¿COCINA EL SPANGOLO?
Casi a diario, le tocaba preparar la comida para los empleados del restaurante. Un almuerzo al que se apuntaban amigos y vecinos, que bajaban a disfrutar de la pasta y de la compañía antes de volver a la faena. Se juntaban unas catorce personas y debían pasar un buen rato, así que se dejan ver por allí a menudo. Hasta que se enteraron de quién preparaba aquellos platos. ¿Cocina el spagnolo? Decían. Entonces, hoy como en casa. Daban media vuelta y se marchaban. Le preguntamos a Lauren si era una broma turinesa, pero él, muerto de risa, nos aseguró que no, que lo hacían en serio: primero preguntaban quién había cocinado ese día la pasta y, si había sido el español, se largaban. ¿Cómo podían profesar su cocina de aquella manera?
LA PASTA, COSA DE ITALIANOS
También nos contó que dedicó sus primeros meses en Italia a aprender a hacer la pasta. Meras labores rutinarias a las órdenes de una encargada que, un buen día, se puso enferma, con lo que tuvo que dar un paso al frente y ponerse a los mandos. El dueño del restaurante, demostrando su olfato empresarial, evitó comentar entre la clientela que el cocinero que servía sus platos de pasta era un español.
SÓLO LA SELECCIÓN ITALIANA LEVANTA MÁS PASIÓN
Aquello transcurrió durante el verano de 2014 mientras en Brasil se disputaba el Mundial de fútbol. Esa pasión que los italianos sienten por su comida se multiplica cuando juega la selección italiana. Lauren nos dijo que no había visto nada igual. ¡Se volvían locos con la azzurra! Todos a una. Aunque hoy en día parezca mentira, sobre todo viendo el potencial de su selección, la liga italiana llegó a ser como esos platos de pasta que nos sirvieron en Da Enzo 29: INSUPERABLE. Y, por la experiencia que tengo con la comida italiana durante mis viajes, inimitable.
¡LA CARBONARA NO LLEVA NATA!
Y, si no, comparad la carbonara que se sirve en España con la de verdad: una broma. La carbonara que se prepara en Italia es otro mundo. Para empezar, no lleva ni nata ni bacon. La salsa es una emulsión de yema de huevo con el agua de la cocción, tacos de papada de cerdo y queso pecorino fundido. Los cuatro teníamos claro que teníamos que pedir carbonara. La pista del otro plato nos la dio la chica junto a la que nos sentaron. Frente a ella, una montaña de pasta con salsa blanca y puntitos negros: tonnarelli cacio e pepe. Y, para rematar, unos fetuccine que recomendaba ese día el chef. Habíamos abierto la veda a lo grande: una burrata con tomates cherry que, a juicio de nuestro cocinero, era un auténtico espectáculo. Aunque a mi me emocionó el sabor de los tomates. ¿Porqué ya no saben así? Así que, con semejante inicio, no podíamos bajar el listón para terminar la comida. Y creo que lo subimos, con un tiramisú casero a la Enzo y una mousse de mascarpone con fragoline, o sea, fresas diminutas con un sabor inmenso.
¡MAMMA MÍA!
Creo que nada estuvo mal, ni siquiera normal. Todo fue superlativo, incluso el aceite que nos sirvieron al sentarnos para hacer barquitos de pan. Siempre he pensado que en España infravalorábamos la pasta. Un plato recurrente, más o menos fácil de hacer y correcto, sin más. Pero en Italia, obviamente, se desarman todos los estereotipos. Allí alcanza el nivel de excelencia. Es más, por la comida empiezo a entender ese gesto puramente italiano de juntar los dedos y mover la mano en círculos. Con la boca llena, sería difícil expresar el placer de otra manera.
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