Hemos aprendido en sociedad que las emociones nos convierten en vulnerables, nos dejan con el corazón al descubierto, resultamos demasiado transparentes si expresamos un te quiero, aunque sea un estoy solo y necesito de tu compañía porque no he aprendido a vivir conmigo. Las palabras son un elixir si brotan de nuestro músculo motor, en el instante que damos un abrazo o un beso a una persona que el tiempo nos la ha alejado, ¿por qué cuesta tanto decir te quiero a una madre/padre?. Durante la infancia lo repetimos hasta la saciedad, incluso irrumpe sin ser preguntado. La inocencia nos conduce al lecho de los papás. Sin previo aviso llega la adolescencia y las hormonas juegan un papel importante, en la madurez, si se puede llamar así, empezamos a reservarnos el derecho de pronunciarlo, finalmente en la senectud casi que se da por sabido y es cuando más han de ser pronunciadas esas emociones.
Porque cuando te quieras dar cuenta tendrás que decir adiós a la persona que más te ha acompañado, respetado, fotografiado y amado, como amigo, compañero, hijo, padre, madre, ese héroe que creíamos que iba a estar cada minuto de nuestra vida besándonos, riéndonos, bailando, compartiendo cafés, discutiendo sobre política, conduciéndonos, cambiando un armario, ayudándote en una web …..
y ¿cómo le decimos adiós? LLORANDO, cada lágrima nos aflora en la soledad, cada gota de agua conectará con nuestra saliva porque su sabor salado nos devolverá el recuerdo de los días pasados que pensábamos que se repetirían, cada gota emergente de nuestro lagrimal nos devolverá como un espejo su fiel reflejo y nos hará sentirnos acompañados.
Ese elixir nos traerá su vida y lo veremos reflejado como si de una foto se tratara, con los matices, los colores, de la instantánea del recuerdo. Elixir de gotas que como ambrosía nos mantendrá su recuerdo vivo como si nos deleitáramos con un sabroso banquete, un primer plato lleno de risas con guarnición de consejos, un segundo plato de deseos de felicidad y de apoyo incondicional, un postre dulce con chocolate acaramelado que nos hipnotiza por su atenta escucha.
Nos han enseñado a no mostrar debilidad, cómo podremos dejar ir esa congoja, esa emoción. Sólo dejando ir.