto, política. La falta de éxito de reuniones anteriores ha residido fundamentalmente en los intereses y las estrategias de los diferentes grupos de países participantes.
Una toma de conciencia, y el conocimiento del escaso tiempo del que disponemos para revertir este cambio climático en el que ya hemos ingresado, motiva tanto a gobernantes como instituciones a tomar medidas drásticas, pero necesarias, a fin de mantener la continuidad de la existencia de todos los seres que habitan Gaia.
Sabemos que ya las medidas preventivas no son posibles, hemos perdido mucho tiempo y nos encontramos frente a la situación en que debemos de iniciar un tratamiento intensivo y definitivo si queremos lograr su sanación.