El México prehispánico celebraba fiestas que tenían una relación íntima con la muerte y se repartían a lo largo del calendario agrícola.
Hoy quiero evocar la manera como asumían a los difuntos en el México prehispánico, a través de sus festividades durante los 18 meses del año azteca y destacan dos de manera muy especial: la primera llamada Tlaxochimaco o Miccaihutitontli, es decir fiesta pequeña de los muertos o fiesta de los muertos pequeños; y la otra bajo las diferentes denominaciones de Xocotl, Huietzi también llamada Hueymiccaihuitl o sea la fiesta grande de los muertos o muertos grandes. En la concepción mesoamericana, la existencia del ser después de la muerte, no dependía de la manera en que se había vivido como en la religión cristiana y su ética, sino de las circunstancias en que se había muerto. Así, como la predestinación en el calendario mágico según su fecha de nacimiento. Había otras fiestas como por ejemplo la de Tepeilhuitl en la que se hacían imágenes de montes, ya que en ese lugar se juntaban las nubes en memoria de los que habían muerto en el agua, heridos por un rayo o de los que morían quemados, es decir todos los que estaban destinados a acompañar a Tlaloc en su paraíso.
Imagen © Zylenia vía Flickr CC
Se sabe que en el mes de Cuecholi se rememoraba a los muertos en la guerra, los que habían de acompañar al sol en su carrera hasta alcanzar el cenit y luego bajaban por la tarde trasformados en mariposas y colibríes, justo en el mes de Izcalli, era cuando se efectuaba la fiesta de los tamales en honor al dios de fuego Xiutecuhtli, ritual que además incluía la preparación de 5 clases de tamales dedicados a las llamas del hogar.
Para honrarlos se colocaban en cada sepultura, en el entendido de que no eran difuntos comunes. A estas fiestas se sumaban muchas otras y en fin tradiciones rituales en honor y memoria de los muertos que casi no se han alterado en las comunidades indígenas, aun cuando en las grandes ciudades como es natural, han variado.
“Todos los objetos destinados a esta celebración, trátese del ocote, el copal, las calaveritas, los candelabros de barro, el papel picado, implican también la capacidad del mexicano, para jugar con la muerte, burlarse y hasta referirse a ella despectivamente.”
También las costumbres y objetos sagrados en ese caso, han sufrido una metamorfosis al igual que los ornatos y así otros materiales similares, pero no dejan aún de representar ese diálogo que entablan los hombres con los dioses y a la espera de sus difuntos para agasajarlos dentro de un universo estético. Armonioso colorido lleno de sabores y aromas inconfundibles, intensos, penetrantes que al percibirlos, identificamos que es octubre. Los mercados exhiben las flores de cempaxúchitl como emblema de que algo importante está a punto de empezar. Todos los objetos destinados a esta celebración, trátese del ocote, el copal, las calaveritas, los candelabros de barro, el papel picado, implican también la capacidad del mexicano, para jugar con la muerte, burlarse y hasta referirse a ella despectivamente. Por supuesto el día 1 y 2 de noviembre son sagrados, días íntimos, aunque también poseen una dimensión colectiva y comunitaria, ritual donde siempre es muy importante recibir y despedir a las almas, previa preparación de las ofrendas en el altar y el arreglo de las tumbas, como el acto importante de velarlos en el panteón, mezclado todo con los demás oficios de la liturgia católica, en excelso mestizaje.
Así, se piensa que las almas regresan y deben recibírseles con música, comida y por supuesto con los mejores recuerdos. En esos momentos no se les teme, al contrario se aman y disfrutan nuestros muertos. Días en que prevalece el aroma de las flores, se intensifican los rezos, encienden las veladoras por todos lados y repiquetean las campanas.
Algo muy importante es delimitar el espacio sagrado que se destina para hacer la ofrenda, para lo cual se amarran a las patas de las mesas arcos de caña y otate de carrizo, que son adornados con palmas, cucharillas y cempaxúchitl, sinónimos de ofrenda de tradición ritual para los altares ya que estos son indispensables para honrar a los que se fueron. Tienen fama de hacerlos más bellos en los pueblos nahuas de la Ciudad de México como Mixquic, así como en comunidades purépechas y no se quedan atrás los zapotecas del Valle de Oaxaca.
Delante o detrás de la mesa según se prefiera, su cuelgan flores de papel y por supuesto tienen que estar presentes los papeles picados y algo que es fundamental son las fotografías de los parientes que ya no están con nosotros, sus objetos o platillos favoritos en vida y eso sí muchos, muchos floreros, si bien es importante que el petate sea nuevo para que esté desprovisto de mala vibra y en él se colocan varios incensarios, hay quienes integran a la ofrenda del día de muertos alguna prenda u objeto de la predilección cuando se trata del difunto y a los niños se utilizan juguetes, en fin que todos los objetos rituales son un vivo testimonio de la creatividad de nuestro pueblo.
Imagen © Zylenia vía Flickr CC
El sincretismo de esta fiesta es innegable aunque debemos tener en cuenta que sus raíces son las costumbres prehispánicas, ya que nuestros antepasados solían hacer regalos a los muertos, también visitar los panteones con la idea de que compartían con los difuntos su regreso. Este rito tan íntimamente ligado con la tierra, su fertilidad, proviene de los ciclos agrícolas que se celebraban antaño con motivo de la cosecha, en los que sin duda la muerte se vinculaba con la posibilidad de renovación, renacimiento y germinación.
Todo un capítulo merece la comida, la que se prepara, atoles o chocolatito caliente muy bien batido, un sin fin de tamales que humean sobre los platones en esos días, también los moles no se hacen esperar y que decir de la bebida, esa que se necesita y mucho resumida en la frase genial. ¿Por qué bebes? pues para olvidar que bebo o como dicen en mi tierra: “La borrachera es del tamaño de la culpa”. Así es que todo un paraíso completo, paraíso de aromas, de sabores, texturas, música y escenografías, que sí son un tributo a la muerte.
Al igual, la calabaza en piloncillo, el pan de muerto, las calaveritas de azúcar, el dulce de tejocote, las gorditas de alberjón y otras muchas delicias, confituras y alimentos. Y dese luego mitos, leyendas y supersticiones
Pues bien yo los convoco a que también desde aquí homenajeamos a todos los nuestros. A los que se han ido y a los que ahora están con nosotros, a que prueben las viandas.
Por eso, apoyada en razones históricas e individuales, en verdades del corazón y de la mente, creo haber viajado un sinnúmero de veces a ese lugar de luz, donde habitan los muertos para entregarles a mis padres (el Dr. Napoleón Chapa y Doña Esthela Benavides), los platillos que preparé con tanta devoción y bajo el amparo de su bendito recuerdo. Estoy cierta de que es él quien me ofrece la sal y la pimienta para aderezar con escrupulosidad mis guisos. Y si algún día llego a culminar mis sueños a plenitud, en gran parte será gracias a mis queridos e inolvidables difuntos.
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