El Cairo
Una leyenda cuenta que el lugar donde sería fundada la ciudad de El Cairo se delimitó con unas simples estacas, a la espera de que los astrólogos dieran la señal propicia para que los astros marcaran el inicio de los trabajos. El tañer de las campanas daría inicio a las obras, pero un cuervo, enviado por el destino se posó en ellas y las hizo sonar antes de tiempo. En ese momento regía el ascendente Marte ( Al- Qahir, el Victorioso), por lo que el califa decidió llamar Al Qahira a la ciudad, que luego se occidentalizó como El Cairo.
Llegamos muy temprano a la ciudad, por lo que disfrutamos de la experiencia de ver como se desperezaba un día más del sueño de los siglos. Quizá éstas no sean imágenes hermosas, pero las incluyo para hacernos una idea del tamaño de esta urbe de más de 15 millones de habitantes.
Bazar de Khan al- Khalili
Por mucho que nos queramos resistir, visitar El Cairo y no ir ( aunque sólo sea a curiosear) al rey de las “trampas para turistas”, siempre acabamos embargados por el brillo y el colorido de este bazar que lleva engatusando a los visitantes de la ciudad desde el siglo XIV.
Aunque no conserva casi nada de ese antiguo sabor oriental, y parece embargarlo una lánguida decadencia, esta inmensa conglomeración de tiendas y mercados ofrece desde jabón para lavar la ropa y mantas para pasar el frío y seco invierno cairota, hasta libros y conjuros mágicos enterrados en piedras preciosas de opereta, antigüedades de rastro, alfombras y artículos de oro, plata y cobre, junto a camellos de recuerdo rellenos de serrín y pirámides de resina.
Aquí se encuentran algunos de los mejores charlatanes del mundo y es fácil caer en sus redes y llevarnos bolsas de objetos que fuera de ese entorno dejarán de llamar nuestra atención y acabarán dentro de un armario o en la basura.
Aún así yo recomiendo pasearlo y disfrutarlo durante al menos una hora, si somos capaces de no sacar la cartera.
Las Pirámides de Gizeh
Son la atracción turística más antigua del planeta, y las únicas supervivientes de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Ya sólo por esto merecen una visita.
Pero si además decimos que ya tenían 2.500 años cuando nació Jesucristo, que se levantaron para honrar a los faraones que conectaban los mundos mortal y divino y que en su construcción trabajaron generaciones de esclavos y trabajadores libres, aún cobran mayor atractivo.
Son tres las grandes pirámides de la meseta de Gizeh, así que recomiendo la visita a sólo una de ellas porque son relativamente idénticas, y visitando la de Keops, se puede uno volver a casa con una idea más que completa de su simbología e importancia.
Sus
Dentro un pasadizo baja hasta una tumba inacabada, otro sube hasta formar una gran galería que desemboca en la cámara de la reina y de ésta a la cámara del rey. La sensación es realmente claustrofóbica y no se recomienda a aquellos que piensen con angustia que están bajo millones de toneladas de piedra.
Otra de las pirámides es la de Kefrén, que parece mayor que la anterior al estar situada en una planicie más elevada, pero que realmente es más pequeña. Eso si, es más fotogénica por estar protegida en su parte superior por los restos de una cubierta de piedra caliza tallada y lisa, que nos dan una idea de cómo eran realmente las pirámides al estar acabadas.
Y nos preguntaremos qué ocurrió con estos bloques lisos que cubrían las pirámides? Muy fácil, se usaron para construir los palacios y mezquitas que vemos hoy por todo El Cairo, ya que eran más fáciles de labrar y trabajar.
Y la tercera pirámide es la de Micerinos, que tan sólo tiene
Junto a ellas, se encuentra la enigmática Esfinge, llamada en árabe Abu al-Hol ( padre del terror), aunque fueron los griegos quienes la bautizaron como esfinge por el parecido innegable con el monstruo alado con cuerpo de león y cabeza de mujer, que proponía acertijos y mataba a quienes no pudieran resolverlos.
Leyendas aparte, la esfinge representa al faraón Kefrén y aparte de ser un pequeño templo adyacente a las pirámides, cumplía la función de impresionar a los visitantes ensalzando el poder del faraón.
Su nariz se perdió en las arenas que la rodean hace siglos, su barbilla se expone en el Museo Británico, y la pobre esfinge sufre una enfermedad de las piedras que la devora desde el interior.
Alrededor del conjunto hay varias tumbas menores y cómo no, decenas de chiringuitos de baratijas.