Y es que Esther era muy buena cocinera, ¡la mejor! Había aprendido de su abuela y no había platillo que se le resistiera. Disfrutaba sobre todo haciendo pasteles y tortas para sus nietecitos, que la miraban con fascinación mientras ella cocinaba y les explicaba sus recetas.
Un año la abuela llegó emocionada pensando hacer un bizcocho de chocolate para sus nietos, pero pronto se dio cuenta de que estos mostraban poco interés en ayudarla.
– “Abuela preferimos salir a jugar”,- dijo el nieto. “Sí, mis amigas me están esperando para que les enseñe mi muñeca nueva”, – replicó la pequeña.
La abuela se sintió triste de que sus nietos no quisieran ayudarla, pero se propuso hacer el mejor bizcocho que podía para sorprenderlos. Así fue como ideó una receta especial y se puso manos a la obra. Comenzó a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, aceite, yogur, levadura, ralladura de limón, trocitos de nueces, chocolate y el ingrediente secreto, una dosis de mucho amor.
Luego de un par de horas el bizcocho comenzó a oler y los nietos que se encontraban en el salón, se acercaron expectantes ante aquel dulce que olía tan bien. Estaban inquietos frente a la puerta cuando vieron salir un impresionante bizcocho navideño.
Era un bizcocho inmenso, revestido de una capa verde de azúcar con la forma de un árbol de navidad. Encima habían colocados todo tipo dulces que decoraban el árbol como si fuesen adornos navideños. En el centro había un letrero de chocolate negro que decía: – “Para mis amados nietos por Navidad”.
Los nietos se sintieron muy apenados de no haber ayudado a su abuela y corrieron a darle un fuerte abrazo. En lo adelante cada año la ayudarían a realizar un bizcocho como este, que fue declarado ese año como el postre de la Navidad.